La trampa de Tucídides
Lo único que parece claro es que todo va muy deprisa y las decisiones europeas son siempre lentas. Y el mundo no nos espera
De acuerdo con el pensador griego Tucídides -que fue un pésimo general, aunque un magnífico escritor-, Esparta, que contaba con un ejército muy superior al de Atenas, pero era una potencia comercial muy inferior, estaba atemorizada por el auge que venía experimentando esta última. Fue el miedo el que la llevó a la guerra, la cual acabaría con los dos centros de poder de la antigua Grecia. El término «la trampa de Tucídides» evoca este fenómeno, pero refiriéndose ahora a EEUU y China.
Basado en los tiempos de la Guerra Fría, el orden nacido de la Segunda Guerra Mundial se ve sometido a una fuerte competencia política que esconde una potente confrontación tecnológica. Allá donde los actores del pasado conflicto –los EEUU y la URSS– no podían competir en la esfera tecnológica por la evidente inferioridad del segundo, la lucha entre los Estados Unidos y China adquiere perfiles muy diferentes.
Y, como advertimos, los acontecimientos van cambiando a una velocidad vertiginosa. La retirada de Afganistán por los Estados Unidos y sus aliados, más allá de la derrota que ese hecho supone, conllevará la ocupación de ese espacio por China, Rusia e Irán. Habrá que conceder que no hemos sido capaces de vencer definitivamente al terrorismo y de crear en ese ámbito un Estado moderno. Hemos cosechado un rotundo fracaso.
Y después de Afganistán se produce la alianza estratégica que lleva por nombre AUKUS, un acuerdo que se ha producido sin contar con los socios de la OTAN y con el perjuicio evidente al ejército más potente que queda en la UE después de la salida del Reino Unido de aquélla: el de Francia.
La primera conclusión del doble concurso de Afganistán y el AUKUS para nuestro viejo continente es que Europa ya no es tan importante como lo fue. Y que deberemos posicionarnos en el duelo entre EEUU y China, teniendo en cuenta que no estamos involucrados en el espacio Indo-Pacífico (con excepción de los intereses que mantiene Francia en esta área).
La cumbre de la OTAN que se celebrará en Madrid este próximo año 2022, tenía la pretensión de convertir este organismo en un foro más político, a la vez que renovar el concepto de importancia estratégica de la Alianza. Ahora habría que incorporar a esas tareas el nuevo debate sobre la posición del acuerdo respecto del Indo-Pacífico y las nuevas amenazas. Y contar con que Francia será bastante reacia a acordar algo que tenga que ver con el papel que deba desempeñar la OTAN en el espacio Indo-Pacífico. Y en lo que se refiere a las nuevas tecnologías disruptivas (basadas en la utilización informática, los drones, sensores, guerra híbrida, ciberseguridad, etc.) será necesario profundizar en el debate de las decisiones a adoptar.
Después de la salida de Afganistán y del acuerdo AUKUS se está imponiendo en Europa el discurso de la autonomía estratégica –complementaria, no alternativa a la OTAN–, y de llevarla a cabo con los socios de la UE que estén dispuestos a impulsarla. Una autonomía que no sólo deberá referirse al ámbito militar, sino también al tecnológico, y en este terreno concreto es preciso recordar que la UE ha carecido de una tecnología potente propia (somos apenas una potencia reguladora en lo que a tecnología se refiere).
En cuanto al ejército europeo, éste parece imposible en la práctica. Alemania y Francia, los principales miembros de la UE, tienen conceptos opuestos en lo que se refiere a sus Fuerzas Armadas; la primera es reacia a la intervención exterior, en tanto que la segunda mantiene operaciones permanentes más allá de sus fronteras.
Existe una alternativa, sin embargo, al ejército de la Unión. Y está formada por la Cooperación Reforzada en materia de Defensa, el Fondo Europeo de Defensa y la Agenda Europea de Defensa. Pero será preciso convenir que esos foros no son suficientes para acometer la tarea que se requiere.
La teoría habitual en lo que hace referencia al tratamiento de las crisis plantea tres ámbitos: la prevención de las mismas, la –en su caso– intervención militar y la posterior reconstrucción de la sociedad. La UE está mejor preparada que la OTAN para desarrollar los tres elementos citados (especialmente el primero y el tercero). Además disponemos de los Grupos de Combate, con posibilidades de despliegue en el plazo de seis semanas, de modo que cuando el Alto Representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, se refiere a la necesidad de contar con un grupo de despliegue rápido, convendrá advertir que éste ya existe, aunque no se haya utilizado por el momento.
Pero, trascendiendo del ámbito estrictamente militar al político, cabría preguntarse que, una vez implementada la intervención de estos grupos, ¿quién estaría dispuesto a asumir las responsabilidades derivadas de tales acciones? En definitiva, ¿quién daría la cara en el momento en que haya que darla por las bajas ocasionadas? Y también está el asunto espinoso de los gastos, porque algunos países no están dispuestos a participar en ellos.
¿Qué posición deberá adoptar la UE ante la nueva y posible reedición del episodio trágico que evocaba Tucídides? Veremos cómo se van produciendo los acontecimientos. Lo único que parece claro es que todo va muy deprisa y las decisiones europeas son siempre lentas. Y el mundo no nos espera.
Fernando Maura es director del foro Libertas, Veritas et Legalitas (LVL) de política exterior