Cartas al director
Chesterton y el espíritu de la Navidad
Los cristianos celebramos una Fiesta de Navidad muy diferente de esa celebración profana y vacía que últimamente está de moda. «Quitad lo sobrenatural y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural», decía Chesterton. La Navidad es la conmemoración de la reconciliación de Dios con el hombre. En ella reconocemos que nuestra humanidad frágil e inerme ha sido revitalizada por ese brote del tronco de David que quiso hacerse como uno de nosotros. Y como esa unidad de Dios con el hombre debe hacerse sensible, cantamos, montamos belenes y nos reunimos con nuestros familiares, rememorando que el Niño Dios fue acogido en una familia, como nosotros mismos lo fuimos. Chesterton escribió que «adorar a Dios significaba hasta la Navidad, elevar los ojos a un cielo inescrutable que nos sobrecogía con su inmensidad; a partir de la Navidad adorar a Dios significa volver los ojos al suelo, incluso acostumbrarlos a la luz mortecina de una cueva, para reparar en la fragilidad de un Niño que gimotea entre las pajas. Las manos que habían modelado el universo se convierten, de súbito, en unas manos diminutas». Los pastores son los primeros en adorar a ese Niño nacido en una cueva; su fe había soñado con un Dios como este, que acampe entre sus rebaños, padeciendo sus mismas zozobras. En Navidad no podemos olvidar a los pobres, a los migrantes, a los que están solos y a los sin techo. Hacerlo sería ir contra el espíritu navideño. La Sagrada Familia fue migrante, pobre, sin techo y -humanamente- estuvo sola. Con ello nos sigue transmitiendo que comprende y bendice a quienes en Navidad están en su misma situación y que en el Portal de Belén siempre habrá sitio para los desamparados. Allí seguirán teniendo hambre y frío, pero con el calor y la felicidad que produce estar con la mejor Familia.