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En primera líneaRafael Puyol

El envejecimiento tiene mala alternativa

No debemos olvidar nunca que alcanzar la vejez, un concepto que no podemos definir a través de una edad única para todas las personas, es ante todo una conquista social y que su alternativa es peor

Actualizada 09:54

Prueben a escribir en Google la frase «envejecimiento como problema» y luego enuncien «envejecimiento como oportunidad». Yo obtuve con la primera sentencia 18 millones de resultados y con la segunda tan solo 5,2 millones. La conclusión es preocupante: el envejecimiento tiene mala fama, lo que provoca que sus protagonistas sean tratados con frecuencia de forma despectiva o de manera condescendiente, lo que a veces resulta peor. Bioy Casares en Diario de la guerra del cerdo pone en boca de uno de sus jóvenes personajes calificativos hirientes para los mayores. Los viejos son calificados como «egoístas, materialistas, voraces, roñosos, consumidores de recursos, en definitiva unos verdaderos chanchos» (cerdos). La conclusión es que hay que acabar con ellos. Afortunadamente se trata solo de una distopía demográfica sobre un hipotético genocidio por razones de edad. Es tan solo una metáfora para denunciar la injusta discriminación con la que juzgamos y tratamos a las personas mayores sobre las que manejamos una multiplicidad de mitos, prejuicios, suposiciones infundadas o simplemente informaciones incompletas. Mi amigo José Antonio Herce ha erradicado de su vocabulario el vocablo envejecimiento y habla de «esa palabra que empieza por e». Es una manifestación de singularidad académica no exenta de cierta coquetería.

Ilustración:vejez

Lu Tolstova

Mi personal visión sobre el envejecimiento es positiva y está apoyada en argumentos que quitan validez a la mayoría de tópicos al uso. No debemos olvidar nunca que alcanzar la vejez, un concepto que no podemos definir a través de una edad única para todas las personas, es ante todo una conquista social y que su alternativa es peor. Nunca tantas personas viven tantos años en condiciones tan saludables. Suelo citar un estudio de la Sociedad geriátrica y gerontológica de Japón en el que a través de una serie de indicadores se pone de manifiesto cómo una persona que tiene hoy entre 75 y 79 años presenta condiciones socio-sanitarias semejantes a las que tenían los individuos de 65 a 69 hace 20 años. Mis amigos septuagenarios me agradecen efusivamente esta observación que les levanta el ánimo y los rejuvenece. Y es que, en realidad, podríamos considerar el envejecimiento como una especie de rejuvenecimiento al multiplicarse los años vividos en buena salud. Un rejuvenecimiento que tiene como beneficiarias principales a las mujeres que poseen esperanzas medias de vida más largas que los hombres; y que se acentúa con el tiempo ya que el fenómeno del envejecimiento se alimenta a sí mismo. En ocasiones utilizo la frase «cada vez más viejos, cada vez más viejos» para aludir al fenómeno del sobre-envejecimiento, al hecho de que más personas que cumplen 70 años, celebran su 80, 90 o incluso su 100 cumpleaños. No somos el país más envejecido del mundo, como a veces se afirma, pero ya tenemos casi 3 millones de octogenarios y 18.000 centenarios. Hace unas décadas, que Mamá cumple 100 años, el título de la inolvidable película de Saura, resultaba un hecho excepcional; hoy ya tiene muchos protagonistas y aún tendrá más en el futuro porque ya ha nacido la generación cuya esperanza de vida será secular.

La visión optimista con la que creo hay que interpretar el envejecimiento, no oculta los indudables desafíos que plantea. No es un hecho completamente irreversible, pero tampoco es fácilmente corregible. La intensa acumulación de personas mayores en la parte alta de la pirámide de edades y el consiguiente aumento del peso demográfico de los viejos en el conjunto de la población, solo se pueden amortiguar aumentando el número de jóvenes (mejora de la natalidad) o el de adultos-jóvenes (inmigración) o ambas cosas a la vez. No cabe pensar en una recuperación muy fuerte de la natalidad, ni en una inmigración desbordada, pero un crecimiento de los nacimientos y un balance positivo de las migraciones siempre van a contribuir de manera favorable a ralentizar el fenómeno. Y, por lo tanto, a mitigar la magnitud de los retos: el pago de las pensiones a un número creciente de jubilados con más años cobrando su retiro, el gasto que supone la asistencia sanitaria, o la atención a la discapacidad o dependencia que inevitablemente aumentarán al haber más longevos. Habrá que establecer políticas para atender estas necesidades vitales, pero también para sacarle partido a esos nuevos viejos que nunca fueron tan jóvenes. En uno de mis artículos anteriores defendía la exigencia de una política de ayuda familiar. Aquí sustento la conveniencia de una Acción integral para enfrentar el envejecimiento, que regule el papel de los mayores como trabajadores o consumidores (silver economy), y que atienda con justicia y generosidad sus necesidades. Volveré sobre estos temas.

  • Rafael Puyol es presidente de UNIR
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