Jolín
Ya en sus tiempos, en romano, en griego, en hebreo y en árabe, existían los tacos y no había nacido el concepto de la cursilería
Desconfíen de quienes, para expresar su disgusto o desagrado por cualquier circunstancia adversa, dice «jolín» o su versión en plural «jolines». Cela se levantó de la mesa, siendo el invitado de honor a una cena en casa de un generoso matrimonio recién adinerado –ella 42 años más joven que su amado esposo–, cuando la anfitriona, dirigiéndose a un mayordomo alquilado para tan solemne ocasión, perdió los estribos de los nervios y le soltó lo que sigue: –Dígale a la cocinera que saque de una vez la sopa, jolines–. Don Camilo José, airado a la vez que respetuoso, se incorporó y fuese, no sin aleccionar a la dueña de la casa: –Hortensia, cuando una señora de verdad reclama la presencia de la sopa, tiene dos opciones para comportarse como una señora de verdad, y no de mentira. O se levanta, acude a la cocina, y sin levantar la voz le dice a la cocinera que se está retrasando con la sopa, o sin moverse de su sitio, le traslada al mayordomo alquilado su desconcierto de esta manera: –Dígale, por favor, a la cocinera que saque de una vez la sopa, coño–. Todo menos el jolín y los jolines, prueba irrefutable de origen de baja estofa. Una señora capaz de decir jolín o jolines en esa situación es muy probable que en el momento culminante de la cena abandone su silla y se dirija a los invitados de esta guisa: –Perdonad, solo es un segundo, pero es que soy de mucho orinar–.
Ya he escrito y reconocido que me divierte y entretiene la lectura de diccionarios. Los diccionarios se leen poco a poco, dos o tres páginas cada día. Me hallo en la letra J del Diccionario de la Real Academia Española, edición del Tricentenario, la vigésima tercera edición. Y me he topado con jolín y jolines, interjecciones coloquiales para expresar irritación, asombro o enfado. La Real Academia Española tiene el deber de incorporar las voces que le ordena el uso coloquial de la Real Calle, y también de suprimir las palabras e interjecciones en desuso. Es muy probable que la catedrática Gómez, cada vez que recibe una nueva cita judicial, emita un ¡Jolines!, pero séame reconocido que el uso de la ordinariez ha disminuido con rotundidad en la jerga coloquial durante los últimos decenios. Puedo asegurar y aseguro, que de la mucha humanidad que he conocido y tratado en mi vida, apenas queda nadie que use el jolín o el jolines como desahogo ante una contrariedad.
Una maravillosa monja de clausura de un convento de la Alta Castilla, cuyas religiosas sobreviven gracias a la venta de objetos de alfarería, se quejaba de esta forma cuando le pregunté si se vendían bien sus cerámicas: –Pues no, no se venden bien. Y yo me pregunto, hijo mío: ¿Qué coño hace la gente con tanto dinero?–. Cuando Nuestro Señor expulsó violentamente a los mercaderes del templo, no lo hizo mientras les gritaba ¡Marchaos, jolines!. Ya en sus tiempos, en romano, en griego, en hebreo y en árabe, existían los tacos y no había nacido el concepto de la cursilería, descubierto por nuestro gran político de la Restauración, don Francisco Silvela, en el siglo XIX. La RAE no puede mantener en su diccionario conceptos confusos. Por ejemplo, «changurro». Le encomendé a Antonio Mingote, por indicación de mi difunto padre, que estudió filología vascuence, que la descripción de «changurro» de la RAE era una chapuza monumental. Mingote lo denunció en una reunión de los jueves, y el responsable directo de la chapuza, Zamora Vicente, a punto estuvo de darle en la cabeza un golpe con el diccionario de bolsillo. Dice así: «Changurro. Del Eusk. «txangurro». Plato vasco popular con centollo cocido y desmenuzado en su caparazón». Nada de eso. El changurro no es un plato vasco popular, entre otros motivos, porque es carísimo. Changurro es la denominación en vascuence del centollo, y sigue siendo changurro cocido o sin cocer y haya sido desmenuzado o no en su caparazón. Ahora que se aprueba «spoiler» bueno sería, y recomendable, eliminar jolín, jolines y changurro. Pero prefiero el mantenimiento del changurro a la insistente presencia en las páginas de nuestro diccionario de jolín y jolines, interjecciones delictivas que han dejado de oírse, afortunadamente, en nuestras charlas, coloquios, conversaciones y enfados.
¡Jo…….der!