Gana Puigdemont, pierde España
Sánchez subordina los intereses nacionales a sus ansias de poder y alimenta como nunca la deriva hacia la ruptura de España
El PSOE mantendrá el control del Congreso, con una presidenta tan inadecuada como la inexperta nacionalista Francina Armengol, gracias a su sumisión escandalosa ante todo el separatismo y, en especial, con el prófugo Puigdemont.
El mero hecho de negociar con partidos y dirigentes que solo están dispuestos a llegar a acuerdos si les sirven para consolidar sus posiciones anticonstitucionales es ya escandaloso. Y cerrar esos pactos supera simplemente las líneas rojas más elementales exigibles a un aspirante a presidente del Gobierno y le sitúan, a él mismo, como un elemento desestabilizador del Estado de derecho, cuando no en una amenaza.
Al respecto de esto da cuenta ya el acuerdo menor para controlar el Congreso, sustentado sin embargo en concesiones de gran trascendencia: imponer el uso del catalán en el propio Parlamento y sugerírselo a Europa o «desjudicializar» el conflicto, lo que equivale a dejar impune a todo aquel partícipe en el mayor desafío sufrido por la democracia española, aquel 1 de octubre de 2017.
Y esto solo es el comienzo, porque todos los respaldos a Sánchez, empezando por el de Puigdemont, han dejado muy claro que esas concesiones son apenas el preámbulo de lo que el PSOE deberá negociar y aceptar si quiere garantizarse la investidura.
No hay que ser adivino para identificar las exigencias, ya visibles, ni tampoco la insólita disposición de Sánchez a asumirlas: una amnistía general de los casi 4.000 encausados por el procés, a quienes se les reconocería por tanto la condición inaudita de presos, perseguidos o refugiados políticos.
Y un referéndum de independencia en Cataluña, bajo el probable epígrafe de «no vinculante» que permita, con la ayuda de Conde Pumpido, superar los obstáculos previstos en la Constitución. Esto es lo que seguramente vayamos a ver de manera inminente en las negociaciones entre el PSOE y el independentismo en los próximos días, con el impulso irresponsable de Sánchez y la victoria política, rotunda, de quien aún hoy es un prófugo de la Justicia asentado en Bélgica.
Son días tristes para España, impotente ante la deriva de un líder socialista sin límites que pretende esconder la verdadera naturaleza de su estrategia: camufla su derrota en las urnas poniéndose al frente de una inexistente «mayoría social» y presenta su sumisión ante el separatismo como una «apuesta por la diversidad».
Lo que vemos, en realidad, es una extorsión indecorosa en la que Sánchez se comporta como un secuestrado dispuesto a pagar lo que le pidan, aunque en el viaje conceda o legitime lo que no está en su mano y es incompatible con la idea constitucional de una España de libres e iguales sometidos a las mismas reglas y unidos en un proyecto único, ya suficientemente respetuoso con las distintas culturas e idiomas que conforman nuestra identidad nacional.
Sánchez no tiene garantizada aún su investidura, aunque el acuerdo en el Congreso la acerque. Pero España sí puede dar por seguro que, si logra mantener la Presidencia, será a cambio de cesiones sin precedentes, indignas de un custodio de la Constitución que ha aceptado denigrarla para retener su triste puesto.