Perdida sin argumentario
En la izquierda solo funciona de forma previsible —implacable, diría— la meritocracia inversa. De ahí que la menos elocuente se encargue de ponerle cara y palabras al Gobierno
Qué instructivo lo de Pilar Alegría. Que tiran de cuatro consignas enlatadas con aspecto de respuestas lo sabe hasta el más despistado. Como sabe que la Alegría del Gobierno no es una excepción. Debiera serlo, pues de un portavoz gubernamental se esperan pericias que nadie pretende encontrar en el vocero de un Club Náutico, o en el de una bolera cuando el boletín del distrito le entrevista por el campeonato de Navidad. Aquí lo sorprendente es que cuesta dar con alguien menos dotado que la Alegría socialista para ponerle voz a algo. En la izquierda solo funciona de forma previsible —implacable, diría— la meritocracia inversa. De ahí que la menos elocuente se encargue de ponerle cara y palabras al Gobierno. Loco mundo, la gauche. Con su bagaje, lo suyo es que Alegría la parlante acabe impartiendo carísimos seminarios de oratoria, gobernanza y gestión de crisis. O algo así: «Una comunicación resiliente para una gestión sostenible», por ejemplo. O «Una resiliencia comunicativa para una sostenibilidad gestora». Porque lo bueno de las burras de primera que vende la izquierda y compra la derechita es que puedes combinar su léxico hasta agotar las permutaciones. Y tengo para mí que cuanto más estrambótico nos suene a nosotros, más altos serán los honorarios que pillen el pícaro y la pícara.
Añoro a Rubalcaba. Hombre de muchos defectos, lo ponías sin embargo a hablar y encantaba a las serpientes. Mucha gente desea que la engañen. Miénteme, bribón. De acuerdo, cada cual tiene sus perversiones, y a esta se adscriben por millones. ¡Pero al menos miente bien! Uno disfrutaba las suaves curvas semánticas de Rubalcaba, del dardo en la diana justo en el momento oportuno, de aquella forma en que mecía y adormecía el sentido crítico de interlocutores y oyentes. Era magistral. Todo lo que inobservaba de la ley y del juego limpio lo compensaba después al explicarse. Con un Rubalcaba (a quien Guerra y González superaban en esto y en todo), se llegaba a entender que la peña poco exigente siguiera votando socialista. Porque ahí encontraban una compensación que lo hacía todo menos feo. Las palabras tienen que entrar por los oídos como la música.
¿No han visto gañanes emocionarse de repente con el inicio de una suite para cello de Bach? ¿Palurdos cuya mirada se pierde cuando les alcanzan las primeras notas de una sonata para piano de Schubert? ¡Es la música! O la musicalidad, el ritmo, la administración de los silencios. Escoge el sinónimo que más se adecúe a esta prosodia, a la vez determinada por el tema; pronuncia quedo y despacio las primeras palabras, que abrirán los sentidos de cuantos te rodean, y entonces sorprende con cinco verbos en fila, y remata con un silencio largo. Luego, brevísima ironía. Si hablas en público deberías improvisar sobre pautas, como en jazz. Toma el mando, deslumbra. Convence a los que no se han formado una opinión. O sea, lo contrario de lo que hace la triste Alegría, puro argumentario, busto parlante, loro.