Cartas al director
Odio a la libertad
En su novela Historia de dos ciudades, Dickens escribe esta reflexión: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; el tiempo de la primavera, de la esperanza y del invierno, de la desesperación». ¿No les da la impresión de que está diseccionando el panorama político que, de manera lamentable, estamos viviendo actualmente? España, como muchos otros países, está enferma de odio. De un odio que no permite la discrepancia, porque quien no piensa según los rígidos cánones del populismo es un «facha» o un «paria progre». Todo esto se debe a la moral dominante, aunque no de forma total y absoluta, donde todo parece conducir a un control casi totalitario de la libertad de expresión, para no perjudicar a los demás. Nadie habla hoy del deber, sino únicamente de no perjudicar a los demás. Hoy los valores políticos solamente sirven para crear meros ideólogos y demagogos que, como afirma H. L. Mencken, «predican doctrinas que saben que son falsas a personas que saben que son idiotas». Como sociedad, tenemos que reconocer que la comunicación es difícil, y expresar nuestros sentimientos y pensamientos públicamente no es algo que la mayoría de la gente haga muy bien. De hecho, algunas personas que son excepcionalmente buenas comunicando de la manera correcta tienen ideas terribles. Y algunos de los mejores artistas y creadores de la historia eran personas trágicamente horribles. ¿Debemos anular la música de Richard Wagner por su antisemitismo? ¿Debemos evitar a los Beatles porque John Lennon era violento y abusaba de las mujeres? ¿Y Michael Jackson? El hecho de que hayamos emitido un juicio sobre algo o alguien no significa que podamos imponer nuestra preferencia a los demás. Tal y como dijo Evelyn Beatrice Hall: «Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo».