Asfixia
Podrá presumir con cierta razón Pedro Sánchez de las cifras de PIB –de la macroeconomía, que no de la micro–, pero no puede exhibir una política fiscal responsable. El Legislativo desconoce cuál era el objetivo del gasto y tampoco tiene capacidad de fiscalizar su ejecución
Más ruido. Hace falta más ruido. Gesticular mucho, hablar más y mucho más alto. Todo lo que sea oportuno para tapar que, aunque presuma de ser el presidente que más ha comparecido ante las Cortes, sigue incumpliendo sus obligaciones constitucionales. Los presupuestos que Pedro Sánchez reprocha a Carlos Mazón, respaldados por la mayoría de diputados elegidos por los ciudadanos, son los que él no ha tenido a bien llevar ante el Parlamento. Y no en una, sino en dos ocasiones. Su margen de maniobra para gestionar se estrecha. A pesar de sus trucos, tretas y pataletas, en tiempos de zozobra como los que vivimos puede hacerlo de forma alarmante. De momento, le ha salvado una recaudación récord que, merced a la inflación desbocada, ha saqueado nuestros bolsillos para llenar los de Hacienda. Pero la contención de la subida de los precios podría desbaratar sus planes en el momento menos adecuado para sus intereses.
Si la política presupuestaria es la ley más importante del año, porque es la que dota de fondos al resto de políticas públicas, Mazón ya tiene el proyecto para acometer la reconstrucción de las zonas devastadas por la dana. Ya tendrán ocasión sus electores o los tribunales de juzgar, cuando proceda, su catastrófica gestión de la tragedia. El plan del gobierno de España es, sin embargo, una hoja en blanco, el cheque que otros firmamos. Sin siquiera acuse de recibo. Podrá presumir con cierta razón Pedro Sánchez de las cifras de PIB –de la macroeconomía, que no de la micro–, pero no puede exhibir una política fiscal responsable. El Legislativo desconoce cuál era el objetivo del gasto y tampoco tiene capacidad de fiscalizar su ejecución. Dice haberse gastado miles de millones en Defensa y en Transición Social y lo hace sin aval alguno de las Cortes.
La anomalía democrática es mayúscula. En todos los órdenes de la vida pública. La separación de poderes y el sistema de pesos y contrapesos está gravemente averiado. Por no decir que se ha saboteado. La garantía de la ley, del ordenamiento jurídico, por encima de poderes y ciudadanos, no se hace efectiva en su totalidad. Mientras, los espacios de libertad para el ciudadano se achican. Unos hacen y deshacen a su antojo: véase Pedro Sánchez y María Jesús Montero con la Hacienda pública o José Luís Ábalos comprando casas en Perú y Colombia. Y otros pagamos con trabajo e intimidad. La Agencia Tributaria, que no se enteró de que el ministro viajaba por el mundo estableciendo residencias, pretende ahora fiscalizar si el coche que conducimos o los electrodomésticos que compramos se adecúan al nivel de vida que nos corresponde en función de los ingresos que declaramos. Mirarán con lupa los accesos a los campos de golf en la frontera de Portugal o los tickets de restaurante o peluquería en Andorra. Y, salvo que ostentemos mando en plaza en Moncloa o Ferraz, más nos vale que estén en regla.