Noche de silencio
Sus versos se han traducido hoy a todos los idiomas y dialectos del mundo
En la contraportada del diario «El Mundo», Jorge Bustos ha escrito y firmado la triste y pequeña historia de un milagro musical. «El niño bastardo que inventó el sonido de la Navidad». Me atrevo a corregir al magnífico escritor. «El niño bastardo que esperó dos años para que sus versos inspiraran el nacimiento del sonido de la Navidad». Aquel niño de padre desconocido, que nació en Salzburgo dos años después de que su paisano Wolfgang Amadeus Mozart fuera enterrado en la fosa común de los indigentes. Cuenta Bustos que ya ordenado sacerdote, Joseph Mohr, párroco de Mariapfarr, superviviente de la tuberculosis, se encerró en soledad y silencio en la Nochebuena de 1816 en la iglesia parroquial de Santa María. Aterido de frío, no retiraba su mirada de un cuadro que ni fu ni fa, representaba el nacimiento de Jesús. Un niño Jesús muy rubio, con el cabello rizado, bucles de oro y rostro sonrosado. Su ánimo escapó hacia el cuadro, un lienzo sin firma, y cuando volvió a su ser, se encontró escribiendo las seis estrofas del poema que tituló «Stille Nacht». Eso, Noche de silencio, Noche Santa. Sus versos se han traducido hoy a todos los idiomas y dialectos del mundo. Para ello, le hacía falta la melodía, la música. Mohr ignoraba que sus humildes versos, que su fe de carretero plasmada en su grafía alterada por el frío, se convertiría en el villancico más famoso, hermoso y profundo de la historia. Y dos años más tarde, en Obendorf, conoció a un compositor que no puso reparos en unir sus estrofas con la música. Se llamaba Franz Gruber. Gruber vio en el poema de Mohr lo que otros no destacaron. Y en la mañana del día de Nochebuena de 1818, el maestro Franz Gruber creó la música de «Stille Nacht», con el tiempo suficiente para ensayarla por un pequeño coro que la interpretó aquella misma noche. Una melodía a dos voces, y como Jorge Bustos destaca, usando los acordes de una guitarra porque los ratones habían roído los fuelles de la iglesia de San Nicolás, donde se cantó por primera vez el villancico más bello y sencillo que ha nacido del sentimiento del hombre. De dos hombres. De dos nombres. Morh y Gruber.
Y finaliza su formidable texto con el más maravilloso cuento de Navidad. En las trincheras heladas de la Gran Guerra, en la Nochebuena de 1914, se estableció una tregua de paz entre dos feroces fuerzas combatientes. Y a las 12 de la noche, surgieron de las trincheras rusas los soldados del Zar, y de las alemanas, los soldados de Guillermo II de Alemania y de Prusia. Y unieron sus voces, en alemán y en ruso, y sobre el hielo, la nieve y un cielo raso que congelaba el alma, cantaron al unísono
La Noche de Silencio, la Noche Santa. Dicen los historiadores que Franz Gruber, entre las prisas y la genialidad creadora, tardó menos de 25 minutos en nacer su melodía, que se repetía en las seis estrofas. Con el paso del tiempo, se cantan las tres primeras. Pero seis o tres nada importan ni alteran el más prodigioso cuento de Navidad de los que se han escrito por miles de autores en el mundo. Los que se mataban, decidieron dejar de matarse para cantar como hermanos la Noche de Silencio.
Pasado mañana, a las 12 en punto, en un mundo dominado por la desvergüenza, la mentira, la ambición y la codicia, seguirán creciendo la desvergüenza, la mentira, la ambición y la codicia. El homenaje a la paz no detendrá misiles, ni drones, ni explosiones, ni muertes. Por eso, Jorge Bustos, ha escrito un artículo de premio que no van a premiarle. Nos ha contado la pequeña historia de un milagro que se ha adueñado del mundo, de los versos de un bastardillo y la melodía de un compositor que no trascendió a su pueblo. Un prodigio que hoy se canta entre el oro de los codiciosos, la cocina de los humildes y los escombros de la muerte y de las guerras.
Noche de Silencio, Noche Santa. Dios va a nacer, mientras miles de niños de todo el mundo son asesinados con anterioridad a ver la luz y sentir la vida en cumplimiento de las órdenes que firman las fuerzas del mal.
Por eso aborrecen y odian la Navidad.
Noche de Paz.