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Cartas al director

Por un humanismo cristiano

San Juan Pablo II, además de un hombre santo, fue una persona que por su trayectoria vivencial adquirió una experiencia humana de sobresaliente envergadura. Ello le llevó a advertir proféticamente de determinados peligros que acechaban a una sociedad que deambulaba ya insegura de su rumbo: «El hombre se siente amenazado en su existencia biológica por una contaminación irreparable, por manipulaciones genéticas, por la supresión de la vida que aún no ha nacido. Su ser moral puede ser convertido en presa del hedonismo nihilista, del consumismo indiscriminado y de la erosión del sentido de los valores» (1990).

Desde hace varias décadas las consecuencias derivadas del humanismo materialista se están dejando sentir de manera deplorable en todos los ámbitos de la sociedad; aspectos como la convivencia ciudadana, la vida política, cultural, etc. se están degradando de manera notable.

El humanismo tiende a hacer al hombre, a valorar al hombre, como lo que realmente es: un ser humano. Y un ser humano encarna no solamente la trascendencia que lo sustenta, sino también aquellas virtualidades que lo enriquecen, como su historia o el medio en el que desenvuelve su vida: su familia, su trabajo, su ámbito social, su ciudad, su nación… Pero, indudablemente, la esencia de esa trascendencia radica en la relación del hombre con Dios; de ahí que, por expresarlo de alguna manera, a medida que el hombre en vez de divinizar su vida la vaya materializando, a medida que en el hombre prevalezca en un primer plano lo material relegando a un segundo plano o, desgraciadamente, al olvido la religiosidad, la vida será un enfrentamiento de intereses, una lucha continua como un permanente incendio de calamidades que es lo que en la actualidad estamos apreciando.

Sí, se hace preciso volver a nuestras raíces, a nuestras tradiciones, a nuestra historia. Y nuestra historia ha sido, desde hace siglos, la de un humanismo cristiano.

Juan Antonio Narváez Sánchez

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