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Editorial

Un Gobierno vencido y terminal

La triple fractura de un Gobierno que ya nació dividido ha alcanzado su inaceptable cénit en asuntos relativos a la Seguridad Nacional

Actualizada 07:47

Al bochorno del espionaje «externo» al presidente y a la supuesta investigación a dirigentes separatistas, impecable si se hizo con amparo judicial, se le ha añadido el enésimo espectáculo de división, enfrentamiento y reyerta entre las distintas facciones de un Gobierno decrépito y construido a retales que ahora saltan por los aires.

Que Sánchez sufra el acoso de su socio de coalición, Podemos, y de su mayor aliado, ERC; retrata la naturaleza espuria de su matrimonio de conveniencia, iniciado con la moción de censura y prolongado desde entonces para desgracia de España, sumida en una degradación institucional sin precedentes.

A ese fenómeno se incorpora también la encarnizada pelea en el seno de cada miembro de la coalición, hasta límites dantescos: de un lado, Yolanda Díaz y el resto de Podemos no pierden la ocasión de denigrarse y, de otro, Margarita Robles y Félix Bolaños libran una sutil guerra de supervivencia con Marlaska, y el propio Sánchez tal vez, haciendo de muñidores o refuerzo de una de las partes, en concreto del ministro de Presidencia.

La triple fractura de un Gobierno que ya nació dividido se ha percibido en toda su acción desde el primer minuto, y en especial en la crucial área económica; pero ha alcanzado su cénit en asuntos relativos a la Seguridad Nacional que por definición deberían quedar al margen del debate público y generar una discreta cohesión siempre.

El erial que va dejando a su paso Sánchez, incapaz de apartar a las principales instituciones del Estado de su juego de cambalaches y chantajes, no conoce fronteras

Que se esté discutiendo sobre si el Estado espía a golpistas confesos, cuando no condenados, permitiendo que la legítima labor del CNI se presente como un abuso totalitario, es achacable en exclusiva a un Gobierno incapaz de asumir sus responsabilidad por temor a la respuesta de sus aliados.

El triste legado de Sánchez

Y que crezcan las dudas sobre el espionaje al propio presidente y la relación de ese caso con el cambio de postura de España en el Sáhara, es inaceptable en una democracia sana.

Pero que además ambos sucesos solo estén sirviendo para exponer impúdicamente el pulso de las distintas tribus del Gobierno, ya resulta insoportable: el erial que va dejando a su paso Sánchez, incapaz de apartar a las principales instituciones del Estado de su eterno juego de cambalaches y chantajes, no conoce fronteras.

Y esa degradación de todo, al paso de un Atila de la política, deja una huella difícil de borrar en España e imposible de ocultar ya al mundo: el legado del sanchismo, un régimen que parece ubicado ya en su fase terminal aunque ésta se prolongue hasta el final de la legislatura, va a ser tan profundo y dramático como difícil de restañar al corto plazo.

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