Blanqueos y otras sorpresas
Al no haber una institución independiente que asegure la objetividad de la cobertura de los fondos no es imposible que la distribución acabe respondiendo a criterios ideológicos
Debo comenzar reafirmando mi viejo afecto por el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, al que ya conocí en su primera responsabilidad política. Me uní hace casi cuarenta años a la entonces AP cuando él era un niño y, de esos años, casi treinta formé parte de la Junta Directiva Nacional. He visto llegar e irse a mucha gente. Por eso, por el afecto y el tiempo, me ha sorprendido lo que considero un error. A quienes le afeaban su pacto con el grupo disidente de la izquierda radical, los carmenistas de Recupera Madrid, por aceptar imposiciones a las que antes se había opuesto incluso con su voto, el alcalde les respondió: «Pero tengo Presupuestos».
Esa afirmación lesiona su opción, por positiva que sea, porque el fin no debe justificar los medios –en contra de la frase atribuida a Maquiavelo pero que se debe a Napoleón– y su decisión de alguna manera blanquea el entreguismo de Sánchez a ERC, Bildu y sus demás socios impresentables que no creen en España, la Constitución y la Monarquía parlamentaria que enmarca. Sánchez respondería a quienes entendemos lesivos sus pactos que antes había negado: «Pero tengo la Moncloa». El amigo Almeida pacta por tener Presupuestos con quienes quieren recuperar Madrid –¿a favor de quién sería esa deseada recuperación?– asumiendo decisiones que, desde la evidencia de sus hechos anteriores, no comparte, y explicarlo de la manera que lo ha hecho es aún más chocante. Almeida es un gran alcalde pero no comparto esa reacción.
No es menos sorprendente la postura de Vox negándose siquiera a hablar de los Presupuestos con el alcalde. Ortega Smith se puso estupendo y dijo que Vox «no traiciona a sus votantes» pero olvidó que hace casi un año, el pasado 28 de enero, Vox se abstuvo en el Pleno del Congreso en la votación del decreto ley sobre la gestión de los fondos europeos. Precisamente su abstención permitió que sea el entorno de Sánchez quien decide cómo y a quién repartir el dinero que llega de la UE. Vox falseó la realidad; Espinosa de los Monteros dijo que «no podía impedirse que los fondos europeos llegasen a los españoles». Pero no se votaba eso. La llegada de los fondos ya estaba acordada y lo que se votaba era si el reparto de esas cantidades lo decidiría una institución independiente, como en muchas naciones europeas, o si se debería al capricho de los amigos de Sánchez. Vox bloqueó un reparto independiente. Se equivocó o lo había pactado entre bastidores. En todo caso, un borrón.
Se conoce ya el destino de algunos de esos fondos europeos. Los hay lógicos y otros chocantes. Cito tres. Cien autores viajarán por el mundo para inspirarse; no sabemos quiénes serán ni quién los elegirá. Se dará cobertura a la generosa donación a Plus Ultra. Será beneficiada la cadena de discotecas Pachá. Al no haber una institución independiente que asegure la objetividad de la cobertura de los fondos no es imposible que la distribución acabe respondiendo a criterios ideológicos. La Fiscalía Europea investiga a Iván Redondo por supuesto trato de favor en el reparto de esos fondos. Resulta lógica mi sorpresa ante la abstención de Vox hace un año que entonces abrió la puerta a la incertidumbre.
Otra sorpresa. El Rey padre, Juan Carlos I, ha cumplido años lejos de España y vive en Abu Dabi una ancianidad no precisamente alegre. La noticia no ha sido recogida por los medios con el detenimiento deseable dadas sus circunstancias anejas. Algunos medios engrasados se han ocupado del cumpleaños regio obviamente según visiones folclóricas y negativas. Por lo visto nada tenía que decirse sobre el vital servicio del Rey padre en la transformación de España «de la ley a la ley» que llamamos Transición, ni en el 23-F, ni en su continuado papel internacional como el mejor embajador de España. Los políticos y los grandes empresarios, calladitos.
En medio de todos estos silencios que señalan ingratitud, lo que me sorprende acaso más es que haya quien no caiga en la cuenta, y si cae no lo parece, de que el Rey Juan Carlos es un paso en un camino perfectamente anunciado. Se trata de una cacería cuya pieza mayor es la Monarquía parlamentaria. La distracción sobre esa evidencia sería grave. En los dos palacios de referencia nacional, Zarzuela y Moncloa, no lo ignoran. En uno con la tranquilidad que da el cumplimiento de un deber histórico, nacido de una abdicación responsable, y en el otro desde un más o menos velado egocentrismo sublimado con mirada personalmente lisonjera al futuro.
Mi última referencia no es, en realidad, una sorpresa. No es una novedad. Un viejo maestro, Cristóbal Páez, periodista de raza, repetía en la redacción que no se debe hacer el ridículo mientras no sea obligatorio, pero el ministro Garzón ha considerado obligatorio hacerlo. Y lo hace reiteradamente con dedicación y desparpajo. Al poco de su ocurrencia de una huelga de juguetes, declara en The Guardian que la carne española no es fiable, que es mala, y se queda tan pancho. Su Ministerio de Consumo, una dirección general sublimada, no debe tener trabajo, o él no se lo encuentra, y se entretiene poniéndose una y otra vez en ridículo y esta vez con eco internacional. Garzón es un inepto, no valdría ni para un menester menor, y no salta a los medios por sus logros, que no existen, sino por sus torpezas.
Los ganaderos y la oposición piden la dimisión o el cese de Garzón pero ni dimitirá ni Sánchez lo cesará. No puede, no le dejan. Cada vez que abandona el Gobierno un ministro de Podemos son ellos los que eligen sustituto, parece que sin capacidad de veto del presidente. Increíble. Por eso ahí tenemos a Joan Subirats, conocido independentista, que comenzó su mandato como ministro de Universidades jurando en falso ante el Rey justo las lealtades en las que no cree.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando