El PP pone sobre la mesa su alternativa a la degradación del PSOE
La ‘Declaración de Asturias’ contrapone una regeneración democrática útil a la degeneración que encarna Sánchez
El PP ha celebrado este fin de semana una importante reunión entre su presidente nacional, Alberto Núñez Feijóo, y sus presidentes y barones autonómicos, que son muchos de un gran poder territorial. Y la cita es crucial por varias y relevantes razones que ni sus más conspicuos detractores podrán negar.
Para empezar, porque demuestra la unidad de la oposición en un momento crucial y entierra la falacia de un enfrentamiento soterrado entre Feijóo y sus más relevantes líderes autonómicos, con Ayuso a la cabeza.
Una especie aireada por quienes, a falta de propuestas propias, viven instalados en la criminalización de la alternativa, tratada de radical sin el menor respeto por la verdad, o la búsqueda de la quiebra de su cohesión, que es firme aunque no monolítica: ojalá en el PSOE se vieran un algo de contestación interna a los desvaríos de un líder cesarista que ni admite ni tiene réplica a sus incontables abusos.
También es reseñable este encuentro porque, frente a las políticas improvisadas del PSOE, que carece de criterio y se deja mecer por las negligentes imposiciones de sus socios, la «Declaración de Asturias» propone a los españoles una hoja de ruta reconocible, sin sobresaltos e insertada en la tradición jurídica y cultural recogida en la Constitución, hoy objeto de un burdo cambalache entre un presidente sin fuerza y los interventores que le han arrendado la Presidencia.
Desde luego es apreciable el esfuerzo del PP por acometer el evidente problema de la vivienda en España, con una batería de medidas que desechan la ideología populista del Gobierno y se dirigen al epicentro de las soluciones: garantizar avales de mayor duración, promocionar suelo público, garantizar la seguridad jurídica de los propietarios frente a la lacra de la okupación estimulada por el Ejecutivo y establecer cuantiosas rebajas fiscales es bastante mejor, sin duda, que enfrentar a los dueños con los aspirantes a inquilino o intervenir el mercado de manera zafia e inútil.
También es oportuno señalar el imparable deterioro del Estado de derecho y comprometerse a luchar contra esa deriva, presente desde el momento en que Sánchez aceptó alcanzar el poder con partidos a los que debía ayudar a aislar y a cambio de adoptar sus peligrosas agendas, sustentadas en un rancio populismo y un inquietante deseo de ruptura.
Y no sobra, sino todo lo contrario, la oposición del PP a la batería de reformas legales que aspiran a maniatar a la Justicia, imponer un bozal a la prensa crítica y finalmente conceder impunidad a Sánchez, cercado por casos de corrupción que en cualquier democracia occidental tendrían un precio político inmediato y, en España, se pretenden convertir en una inexistente conspiración política contra ese Gobierno sustentado en una inexistente «mayoría social».
Al PP hay que agradecerle que fije una agenda clara, en lo económico, lo institucional y lo judicial. Y que lo haga desde una cohesión interna imprescindible para ganarle el pulso a un autócrata sin líneas rojas. Solo cabe esperar que, además de tener claras la ideas, disponga de la energía suficiente y de la claridad necesaria para llevar a la práctica, hasta las últimas consecuencias, esa propuesta, un auténtico antídoto contra la degradación democrática que sufre España con este presidente sin norte.