Los treinta de Biden
Tanto desde la UE como desde la OTAN, deben urgentemente recapitular sobre el futuro de sus respectivas organizaciones por lo que se refiere al papel que dentro o fuera de ellas esperan de los Estados Unidos de América
Al dar la noticia de que Joe Biden ha convocado a treinta países para debatir en una cumbre los problemas planteados actualmente por la generalización de los «chantajes electrónicos», lo que en inglés se conoce como ransomware, y siguiendo sus conocidas inclinaciones, ABC titula con la ausencia de España mientras El País lo hace con la de Rusia. Es cierto que las ausencias, esas y otras, merecen alguna consideración. Pero en realidad lo que importa es el análisis de quién y por qué ha sido invitado, para comprender mejor cuáles son los diseños de la Casa Blanca que preside Joe Biden con respecto a la política exterior de los Estados Unidos y cuáles son sus preferencias por lo que a los acompañantes se refiere.
No produce ninguna extrañeza, en primer lugar, que figuren todos los integrantes del grupo conocido como el de los Five Eyes, los «Cinco Ojos» del mundo anglosajón que ya de antiguo integran además de los Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y el Reino Unido. Son suficientemente conocidas las «relaciones especiales», nunca mejor dicho, que los cinco países mantienen sobre delicados y sensibles temas de seguridad e inteligencia desde hace décadas, más allá de la OTAN o de cualquier otro arreglo bilateral o multilateral. Una buena prueba de ello ha sido precisamente el bronco nacimiento del AUKUS, traducido en la entrada australiana en el reducido círculo de los países dotados de submarinos nucleares y el consiguiente rechazo del contrato que los de Canberra ya tenían suscrito con Francia para la fabricación de submarinos convencionales. Fácil es de recordar la airada reacción francesa y la consiguiente «llamada a consultas» del embajador galo en Washington. Dato insólito en las relaciones entre los Estados Unidos y los países miembros de la OTAN.
De esta última, actualmente compuesta por 29 miembros, han sido sólo 13 los seleccionados. Cabe imaginar las razones grupales y/o geoestratégicas y presumir las razones de proximidad que la administración Biden encuentra en ellas. Es fácil deducir que los próximos a las fronteras con Rusia y/o exsocios del Pacto de Varsovia reciban atención preferente: Polonia, Bulgaria, Rumanía, Republica Checa, Estonia y Lituania integran el grupo. Todos ellos además forman parte de la UE, suponiendo que tal pertenencia tenga en las actuales circunstancias alguna relevancia para las proyecciones de Washington. Era fácil de presumir que Alemania fuera también objeto de afecto y que lo fuera Francia, no fuera a ser que de nuevo se enfadara y volviera a llamar a su embajador, pero resulta interesante comprobar que en el frente atlántico centro europeo el seleccionado es Países Bajos, en el norte Suecia y en el sur Italia. Desde luego, no podía faltar Irlanda: su ausencia, aunque hablen inglés con acento raro, hubiera sentado mal en el Londres de Boris Johnson. Casi en el patrón bíblico, cabe deducir que es en ellos donde Biden «ha depositado su confianza». Hubiera cabido esperar que personas o instituciones representativas de la OTAN –su secretario general– o de la UE –la presidenta de la Comisión o el presidente del Consejo– hubieran sido invitados a participar con el fin de tener al tanto de los acontecimientos y decisiones al resto de los miembros de las respectivas agrupaciones. No ha sido así. También lo dice muy claramente el repertorio de dichos ingleses First things first, lo primero es lo primero. Faltaría más.
De Latinoamérica los elegidos han sido los dos grandes, Méjico y Brasil, y la siempre bien querida y próxima República Dominicana. En el oeste africano Nigeria y en el este del continente Kenia, los ejemplos por excelencia de la colonización británica y del continuado uso de la lengua de la metrópoli. La contención frente a China está depositada en la India en el centro del continente, Singapur al sur y Japón y la República de Corea en la vecindad del Pacífico. Para redondear el diseño, han sido los Emiratos Árabes Unidos los seleccionados para representar, cabe imaginar, al mundo islámico en la aventura. En la que naturalmente no podía faltar Israel.
El objeto de la convocatoria, como queda dicho, es muy preciso y no cabe deducir de la selección de participantes mucho más de lo que a primera vista aparece. Pero ello no impide alguna constatación adicional. La primera y evidente es la patente continuidad que existe entre la política exterior que Trump erráticamente siguió y la que ahora prosigue, esperemos que con menos trompicones, la que desde la Casa Blanca y el Departamento de Estado parece estar ya diseñada. Lo apuntaba recientemente Richard Haass, el presidente del Council on Foreign Relations, en el texto publicado en Foreign Affairs con un significativo título: The Age of America First: Washington Flawed New Foreign Policy Consensus. Para los que tengan el inglés un poco oxidado conviene recordar que flawed se traduce por «defectuoso».
La segunda, y no menos evidente, es que tanto desde la UE como desde la OTAN, tanto los invitados como los que no lo han sido a este cónclave, y en particular estos últimos, deben urgentemente recapitular sobre el futuro de sus respectivas organizaciones por lo que se refiere al papel que dentro o fuera de ellas esperan de los Estados Unidos de América que ahora Biden preside. Hace todavía pocos meses el nuevo presidente americano, en aparente rechazo a lo que había mantenido su predecesor con respecto a los aliados, proclamaba sonoramente en Bruselas: «America First». Muy bien, pero ¿dónde? Y luego analizaremos las razones de las ausencias. Faltaría más.
- Javier Rupérez es embajador de España