El Rey en España
Es indecente que se trate a Juan Carlos I como a un preso de permiso y se le obligue a visitar a España de manera casi clandestina
Don Juan Carlos está en España, por segunda vez en un año, con una agenda estrictamente privada que le llevará a disfrutar de una de sus grandes pasiones, las regatas, en compañía de amigos de siempre y alojado en la casa de uno de ellos en Galicia.
Que ésas sean las condiciones y se deba insistir en ellas para calmar la ira de sus detractores ya demuestra algo indigno: parece que la única forma de permitir que el Rey visite su país es con el rigor de un preso de permiso, algo insólito para alguien sobre quien no pesa ningún tipo de sanción penal y goza, sin embargo, de un amplísimo respaldo popular fruto de su formidable trayectoria, plagada de inmensas luces pese a sus sobredimensionadas sombras.
Achacarle al Rey Juan Carlos la expectación que genera, reprocharle una vista privada, condicionar su agenda y estigmatizarle pese a su inocencia componen un paisaje desolador y muy injusto en cualquier circunstancia, pero especialmente en una marcada por la indulgencia con quienes no se la merecen.
Porque es insoportable que la presencia del arquitecto de la Transición, sin el cual el salto a la democracia no hubiera sido tal vez ni tan pacífico ni tan ejemplar, genere más discusión que los indultos a los condenados del «procés» o el acercamiento al País Vasco de etarras crueles como Txapote.
Y es indecente que quienes más cuentas le pidan, en aras a una ejemplaridad de la que ellos carecen, sean quienes menos fácilmente saldan las suyas: no es precisamente Sánchez, ni nadie de su Gobierno, el más adecuado para presumir de probidad, con ese historial de varapalos del Consejo de Transparencia, la Audiencia Nacional o el Tribunal Constitucional.
La carrera de Juan Carlos I y su avanzada edad reclaman algo más que condescendencia condicionada por parte de las autoridades españolas, que han encontrado en el cerco a su figura una manera de mantener en cuarentena el llamado «Régimen del 78», objeto de todos los desprecios por parte de las fuerzas que mantienen a Sánchez en la Presidencia.
No puede ser que se indulte a golpistas y se acerque a terroristas y la polémica se centre en la visita del Rey de la Transición
Al Rey, que pagó con la abdicación un altísimo precio a sus errores y situó el listón de la asunción de responsabilidades a un nivel que nadie más se ha aplicado, no hay que perdonarle la vida.
Hay que restituirle sus derechos, permitirle desarrollar en España la actividad que considere oportuna, resarcirle de la indigna persecución que padece y agradecerle su formidable hoja de servicios a su país. Tratarle como un prófugo e imponerle algo parecido a la clandestinidad cuando vuelve a España no sólo le denigra a él: también devalúa su obra, sin la cual no se puede entender el país democrático y próspero que tantos ahora están a punto de malograr.