No es el Ejército del PSOE, Margarita, es el de todos
¿Por qué se prohíbe la parada militar del 2 de mayo en Madrid que se celebraba desde hace 41 años? Por la fobia patológica de Sánchez con Ayuso, no hay más
Margarita Robles Fernández, de 68 años, es una jurista de ilustre trayectoria –llegó a magistrada del Supremo– y una pionera de las puertas giratorias entre la judicatura y la política (y viceversa). Lo mismo se pone la toga que se apalanca en el coche oficial, como ha hecho en los gobiernos de González y Sánchez.
En la balsa de la Medusa que es el Ejecutivo de Sánchez, Margarita emerge como la tuerta en el reino de los ciegos. A veces muestra una dignidad que está por encima de la media ministerial (y además anda a sopapo limpio con Marlaska y Albares, lo cual supone un indicio de cordura). Pero al final del día, el famoso «sentido de Estado» de Margarita siempre se esfuma y acaba poniéndose firme a las órdenes de Sánchez, sea cual se la tropelía que acometa su jefe.
Margarita funciona a lo Doctor Jekyll y Mister Hyde. En ocasiones tiene gestos que la honran. Por ejemplo, fue el único miembro del Gobierno que mostró humanidad y empatía durante la tragedia del coronavirus, con un sentido rezo en la morgue del Palacio de Hielo. También mantiene siempre la cortesía, algo que se agradece en un Gobierno donde energúmenos como Puente se dedican a insultar a los periodistas que no son pesebristas del PSOE.
Lástima que Margarita es también fuente de profundas decepciones. Estamos ante la jurista española de amplios conocimientos que tras unas efímeras dudas acabó tragándose sin pestañear los indultos y la amnistía. Estamos ante la ministra que en la primavera de 2020 mostró la gallardía y la honestidad de defender a la directora del CNI, Paz Esteban, cuando ERC pedía su cabeza… Y es también la ministra que solo seis días después dio marcha atrás y entregó esa cabeza en bandeja de plata a Junqueras por orden de Sánchez.
En resumen, el supuesto «sentido de Estado» se llama «lo que diga Sánchez». El último ejemplo es la supresión de la parada militar que desde hace 41 años viene celebrándose en Madrid el 2 de mayo, fecha en que se conmemora el bravo levantamiento de los madrileños contra los invasores franceses.
El Gobierno ha prohibido este año la presencia de militares en el acto, un ritual que había comenzado en 1984, con el socialista Joaquín Leguina como presidente madrileño. Si durante cuatro décadas no ha habido problema alguno, ¿por qué ahora no puede celebrarse ese pequeño desfile en las conmemoraciones del 2 de mayo? Elemental: porque Sánchez sufre una fobia patológica hacia Ayuso, que lo ha llevado al extremo de lanzar una guerra sucia contra ella a través de su fámulo García Ortiz. Lo de prohibir el desfile no es más que una forma bastante borde y tontolaba de molestar a su odiada Comunidad de Madrid, de decir, «pa chulo, el menda».
No habrá soldados en el 2 de mayo porque es un acto de Ayuso. No hay más. Y hace muy mal Margarita en actuar como si las Fuerzas Armadas españolas fuesen el Ejército del PSOE, porque están al servicio de todos los españoles (y con el deber supremo de defender la integridad de la nación y el orden constitucional).
Los madrileños querían esa parada militar en el 2 de mayo, una tradición ya asentada. Y resulta evidente que a los militares también les habría gustado estar en ella. Aunque con su excelente disciplina callan, como es su deber y como hacen siempre, pues no puede ser de otra manera (aunque en su fuero interno a ningún soldado español le gusta ver a su Gobierno bailando a la orden de un prófugo golpista).
Una pena, Margarita, hacer de nuevo de guiñol de la cachiporra de Sánchez. A ver si la próxima vez hay más suerte y asoma por fin ese ya mitológico «sentido de Estado».