No hay Peter sin Puchi y no hay Puchi sin Peter
Trolamán ha vuelto a hacerlo: en contra de lo que decía, ha partido su decretazo en el altar de Junts, al que le conviene mantener a un chollo como Sánchez
Trolamán ha vuelto por sus fueros. Habemus nueva trola épica: prometo por mi honor y conciencia «progresistas», por mi amor a Bego, por mi mismísimo colchón de la Moncloa, por las alas de mi Falcon... que jamás de los jamases trocearé el decretazo rechazado por el Congreso. Hasta que ayer agachó sus orejas ante el fugitivo y lo troceó, por supuesto. Su palabra vale más o menos lo que un paquete de acciones de Bernie Madoff, o una ópera experimental del maestro Azagra.
Tras la sonora toña parlamentaria del pasado miércoles, un carrusel de «ministros y ministras» desfiló durante seis días por las televisiones del régimen para dejarlo todo atado y bien atado: no se tocará ni una coma del decretazo. Si los pensionistas se quedan sin sus subidas y los viajeros sin sus descuentos, se debe exclusivamente a la maldad connatural de Vox y el PP, las desalmadas «derecha y extrema derecha», ávidas de «destruir el escudo social». Por su parte, los separatistas de Puigdemont también se ponían estupendos: las negociaciones están rotas, no nos moveremos. Ni un paso atrás. Paparruchas.
Un par de cantamañanas. Este martes se pusieron de acuerdo para hacer exactamente lo contrario de lo que decían. Sánchez volvió a mentir —el decreto se fraccionará— y su jefe de Waterloo levantó su pulgar. ¿Cuál fue el pago real? No se sabe, tal vez la cesión inconstitucional a Cataluña del control de la inmigración. Lo que se nos cuenta desborda la lógica y recuerda los tratos de Groucho y Chico Marx en Sopa de Ganso. La versión oficial es que Junts da su plácet porque Sánchez acepta que se inicien los trámites previos a una moción de confianza. Sin embargo, Sánchez, en sus respuestas de ayer a sus periodistas de cámara (los únicos a los que permite preguntar), manifestó tajantemente que el Gobierno no está por esa moción, y él es precisamente quien tiene que dar la luz verde. Claro que lo que diga Sánchez…
Todo esto es una coña. Es como si un tratante de ganado acuerda con otro iniciar los trámites para venderle una vaca, pero acto seguido le suelta que jamás le va a vender la res. El sanchismo es así: no existe la verdad, sino sucesivas verdades, que pueden ser perfectamente contradictorias según convenga al sultán.
La fórmula que resume este caso es muy sencilla: No hay Peter sin Puchi y no hay Puchi sin Peter. Sánchez depende de los escaños de Puigdemont y le dará lo que haga falta para seguir flotando en el Gobierno sin gobernar (un periódico de humor, el «diario global», publicó ayer un editorial cómico digno de colección explicando que tener presupuestos o no viene a dar igual). Por su parte, Puchi se convertirá en un mindundi irrelevante en cuanto pierda la única fortaleza que le queda: mangonear a Peter con sus siete diputados.
Puigdemont pellizcará y humillará a Sánchez, pero jamás lo dejará caer. Junts es un partido separatista dirigido por un prófugo iluminado, encerrado en Waterloo y un tanto fuera de la realidad. Pero tiene algo clarísimo: un Gobierno alternativo a Sánchez tendría que contar de un modo u otro con el sostén de Vox, partido que —por fortuna— es visceralmente contrario al independentismo. Por eso torturará a Peter, pero manteniéndolo con un hilo de vida.
Para echar a Sánchez solo existe una opción: ganarle en 2027 (y no será fácil, pues el poder que acumulará para entonces con su crecida autocrática será inmenso, empezando por el recuento de votos con Telefónica-Indra). La única manera de que cayese antes sería que se despejase la X sobre quién dio la orden al fiscal de lanzarse a la guerra sucia contra Ayuso... y que el Mr. X de ese claro Watergate acabase ante un tribunal. Tal vez por eso a Sánchez y Bolaños les han entrado unas prisas locas por controlar a los jueces. Le tienen bastante más miedo a los coletazos del Ayusogate que a la batalla de Waterloo.