Lecciones del PAF, ninguna, por favor
Difícil hallar por estos pagos una formación política con peor trayectoria que la del Partido Amarrategui Farisaico, fundado por un racista y que estuvo fatal ante ETA
Por su cinismo descarnado constituye una de las frases más repugnantes en los anales de nuestra política moderna. Vamos a recordarla para mitigar la desmemoria de los lectores jóvenes (que los hay). Reza así: «No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan; unos sacudan el árbol, pero sin romperlo para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas».
La cita, que conocen de sobra, la pronunció en abril de 1990 el presidente del PNV, Xabier Arzalluz, durante una reunión secreta con HB-ETA. Los batasunos levantaron acta de lo allí dicho y con el tiempo la policía halló el documento en un registro. El 3 de abril de 1994, El País destapó el terrible pasaje (dudoso que lo hiciese hoy, sometido por completo a Sánchez y su entente con el separatismo). En su sonada reflexión, Arzalluz viene a decir que al PNV no le viene mal que ETA mate, secuestre y chantajee, porque el nacionalismo de traje y corbata puede recoger el fruto político de la violencia de los del pasamontañas. Unos mueven el árbol (ETA) y otros recogen las nueces (el PNV).
Arzalluz suelta su inhumana metáfora de las nueces cuando en España se lloraba una carnicería de ETA casi cada semana.
En aquella conversación secreta de 1990 hubo más detalles reveladores. Arzalluz explica a sus interlocutores etarras que el PNV maneja una hoja de ruta para la independencia. Incluso les ofrece fechas. Les asegura que entre 1998 y 2002 tienen previsto proclamar «la soberanía de Euskadi» (parece que Don Xabier no resultó muy fino como augur). Mientras sucedían estos manejos entre tinieblas, el felón PNV pasaba en Madrid por ser un partido razonable, incluso respetuoso con el orden constitucional. «Con los vascos se puede trabajar», repetía el tópico.
No se acaban ahí las miserias del PNV ante la violencia etarra. El partido hegemónico en el Gobierno vasco dejó solas a las víctimas. Las abandonó con una asepsia que hiela el alma –al igual que parte del clero vasco–, hasta el extremo de que en tiempos recientes hubieron de pedir perdón. Los atentados y chantajes del terrorismo separatista provocaron un enorme exilio de vascos amenazados (ninguno del PNV, pues a ellos no los mataban). El terror generó también una avería moral en el corazón de la sociedad vasca, como se refleja en el trato cruel que se dispensaba a los familiares de los asesinados. Varios allegados de víctimas me han contado lo mismo: después del atentado sufrieron un vacío social. Sus vecinos los observaban con un velo de sospecha, como si las familias golpeadas fuesen en el fondo culpables de algo. El PNV, tras su fachada burguesa, encorbatada, modosa y altiva, contribuyó de manera estelar a tan oprobioso clima.
Nada hay de admirable en un partido que bien podría ser denominado como el PAF (Partido Amarrategui Farisaico). Su fundador –el inventor del término Euskadi y de la ikurriña– era un racista exaltado y un machista montaraz, un fanático cuyas citas asombran por su radicalismo. El comportamiento del PNV ante mayor desafío sufrido por los vascos, la violencia de ETA, fue, como hemos referido, lamentable. Su relación con el resto de los españoles ha sido siempre despectiva e insolidaria, con un solo principio: el muy aprovechategui «¿qué hay de lo mío?». Jamás han tenido a bien agradecer y reconocer que el alto nivel de vida de unas provincias hoy envejecidas y venidas a menos se mantiene gracias al dineral que inyecta el cupo, que es constitucional, sí, pero no por ello deja de ser un chollazo (tal vez por eso en las encuestas el apetito por la independencia está por los suelos).
Impera también una notable hipocresía en lo que atañe al famoso «hecho diferencial». Debido a su temprano progreso industrial a finales del XIX y comienzos del XX, el País Vasco fue con Cataluña –privilegiada con el arancel textil– la región que más emigrantes recibió del resto de España. Se alardea de una supuesta superioridad «identitaria» precisamente donde existe un mayor crisol de gentes (amén de la nutrida inmigración foránea de los últimos años). Aitor Esteban, ese diputado de rictus avinagrado que nos imparte unas lecciones tremebundas a los pobres catetos españoles, es hijo de una señora de Cañamaque, que mucho me temo que cae por Soria. El nuevo lendakari es de ancestros burgaleses por los cuatro costados (en vez de los ocho apellidos vascos de la comedia, tiene cinco de la Ribera del Duero).
En la escuela, y para acceder al funcionariado, el PNV impone el arcaico «euskera», cuyo escueto vocabulario rural ha sido ampliado de modo artificial con infinidad de neologismos. Se dilapidan millones sin cuento en la «inmersión», pero el español sigue siendo tozudamente la lengua de uso diario del 84% de los vascos.
Más incongruencias. El PNV apoyó en 2018 la moción de Sánchez, con el pretexto de que había que acometer una regeneración tras los escándalos del PP, ciertos y graves. Pero ahora que es el PSOE sanchista quien chapotea en el cieno, ni una queja del Partido Amarrategui Farisaico, porque Sánchez es una bicoca y les va dando competencias, que un día ayudarán a romper amarras, o al menos facilitan el seguir fomentando el extrañamiento hacia España.
El inefable Aitor Esteban acaba de insultar en el Congreso a Tellado, porque el portavoz del PP osó cuestionar la cesión al PNV por parte de Sánchez del palacete de París que acoge la sede del Cervantes, que era propiedad del Estado español (según ratificó el Supremo en una sentencia de 2003, que ahora el PSOE pisotea por pura debilidad). Aburren los cansinos aspavientos de superioridad chuleta del PNV, partido que con corbata o sin ella está entre lo malo y lo peor de nuestro triste panorama político.