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Editorial

El invierno demográfico de España está muy cerca

Las previsiones demográficas apuntan a un envejecimiento imparable de la población, aunque todavía se está a tiempo de encauzar con medidas previsoras esa realidad hacia un desarrollo social y económico más fecundo y sostenido

Actualizada 01:25

El invierno demográfico es una realidad implacable e inevitable en España. Pocas previsiones hay tan certeras para el porvenir de nuestra sociedad. Aunque también existe la certeza de que es posible no conformarse solo con ajustar los servicios y atenciones del Estado a este envejecimiento de la población. Con las medidas adecuadas y, sobre todo, previsoras podemos convertir esa realidad no solo en una oportunidad, sino también en el contrapunto a un rejuvenecimiento crucial para el futuro de la sociedad española.

El presidente de la Universidad Internacional de la Rioja, el geógrafo Rafael Puyol, ha esbozado en estos días en nuestro espacio de opinión «En primera línea» el previsible retrato de la población española en 2035. Y de su clara y detallada descripción se extraen dos enseñanzas conocidas e irrebatibles, pero aún no asumidas en toda su dimensión.

La primera es que, sin la llegada de extranjeros, perderíamos habitantes, una masa de población vital que nos permite disfrutar de volumen, diversidad y riqueza cultural.

La inmigración, en fin, se ha convertido en un elemento estructural de la sociedad española. Y su aportación a la natalidad seguirá siendo también esencial, a pesar de que se prevé un aumento de la «natalidad nacional» a finales de esta década. Otra razón añadida a las estrictamente humanitarias para desarrollar una política migratoria ordenada que, sin falsos buenismos pero también sin prejuicios demagógicos, encauce un caudal necesario en todos los sentidos.

Y la segunda enseñanza es que el aumento de la esperanza de vida entre la población no puede ser entendida en modo alguno como una mala noticia. Es verdad que habrá que afrontar las consecuencias que la inversión de la pirámide demográfica tendrá en las pensiones, la salud o los servicios de dependencia. Pero también ofrecerá el aprovechamiento de nuevos recursos sociales y económicos, tanto por la fuente de trabajo y experiencia que representan los trabajadores sénior, como por las nuevas actividades productivas que están surgiendo y se extenderán en el futuro para atender a esta población mayor, lo que se conoce como Silver Economy.

En definitiva, nos encaminamos a una sociedad española que, básicamente, crecerá en número y que estará compuesta por menos jóvenes, más inmigrantes y más personas de edad, sobre todo mujeres.

Y ante ese panorama evolutivo ya está tardando el establecimiento de una política demográfica que, de modo integral, trate de acoger y encauzar la llegada de inmigrantes, de afrontar los desafíos del envejecimiento y, por encima de todo, mejore la natalidad.

Porque de nada vale hacer equilibrios entre inmigrantes y ancianos si no hay un plan de rejuvenecimiento. Aunque se nos olvide, no existe futuro para una sociedad si no llegan a ella nuevos individuos, que son a la vez los ciudadanos, productores y consumidores que le dan sentido.

Las políticas del Gobierno, desgraciadamente, no van en esa dirección: se estigmatiza la maternidad, como si fuera una enfermedad incompatible con el progreso femenino; se prioriza la cultura de la muerte, con leyes nihilistas como la del aborto o la eutanasia; se ignora al medio rural aunque se hable mucho de la «España vaciada» y al respecto de los mayores no se hace nada salvo intentar manipularles con la gestión de las pensiones, como si fueran meros objetos electorales carentes de otras expectativas e ilusiones.

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