No es solo Ábalos: se trata de Sánchez
El líder del PSOE ya es culpable político de la infame trama que le rodea, pase lo que pase luego en el Supremo
La imputación en el Tribunal Supremo de José Luis Ábalos es, además de una causa penal para la mano derecha histórica de Pedro Sánchez, un señalamiento en toda regla para el presidente del Gobierno y líder del PSOE.
Los delitos, en el caso de que se demuestren, son por definición individuales, pero las responsabilidades y culpas políticas sí pueden y deben ser colectivas cuando los primeros se cometen desde las instituciones y con el amparo de ellas.
Todo lo que Ábalos haya podido hacer con Koldo García, su hombre de confianza y aparente gestor de la trama de las mascarillas, lo hizo con la complicidad por acción u omisión de Sánchez, de su Gobierno y de las administraciones socialistas que le adjudicaron contratos millonarios a empresas creadas cinco minutos antes o con poca trayectoria en la materia.
Algo que resulta especialmente oscuro al constatarse que en el epicentro de esta red aparece el mismo nombre, Víctor de Aldama, presente también en la gestión del rescate a Air Europa, las siniestras reuniones con Delcy Rodríguez o en la cátedra de Begoña Gómez. Koldo no pudo actuar sin Ábalos y Ábalos tampoco sin Sánchez, en un plano al menos político, evidenciado además por la protección que todos ellos tuvieron de la Moncloa hasta el penúltimo minuto.
Frente a la propaganda oficial que pretende instalar en la opinión pública la idea de que Sánchez actuó con «determinación» cuando trascendieron las andanzas de la trama, los hechos dicen lo contrario.
El líder del PSOE ignoró primero las denuncias transmitidas por un despacho de abogados sobre los negocios espurios de la trama, tal y como reveló otra de las exhaustivas investigaciones de El Debate. Después destituyó a Ábalos sin dar ninguna explicación y escondiendo lo que ya, como poco, se podía sospechar. Y finalmente le renovó como diputado, quizá para que mantuviera una retribución pública suficiente. El presidente, en resumen, no hizo otra cosa que proteger a su colaborador hasta que necesitó ajusticiarle en público para salvarse él mismo de la quema.
Sánchez ya es responsable político de todos los escándalos de corrupción que le rodean, haya o no condenas legales al respecto, algo que no debería hacer falta recordarle a alguien que justificó su llegada a la Moncloa, pese a perder siempre en las urnas, por la necesidad de regenerar la política nacional con transparencia y ejemplaridad.
Justo lo que no ha tenido ni en su Gobierno, ni en su partido, ni en su familia, ni, desde luego, en su propio despacho. Quizá haya sentencia condenatoria algún día a Ábalos, tras un proceso con las necesarias garantías, pero el fallo político contra Sánchez ya es inapelable. Y no es precisamente de inocencia.