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Perro come perroAntonio R. Naranjo

¿Por qué la gente vota al PSOE?

Una teoría provisional sobre qué le lleva a un español a apoyar este sindiós

Actualizada 01:30

Aunque los caminos del señor son inescrutables, las sinuosas curvas de las conexiones neuronales siguen encerrando misterios y el contexto, la educación y las costumbres influyen en los rasgos ideológicos más allá de las condiciones congénitas; puede establecerse una teoría fundada de por qué, pese a todo, el PSOE de Pedro Sánchez mantiene un suelo de cinco millones de votos y un techo de ocho en todas las encuestas, refrendadas luego en las urnas en términos cuantitativos.

Una parte es cultural e identitaria, nacida del mismo impulso irrefrenable que te adhiere a un equipo de fútbol de por vida, aunque cambies en ella de credo, familia y, con estos locos avances distópicos, incluso de sexo: se es del PSOE como se es del FC Barcelona, aunque se alquile al jefe de los árbitros, ejerza de plataforma del separatismo y haga por el país al que se adora lo mismo que la Fiscalía General del Estado por la decencia de la justicia.

Otra, igual de inevitable, es por descarte, que es la cara amable del odio: no se suscribe un código por adhesión, sino por rechazo casi epidérmico a la alternativa, aunque de ella solo se conozcan las sombras deformadas por el clan propio.

Hay una más que surge del estricto interés, interceptado por los zahorís de los laboratorios electorales y transformado en propuestas específicas para esos nichos de mercado, tratados de manera no muy distinta a la que una empresa de yogures perpetra para atraer a obesos, niños o estreñidas: a ti, amigo votante, te interesa votarnos porque vamos a aprobar esta paga, esta subida, esta exención o este subsidio, que corre peligro si a cambio no nos das tus diez puntos eurovisivos.

A este epígrafe hay que añadir los que viven directamente del negocio, organizados en cuadrillas, escuadrones y ejércitos de cargos públicos, contratados en empresas y organismos oficiales y asesorías de toda laya, que se dejarían azotar por el patrón si con ello aseguraran el estipendio y la vida cuqui de la telerrealidad laboral.

Y luego están quienes votan desde la reflexión, con un discurso armado que incorpora a la denuncia de los supuestos peligros encarnados por la alternativa una defensa estructurada del proyecto de sus amores.

Es ésta la porción más curiosa e indescifrable de la gleba sanchista, pues todas las demás son inaccesibles por identitarias o alcanzables elevando la subasta con mejores precios y mayores canonjías, hasta que esto reviente y la sociedad infantilizada descubra que los buenos deseos no fabrican derechos si no se tienen recursos para financiarlos.

¿Qué les lleva a seguir siendo «del PSOE» cuando los valores clásicos de la versión edulcorada de esa ideología, tan funesta siempre al bajar de la prédica al trigo, son desmontados cruelmente por la realidad? La igualdad se ha quebrado por los peajes nacionalistas de un líder secuestrado por minorías aldeanas bulímicas a las que nada les importa el destino del resto.

La redistribución de la riqueza es un bulo legalizado, por idénticas razones a las anteriores, con la aceptación de un impuesto revolucionario consistente en romper, con estrépito, el criterio de que contribuye más quien más tiene, salvo que sea catalán, navarro o vasco y Sánchez intercambie sus votos por un paraíso fiscal.

Qué decir del progreso y el ascensor social, en un país cuyas cifras económicas oficiales son como el dinero falso del Monopoly, las verduras de las cocinas de juguete o los sondeos de Tezanos y no entierran la realidad del hundimiento del poder adquisitivo, el precio de la vida, la precariedad de los empleos, el peor paro de Europa, la degradación educativa y el inviable papel del Estado como mantenedor de todos, cuando somos todos quienes lo mantenemos a él.

Si a estas certezas le incorporas la sentina delictiva que es el entorno político y personal de Sánchez, imbuido de un cesarismo atronador, la pregunta es más pertinente y la respuesta menos infalible, de lo que se deduce, a falta de otra explicación mejor, que este tipo de votante es un mito o todo lo más se adorna con mejor bisutería retórica el mismo impulso zoquete, identitario o interesado de todas las demás subespecies.

Quizá, como conclusión provisional, haya que pensar que el votante socialista sensato es parecido al Yeti del Himalaya: dicen que existe y lo han visto, pero nadie lo ha podido demostrar.

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