Corre, Conejo
Me vino a la cabeza el título de aquella novela de John Updike viendo su huida mientras dejaba tirados a los Reyes. Elecciones ya, este hombre no puede seguir
Es una frase tan lamentable que debería perseguirle el resto de sus días. Es la peor declaración desde que el pasado martes, 29 de octubre, una DANA mortífera dejó un pavoroso reguero de muerte y destrucción en España. Dice así: «El Gobierno está listo para ayudar. Si la Comunitat Valenciana necesita más recursos, que los pida».
Dicha frase no la ha soltado el canciller alemán, o un presidente hispanoamericano presto a echar una mano desde el otro lado del charco. No, no, la cita es del actual presidente del Gobierno de España, quien tras afirmar que su país está sufriendo «la inundación más grave en el continente en este siglo», explica acto seguido que él se comportará ante la tragedia como una amable filántropo. Se limitará a ofrecer ayuda, como si fuese el director de una potente oenegé, o un mandatario extranjero que ve desde la lejanía lo que ocurre en otro país.
Y es que en realidad Sánchez no gobierna, si con tal verbo nos referimos a gestionar las cuestiones medulares de la vida pública. Él se dedica a otras cosas, que pueden resumirse en una: conservar el poder a cualquier precio, para lo que son esenciales la propaganda, la mentira, la compra de voluntades electorales con subvenciones y la ocupación partidista de las instituciones de todos.
La política española se ha convertido en un partido de fútbol entre hinchadas de forofos. Así que una parte de la población está dispuesta a admitir toda la incompetencia, mentiras, marrullerías y ramalazos autocráticos de Sánchez a cambio de un bien que consideran superior, el único que les importa: que no gobierne jamás la derecha.
Pero si salimos del espectro de quienes votan al PSOE, a la izquierda comunista y a los separatistas, lo que nos encontramos es que una parte sustancial del pueblo español no soporta a Sánchez, no lo traga. Se ha convertido en un personaje tóxico. Hace tiempo que no puede pisar una calle en ningún punto de España si no es blindándola previamente, pues de lo contrario le aguarda una sinfonía espontánea de pitos e insultos. Por eso su Gobierno, que conoce perfectamente la repulsión que provoca, nunca debió meterlo con calzador en la visita de los Reyes a la atormentada Paiporta, donde ha muerto 62 personas, que por desgracia podrían ser todavía más.
Era una cita complicadísima, pues los vecinos están desesperados tras haber perdido a sus allegados y sus posesiones y coléricos por la morosa reacción de las autoridades. Se sienten, con toda la razón, como si fuesen náufragos olvidados en medio de un espantoso barrizal. Pero aún así, el comportamiento de los que arrojaron barro, palos y botellas a las autoridades es inaceptable. No se puede justificar la violencia, ni siquiera en tan duras circunstancias, y dudo que la mayoría de los vecinos de allí compartan la actuación de los más exaltados. En España ha habido muchas calamidades y jamás se había recibido así a los mandatarios, lo cual merecerá reflexionar con calma sobre la degradación de la buena educación, la incandescente polarización de la política y el daño piscológico de las redes sociales, cuya barra libre para las burradas se está trasladando a la vida de carne y hueso.
La difícil situación que vivieron las autoridades en Paiporta reflejó al final la pasta humana de que están compuestos Sánchez, Mazón y los Reyes. El primero, a quien iban dirigidos la inmensa mayoría de los gritos e insultos, puso pies en polvorosa en cuanto un palo alcanzó a un integrante del corrillo que lo protegía. El segundo intentó aguantar un rato junto a los Reyes. Y los que sí ofrecieron un ejemplo de coraje cívico y comprensión fueron Felipe VI, que con paciencia y valor intentó el imposible de dialogar con los vecinos, y la Reina, que permaneció allí después de que le arrojasen barro a la cara.
En España tenemos un presidente que vive en íntima relación con la mentira, de querencia dictatorial y manifiestamente incompetente (ya saben: este problema es cosa vuestra, y si queréis ayuda, venid a pedídmela). Pero desde este domingo sabemos algo más. Tras su elevada percha, su aire altivo y su cargante narcisismo se esconde un cobarde. Un tipo que huye cuando llega el momento de tener lo que hay que tener, que escapa pitando y deja tirados a los Reyes en medio de la turba. No sé por qué, ayer me acordé del título de aquella vieja novela de John Updike, Corre, conejo.
Elecciones ya, por caridad. España necesita librarse de este impostor.