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Editorial

Los agresores sexuales beneficiados por el Gobierno

La polémica por Rubiales no puede esconder la gravedad de los efectos de las decisiones de Sánchez en la integridad de las mujeres

Actualizada 01:30

Uno de los más de mil beneficiarios de la llamada ley del 'solo sí es sí' agredió esta semana a una mujer en la localidad sevillana de Dos Hermanas, en un violento ataque sexual con un palo que solo pudo cometer porque había salido de la cárcel en abril, en vergonzosa aplicación de la reducción de su condena prevista en la nueva legislación.

El hombre intentó violar a la víctima, asaltándola en un descampado con furia, lo que demuestra también el escaso éxito de la reinserción de los delincuentes sexuales, cuyas perversas pulsiones se antojan incurables para numerosos especialistas. La mujer pudo zafarse, felizmente, pero estuvo a punto de sufrir una tragedia irreversible.

No es sencillo saber cuántos casos más hay parecidos a éste, pero sí cuántos delincuentes se han beneficiado de una ley ya modificada cuyos efectos, sin embargo, son formidables: más de mil bárbaros, con antecedentes por delitos especialmente repudiables y reincidentes, han visto acortarse su cautiverio por una decisión política adoptada a sabiendas de los daños que iba a provocar, desoídos de forma reiterada.

Y nadie ha pagado un precio por ello. No desde luego Irene Montero, como impulsora del desastre desde su lamentable Ministerio de Igualdad, una burda sucursal del feminismo más reaccionario y delirante, sufragado con ingentes cantidades de dinero público y solo válido para recrear un proyecto de ingeniería social regresivo, injusto y desquiciado.

Y tampoco Pedro Sánchez, primer firmante de aquella legislación que ignoró los avisos del Poder Judicial y del Consejo de Estado, entre tantos otros igual de nítidos. Todas las alertas fueron desechadas, alimentando así la liberación de auténticos depredadores como el de Dos Hermanas.

Resulta lamentable que los poderes públicos generen problemas que no existían para consolidar visiones ideológicas tan absurdas como la «guerra de géneros», un pulso artificial entre hombres y mujeres que pretende esconder la realidad social de España, muy asentada en los valores de la igualdad, y enterrarla con un maniqueísmo indigno para victimizar a todas las mujeres y señalar a todos los hombres.

Pero se antoja aún más impresentable que, cuando se constata el desperfecto, nadie lo asuma y dimita, con una disculpa pública creíble y un propósito de enmienda imprescindible para merecer, algún día, una cierta indulgencia.

Y si esto vale para Luis Rubiales, cuyo deplorable comportamiento hay que ubicarlo más en el terreno del mal gusto y de la falta de idoneidad para el cargo que en el de los abusos sexuales, mucho más para un Gobierno plagado de profetas del apocalipsis feminista que, en la práctica, han expuesto a las mujeres a riesgos inasumibles por su contumacia sectaria y su insoportable arrogancia ideológica.

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