Tadeo de Samarkanda
Me duele escribir historias verídicas marcadas por la tragedia y la tristeza
En realidad, Tadeo Samarkanda se llamaba Tadeo López y Sanchidrián. Pero en el decenio de los 40 del pasado siglo, Madrid se llenó de dignidades y títulos más falsos que una moneda de 7 pesetas. Los padres de Tadeo Samarkanda se autoconcedieron la dignidad de Príncipes de Samarkanda, las autoridades de la Unión Soviética no concedieron importancia a la vanidad, y Tadeo terminó por creerse heredero del histórico Principado.
Tadeo creyó en los Reyes Magos hasta los 16 años. Sus padres fallecieron en un tramo de dos meses. El Príncipe exiliado de Samarkanda, S.A.R. Don Modesto López, entregó su alma a Dios el 6 de febrero, y su esposa, S.A.R. la Princesa exiliada de Samarkanda, doña Rufina de Sanchidrián, el 18 de abril. Murieron sin revelar a su heredero, don Tadeo de Samarkanda que los Reyes Magos eran ellos, sus padres.
Los amigos de Tadeo, que por otro lado, estaba forrado como principal accionista de la pujante empresa BIMODESSA – Bidés Móviles Deslizantes Sociedad Anónima–, se enfrentaron al difícil cometido de explicarle a Tadeo que no escribiera su carta a los Reyes Magos en la siguiente Navidad. Pero Tadeo, con principesca arrogancia, no aceptó las sugerencias de sus amigos. Y llegado diciembre, escribió a los Reyes Magos una extensa carta con peticiones de juguetes. Entre ellos, un Cheminova, una colección de revistas eróticas editadas en Francia, un cartón de Marlboro –con 16 años y sin padres se entregó al fumeteo–, y un disfraz de Supermán. El 5 por la noche, invitó a sus amigos, puso el zapato y muy de los nervios, se enclaustró en su habitación. Sus amigos colocaron los regalos y abandonaron el hogar principesco con sigilo y orden,
Al día siguiente, 6 de enero, Su Alteza Real el Príncipe de Samarkanda –se autocoronó en agosto, en su «puticlú» preferido–, se topó con los regalos que los Reyes Magos le habían traído. Sus amigos se encargaron de ello. Y lo primero que hizo Don Tadeo fue ajustarse el disfraz de Supermán, que le apretaba bastante.
Todavía no cojeaba.
Con el traje de Supermán y un pitillo ajustado a la comisura izquierda de los labios, Supermán subió a la terraza alta de su palacete de la Colonia de El Viso. Apagó el pitillo, y como era Supermán, se lanzó al vacío. El porrazo contra el suelo – afortunadamente cayó sobre la hierba invernal del jardín–, fue apoteósico. Su ayuda de cámara, Celestino Formoso, acudió en su auxilio, llamó a una ambulancia y Superman ingresó de urgencias en el hospital más cercano. Sanó con dificultad, pero cojeó durante el resto de su vida.
A pesar de ello, cuando fue dado de alta, Don Tadeo optó por repetir la operación. No entendía que, vestido de Supermán, la fuerza de la gravedad se impusiera al deseo del vuelo. Esta vez, lo que recogió del suelo Celestino Formoso, fue casi un cadáver. Supermán se había estampado contra la base del monumento que había erigido en memoria de sus padres. Pero salvó la vida de milagro, quedando cojo y tontito para siempre.
En el tercer intento, ya con sesenta años cumplidos, falleció como consecuencia del morrón.
Me duele escribir historias verídicas marcadas por la tragedia y la tristeza. Yo maté a Tadeo de Samarkanda, porque le convencí que a la tercera siempre va la vencida. Lo hice cuando supe que había hecho testamento y se lo dejaba todo a Juanita la Huracana, trabajadora del amor de la que estaba profundamente enamorado.
Y eso es todo.
Un hecho histórico terrible.