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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Las lubinas del fugado

Sería hermoso y patriótico, que en la próxima «Diada», Puigdemont envíe a Barcelona desde Waterloo todos sus calcetines cortos, y de un bocado se los trague Miriam Nogueras mientras los independentistas se insultan entre ellos para no traicionar el espíritu de la fiesta

Actualizada 01:30

Hay dos cosas que un político no puede hacer. Robar, y llevar calcetines cortos. La luz de esta máxima se la debemos –la humanidad está en deuda permanente con él–, al genial escritor inglés Héctor Hugh Munro, alias Saki, nacido en Birmania y fallecido en Francia, y como buen inglés un tanto despegado de su tierra. Al igual que casi todos sus colegas de generación, Saki las pasó económicamente canutas, y aceptó su desasosiego con su hondo humor. «Vivo tan por encima de mis posibilidades que, por decirlo de alguna manera, vivimos aparte». En España no he encontrado grandes admiradores de Saki, excepto Tom Burns Marañón, que se lo ha leído y lo conoce de memoria. Saki era un enemigo irreconciliable de los calcetines cortos, y más aún, si sus usuarios se dedicaban a la cosa pública, la política.

En la URSS, los planes quinquenales acostumbraban a no cumplirse. En el Plan 'Calcetines de verano', cuando mandaba en la Unión Soviética Nikita Kruschev, también escrito Jrushov, los calcetines menguaban de caña a medida que pasaban los meses y las alegres muchachas de las fábricas perdían el interés en la confección. En España, también se veían en los años de la posguerra excesivos tramos de piernas masculinas cuando los hombres se retrataban sentados. Don Juan March Ordinas, el mallorquín multimillonario, llevaba calcetines cortos, y sus piernas en nada se parecían a las de Rita Hayworth. No obstante, March demostró que se puede hacer mucho dinero a pesar de vestirse con calcetines cortos, contradicción muy propia de aquellos tiempos. Pero en el siglo XXI, un político que se sienta y enseña un sector de sus blancas lubinas por llevar calcetines cortos, es un político inservible. Se trata de una indecencia y una agresión a la moral y las buenas costumbres. Más aún, cuando el político que muestra sus lubinas blancas ha nacido en la región española textil por excelencia, es decir, Cataluña.

Puigdemont, el ilustre y santificado forajido, experto conocedor y usuario de maleteros rodantes, ha recibido en Waterloo al dirigente de la UGT, el esforzado trabajador Pepe Álvarez. Deseaban hablar de la reducción de la jornada laboral. Un asunto muy divertido y que abre las puertas de la imaginación y el ingenio. Pepe Álvarez lleva treinta años confundiendo el trabajo con la pertenencia a UGT, y Puigdemont es un maleante abierto a toda suerte de experiencias. Siempre hay una ocasión en la vida, y Pepe Álvarez, por primera vez en la suya, destacó por su elegancia al lado de Puigdemont, que al sentarse en el amplio sofá reservado a su ex Muy Honorable Culo, cruzó las piernas, y mostró sus lubinas. En el año 2024, a punto de alcanzar el 2025, un dirigente que se precie no puede llevar calcetines cortos y mostrar las lubinas blancas pantorrilleras. Saki no habría perdonado la horrible visión. La lubina de pantorrilla no se exhibe. Cualquier marca de calcetines ofrece toda suerte de colores en medias de hilo que alcanzan los predios rotulianos. Un presidente de algo, aunque ya no sea presidente de nada, no está estéticamente autorizado a humillar a sus presididos llevando calcetines cortos. Preferible el robo, como apuntó Saki, que los calcetines cortos.

Bien está que se quede con el dinero de los españoles por mediación de Sánchez, pero al menos, que lo haga bien vestido. De los tres grandes ladrones socialistas, Negrín, Largo Caballero y Prieto, sólo el último usaba calcetines cortos, quizá por la dificultad de ajustarse los largos con la poca flexibilidad de su cintura, muy lejana a la cintura-muelle imprescindible para usar calcetines hasta las rodillas y evitar el asomo de las lubinas blancas. Tiene mérito hacer de Pepe Alvárez un modelo de Tucci.

Sería hermoso y patriótico, que en la próxima «Diada», Puigdemont envíe a Barcelona desde Waterloo todos sus calcetines cortos, y de un bocado se los trague Miriam Nogueras mientras los independentistas se insultan entre ellos para no traicionar el espíritu de la fiesta. Él puede mandarlos, ella puede comérselos, Pepe Álvarez puede asistir al espectáculo y del dinero… pues eso, en un alto porcentaje procedente de los madrileños, castellanos, andaluces, extremeños, gallegos, asturianos y montañeses, para invertirlo en la enseñanza del catalán, que se habla menos en el mundo que el niaruna, dialecto del guaraní.

Pero con calcetines largos, por favor.

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