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Editorial

González, Sánchez y Puigdemont

Felipe González podría ayudar si, siguiendo el ejemplo de algunos de sus compañeros de partido, como Nicolás Redondo, anunciara que abandona este PSOE. No sería definitivo, pero sí concluyente para que los votantes socialistas, y todos los españoles, adivinaran de verdad dónde está el PSOE sanchista. Y dónde deba estar España

Actualizada 01:30

Con la habitual mesura con la que Felipe González suele teñir sus declaraciones desde que dejara de ser presidente del Gobierno, las que ayer mantuvo en la entrevista radiofónica con Carlos Alsina en Onda Cero, y que merecen ser escuchadas en su totalidad, contienen claridad y contundencia suficientes para que los ciudadanos que todavía se consideran votantes eventuales del PSOE actual se lo hagan ver. Así, González afirmó que se siente «huérfano de representación política» tras mantener que el PSOE «no tiene nada que ver con los independentistas ni con Bildu» y, entre otras interesantes cosas, que «en la marco de la Constitución no caben ni el derecho de autodeterminación ni la amnistía». Y para redondear la ocasión: «El derecho de autodeterminación es en realidad el de autodestrucción». Pena fue que cayera en la tergiversación sanchista de, a efectos de las eventuales coaliciones, igualar Bildu con Vox, en la línea que mantiene su sucesor actual en la Moncloa. Nadie, ni sus mismos militantes, ocultan la inclinación conservadora de Vox. Tampoco nadie puede acusarles de ser responsables de hechos delictivos o criminales. Hora es de recordar los crímenes cometidos por muchos de los integrantes de Bildu, empezando por su propio cabecilla, el criminal convicto y confeso Arnaldo Otegui.

La manifiesta incomodidad con la que Sánchez debió recibir las declaraciones de Gonzalez fue abundantemente puesta de manifiesto por la otrora alcaldesa de Puertollano y hoy portavoz del Gobierno sanchista, Isabel Rodríguez, incapaz de sortear con la mínima prestancia las preguntas que le dirigían los periodistas sobre los voceros del día. González, de un lado, pero también Puigdemont, «Puchi» para sus íntimos, delincuente perseguido por la justicia que concede audiencias en Bruselas a la vicepresidenta del Gobierno de Sánchez. Y el que fuera miembro activo de ETA, y ahora líder de Bildu, Arnaldo Otegui. Ambos ahora solicitados y necesitados por Sánchez para alcanzar el número de diputados que en una eventual investidura le permitieran permanecer en la Moncloa.

Puigdemont, que en 2017 se fugó de España escondido en el maletero de un automóvil tras haber promovido la ilegal declaración de independencia de Cataluña, y tras años de oscuridad y nadería, aparece hoy como el «king maker», el que tiene en su mano la llave para organizar el Gobierno de España. Y después de la audiencia concedida a Yolanda Díaz, «Yoli» para los íntimos, ha enumerado sus condiciones para el arreglo: amnistía desde 2014, referéndum de autodeterminación, mediadores internacionales para encontrar salida al «conflicto» y, por si falta algo, persistencia de la «unilateralidad», la reclamación de la independencia, por decirlo de otra manera. No falta nada.

Otegui, siguiendo los pasos de su colega separatista catalán, no ha querido quedarse corto: independencia por supuesto para el País Vasco, al que ya considera integrado no únicamente por tres sino por siete provincias. Navarra, naturalmente incluida. Y anuncia su propósito de presentar su candidatura a la Presidencia del Gobierno Vasco para las elecciones que deben tener lugar en 2024. Sería una gran noticia: la banda terrorista ETA se hace con la responsabilidad de presidir el territorio que entre tantos otros españoles fue objeto de su criminal actividad.

De modo que, si ambos consiguen sus propósitos, Sánchez sería elegido presidente de un Frankestein II que tendría en su programa la desaparición de España como «patria común e indivisible de todos los españoles». Y su recreación en una neo Yugoeslavia multinacional, posiblemente embravecida y seguramente mortal. Éstas son las bromas de Pedro, la Yoli, el Puchi, el Arnaldo y compañeros de fatigas. No se puede pedir más para una comunidad en patente desarreglo. Cuya primera solución tiene un camino: elecciones que consigan poner a Sánchez en la calle.

Felipe González podría ayudar a conseguirlo si, siguiendo el ejemplo de algunos de sus compañeros de partido, como, por ejemplo, Nicolás Redondo, anunciara que abandona este PSOE. No sería definitivo, pero sí concluyente para que los votantes socialistas, y todos los españoles, adivinaran de verdad dónde está el PSOE sanchista. Y dónde deba estar España.

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