La mentira contra Ayuso vive
Hacen tan invivible el servicio público, el querer aportar al común de tus conciudadanos, que al final acabarán consiguiendo que sólo pueda dedicarse a esa labor quien no valga para nada. Quienes puedan ganarse la vida de cualquier otra forma saldrán corriendo de la esfera pública. Y con toda la razón
Creo que como casi todos tengo una memoria muy precisa de aquellos días hace ahora cinco años en que cayó sobre nosotros la pandemia de la Covid. El 10 de marzo de 2020 se nos dijo a los redactores de ABC que empezáramos a teletrabajar. Especialmente en el caso de perfiles de riesgo como yo, que soy diabético tipo I desde 1989. Me fui del periódico, pero no a mi casa. Primero me fui con mi novia a la notaría a firmar las capitulaciones matrimoniales para nuestra boda prevista para el 21 de marzo. Después almorcé en el Nuevo Club con un grupo de amigos, todos mayores que yo. Desde ahí me volví a mi casa a escribir sobre el coronavirus. El 11 de marzo desperté a las 7,20 e intervine en Onda Madrid desde casa. Participé en reuniones ajenas al periódico por la mañana y trabajé desde casa hasta que a las 19,45 vino Bieito Rubido a mi domicilio para hablar de problemas de fondo de ABC. Después de nuestra conversación me fui a ver a un gran amigo a su casa en El Viso de Madrid y volviendo de allí, en el taxi, me sentí fatal. Al llegar a casa sobre las 23,00 tenía 38,3 grados. Me metí en la cama.
El 12 de marzo me encontraba francamente mal. Desde el primer momento tenía claro que había cogido la Covid y pretendía quedarme en la cama. Pero mi novia y mi hija mayor me hicieron ir a buscar una prueba que lo confirmara. De la Clínica Universitaria de Navarra nos despacharon diciendo que me metiera en la cama sin más. No tenían test. Un contacto consiguió que nos recibieran en el Ruber Internacional y por 400 euros me hicieron una prueba de Covid que para cuando me dio resultado confirmando mi infección, el 16 de marzo, ya casi me encontraba perfectamente. Entre tanto, había caído contagiada por mí mi novia –la única persona a la que soy consciente de haber pegado el virus– pero ya habíamos aplazado nuestra boda al 5 de septiembre. Y todavía habría que aplazarla una vez más hasta septiembre de 2021. Don Carlos Osoro, el oficiante, fue de una generosidad infinita.
Aquel marzo fue un tiempo de mucha zozobra. Todos recordamos cómo lo vivimos y las angustias que nos generó. Pero recuerdo todo esto porque teniendo buena memoria de lo vivido, lo que hemos presenciado esta semana contra la presidente de la Comunidad de Madrid ha sido lo nunca visto. Verdaderamente inimaginable. Hacen tan invivible el servicio público, el querer aportar al común de tus conciudadanos, que al final acabarán consiguiendo que sólo pueda dedicarse a esa labor quien no valga para nada. Quienes puedan ganarse la vida de cualquier otra forma saldrán corriendo de la esfera pública. Y con toda la razón.
La feria que ha montado el Gobierno desde el Equipo Nacional de Opinión Sincronizada, y dentro de él, desde los medios públicos como RTVE, ha sido algo inimaginable. Todo mentira tras mentira para explicarnos que el problema en España era Madrid. Negar los datos que demuestran que el número de muertes fue más alto —proporcionalmente— en comunidades gobernadas por el PSOE. Pero solo hubo una comunidad en España: Madrid. Y solo hubo un lote de inmensos imbéciles, los madrileños, que a pesar de lo mal que nos trató Ayuso le duplicamos su representación en la Asamblea de Madrid en las siguientes elecciones. Es evidente que nos merecemos que Sánchez ignore los resultados de las elecciones. La suya es una autocracia benévola. Sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. Como siempre ocurrió con los déspotas ilustrados.
Se pasó la pandemia citando a un Comité de Expertos que nunca existió. Impuso una reclusión —no confinamiento— que el Tribunal Constitucional declararía inconstitucional. Dos veces. Convirtió la mentira en un instrumento político válido. Manipuló a la opinión pública para convencernos de que lo estaban haciendo mejor que nadie cuando era exactamente al revés. Y todavía hoy siguen empleando los medios de comunicación afines para intentar imponer esa falsedad. ¿Y qué? Para él nada tiene consecuencias. Este aniversario, como tantas otras cosas que estamos viendo es una demostración de que la actual España es un Estado fallido. Dios nos ampare.