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21 de septiembre de 2024

Cartas al director

Viaje a ninguna parte

Pablo Iglesias decidió hace unos días que Podemos formaría grupo propio en el Congreso de los Diputados, Ione Belarra lo escenificó en su función de secretaria general, lanzando un misil directamente a la línea de flotación de Pedro Sánchez a cuento de su reunión con Benjamin Netanyahu. Lo que a la derecha le parecía una irresponsabilidad del presidente del Gobierno en favor de la causa palestina, Belarra lo retrataba como una hipocresía inaceptable. La presencia de Podemos en el Gobierno era igual a cero, los puentes estaban rotos, todas las licencias estaban permitidas. Podemos es un juguete roto en manos de su fundador, un juguete revestido de feminismo de última generación, en manos de un macho alfa de libro, un ejército de Pancho Villa que anda por la vida política como pollo sin cabeza y que pretende ahora volver a los montes de donde bajó, sin asaltar los cielos, para instalarse en la plácida moqueta de los aledaños al poder. Ha sido víctima de sus propias contradicciones, de su falta de ambición, de su querencia hacia las esencias más rancias de la izquierdona y, todo hay que decirlo, ha sido víctima de la traición y el ninguneo más despiadado de Yolanda Díaz, que hoy no sería nadie en la política española sin el encumbramiento de Iglesias. Lo demás es harina de otro costal y tiene que ver bastante con la falta de amplitud ideológica de Pablo Iglesias, demasiado joven aún para estar tan obsesivamente ligado a la ranciedumbre del viejo comunismo español, siempre incapaz de formalizar un programa social ambicioso al tiempo que comprensible para los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Un Iglesias que nunca ha dejado de creer que el futuro de la izquierda más radical pasa en España por estar bailando un eterno corro de la patata con los enemigos del país, los independentistas, los de la teoría del «cuanto peor para España mejor para nosotros».

Finalmente ha sido víctima de Yolanda Díaz, pero sobre todo, de su propia y casposa visión de las cosas, de su radical falta de autenticidad y, en el fondo, de su desprecio a lo que España es más allá de su restringido ángulo de visión. Podemos adquiere ya la categoría de anécdota política, pasa en menos de diez años de ser una amenaza para la hegemonía del PSOE en el ámbito de la izquierda a ser un cachivache terminal en manos de la pareja Iglesias-Montero. Por el camino quedan cuerpos incorruptos dispuestos a seguir dando guerra en la política española. Veremos a Íñigo Errejón, siempre tan bien instalado en la zona confortable, pero infinitamente con más visión estratégica que Iglesias, o veremos a una Teresa Rodríguez, con una honestidad incuestionable, y que sería una referencia total para la izquierda más auténtica y radical si no se empeñara en encuadrar lo suyo en una suerte de nacionalismo andaluz que satura más que aporta.

Genaro Novo

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