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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

38 millones de rehenes del separatismo catalán y vasco

Somos legión los españoles absolutamente hartos de que por una felonía del PSOE nos marquen el paso quienes nada quieren tener que ver con España

Actualizada 11:51

En los días de la Transición se hacen muchísimas cosas bien, pero se cometen tres errores capitales, que hoy están deshilachando España:

1.- Con un buenismo ingenuo, se diseña una ley electoral que otorga una prima en el Congreso al nacionalismo vasco y catalán, en la idea equivocada de que así se integrarán más y mejor (Rajoy pudo cambiar esa ley electoral con su formidable mayoría absoluta, pero no tuvo arrestos, ni aliento ideológico, para tocar una coma).

2.- En la Transición se parte de la premisa de que entregando más competencias a las regiones se aplacarán las ansias de ruptura independentista. Pero acaba ocurriendo exactamente lo contrario. Los gobiernos regionales nacionalistas usan las palancas de autogobierno para ir construyendo lo que a todos los efectos son mini-Estados, donde se inculca desde el poder el distanciamiento hacia España. De ahí su interés en la mal llamada «lengua propia», en contar con policías autonómicas, en controlar la escuela y en disponer de potentes y carísimas televisiones regionales de adoctrinamiento.

3.- Otro patinazo fatal: se concede a las regiones la competencia en educación, lo que los nacionalistas catalanes y vascos han aprovechado para convertir sus escuelas públicas en una suerte de madrasas, donde inculcan su ideario xenófobo y antiespañol.

Todo ese diseño equivocado se convirtió en un virus latente, que de vez en cuando provocaba algún catarro. Pero con la traición a España de Zapatero y Sánchez –y hablar de «traición» no es ninguna hipérbole–, el virus se convierte en enfermedad aguda. Sabedor de su debilidad electoral, porque las recetas socialistas no funcionan en economía, el PSOE volvió a mostrarse como el partido felón con España que ya había sido en la II República. Sánchez se saltó todas las líneas rojas y consumó la afrenta de construir una nueva y aberrante mayoría con los separatistas. El objetivo es evitar que pueda gobernar la derecha incluso aunque gane las elecciones generales, como ya ha sido el caso.

Resultado: España, un próspero país del primer mundo de 48,5 millones de habitantes, está hoy secuestrada por los nacionalistas de dos regiones, Cataluña y el País Vasco, que suman 10,2 millones de vecinos. Se da además la alucinante paradoja de que el proyecto de esos separatistas que nos marcan el paso está de capa caída, pues las encuestas señalan que el independentismo se encuentra en mínimos en ambas regiones. Una abrumadora mayoría de los vascos y catalanes no quieren para nada irse de España.

Es decir: 38,3 millones de españoles –a los que hay que sumar a los vascos y catalanes partidarios de España– estamos secuestrados por los separatistas de una región de 2,2 millones y otra de 8 millones, ambas además a la baja, pues hoy la locomotora de la nación es Madrid, Andalucía se ha convertido en la nueva esperanza y Valencia pisa fuerte.

Millones de españoles estamos hasta la zafoña de esta injusta y absurda situación. Quemados al ver como unos gañanes provincianos, que defienden algo tan paleto y retrógrado como que uno de Zaragoza es distinto e inferior a uno de Vitoria y uno de Tarragona superior a otro de Murcia, mangonean nuestras vidas, hasta el extremo de que al privilegio vasco se quiere sumar ahora un cuponazo catalán a costa de nuestros bolsillos para primar precisamente a los más manirrotos e insolidarios. En esta desquiciada España hemos asistido al esperpento de que el partido sucesor de ETA, Bildu, ha dictado el desguace de la Ley de Seguridad y cómo se debe contar la historia del siglo XX español.

Ayer hemos visto por fin una Conferencia de Presidentes, inaugurada por el Rey (que puede ser la próxima diana/cortina de humo de Sánchez si le siguen llegando malas noticias de los juzgados). Pero esa cumbre supone solo un paripé, pues el fondo de la cuestión sigue ahí: un presidente traidor a España se mantiene en el poder sin ganar las elecciones gracias a a una inaudita mayoría antiespañola. Y sus secuestradores jamás lo dejarán caer, porque saben que nunca encontrarán otro filón como él, un peso pluma electoral, que al carecer de moral es capaz de ir regalando cachitos de España a cambio de unas semanitas más de blindaje en la Moncloa. A la misma hora de la Conferencia, una delegación de Sánchez negociaba en Suiza con Puigdemont. Un bromazo.

Ninguna otra nación europea vive en un suicidio a plazos como el que estamos aceptando aquí. Una anomalía surrealista, que se puede perpetrar porque para un 30% de los votantes, hipnotizados por una revisión oportunista del guerracivilismo de los años treinta, todo vale con tal de que no gobiernen jamás «la derecha y la ultraderecha». Mejor una España diezmada que una «fachosférica».

(PD: El desbarre de Moreno Bonilla abogando en Santander porque el PP se entienda con Junts merece un capítulo aparte. El lendakari andaluz debería saber que con el partido de Puigdemont no se puede ni jugar al parchís).

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