Un Gobierno okupa
En nuestra realidad orwelliana lo anormal se convierte en habitual, las decisiones más chocantes son presentadas como lógicas, y se avanza en el camino de lo razonablemente inverosímil
Cuando escribo estas líneas el líder carismático deshoja en Moncloa la margarita de la ministra Robles. La cesa, no la cesa, da aún más gusto a la tropa antiespañola o aguanta los caballos… El final nadie lo sabe, acaso ni él. Planeó la anterior crisis de Gobierno en varias conversaciones con Ábalos y en el último minuto le dijo que le incluía entre los cesados. Y era su amigo y confidente. Como para fiarse.
Acaso lo que más me aburre –sí, me produce ya aburrimiento por su pertinacia– es la habilidad de Sánchez para quitarse de en medio. Se echó a un lado en la gestión contra la pandemia y le cargó los muertos, muchísimos, a las autonomías. No asumió su responsabilidad en el bochornoso caso de Brahim Gali. Mira para otro lado ante los desplantes reiterados de sus socios podemitas que actúan al tiempo como Gobierno y oposición; el único caso entre los países de la UE. No aclaró el trasfondo de su cambio copernicano en política exterior con el tema del Sáhara, puesto a las plantas del sultán, y miente sobre la reacción de Argelia que claro que nos afecta y mucho. No explicó su zigzagueo, ahora sí, ahora no, en el inicio del conflicto de Ucrania. No da cuenta detallada sobre los fondos europeos y su destino. Un manejo más.
Sánchez utiliza la fórmula del decreto-ley como ningún Gobierno anterior; ya van 120. Se inhibe y no dice ni pío en la necesaria transparencia en lo que le afecta personalmente; todo es secreto. Se esconde detrás de sus ministros para imponer sus particulares opiniones eludiendo el diálogo y el acuerdo; a eso lo llama Sánchez cerrazón de la oposición de centro y derecha; pide sumisión. Manipula, contradiciendo la verdad, los datos del paro, que crece; 71.000 parados más, 100.000 empleos destruidos, 60.000 autónomos que cierran, un paro juvenil desbocado y más de un millón de familias en situación de desempleo de todos sus miembros. Enhorabuena por el éxito de la reforma laboral. El Banco de España alerta, pero el Gobierno no escucha.
Desde su cinismo habitual, el presidente que padecemos asegura, tras vender su alma política por los votos de Bildu, los herederos de ETA, que los partidos que no le apoyan piensan sólo en ellos y no en los ciudadanos. ¿Hay alguien que piense más en sí mismo que él? Sánchez con Bildu, y, por ejemplo, los niños asesinados en el cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza humillados. Una vileza más.
Sánchez no se caracteriza por su coherencia, por su sinceridad ni por tantos y tantos valores más, pero él cree que es el mejor. Se quiere mucho a sí mismo. Parece que ya duda de sus posibilidades electorales porque, al parecer, sueña con presidir la Comisión Europea. Nada menos. En España no puede salir a la calle sin que le abucheen pero espera que esa realidad no haya trascendido al resto de Europa. Se equivoca porque los embajadores en Madrid hacen su trabajo. Europa no está en Babia. Sánchez no presidirá la UE, aunque visto lo visto a veces pienso que nuestro desnortado continente se lo merecería. Creí que Sánchez querría dar una imagen centrada de cara a la UE, pero otra vez se abraza al radicalismo más letal. Me equivoqué. De Sánchez es imposible esperar coherencia. Gobernar mirándose el ombligo lleva a no mirar la realidad.
Y aquí a lo nuestro, que es tramoya. Ocupamos la semana pasada en enjugar las lágrimas y escuchar los lamentos independentistas por un supuesto espionaje, sin pruebas, hecho público por un activista de la causa de Puigdemont, con los de «Tsunami democrático» detrás, los angelitos que cercaron en su día el Parlamento de Cataluña. España es un galimatías insoportable en manos de unos políticos mediocres, incapaces y destructivos. No se puede gobernar un país trampeando un voto más o un voto menos. El Gobierno malvive con la respiración asistida por quienes no creen en España. ¿Cuánto dudará el espejismo? Hasta que haya elecciones, porque mientras tanto nadie más manejable que Sánchez para los enemigos de la Constitución. Le apoyarán hasta su muerte política porque saben que será también el final del chollo.
Sobre el espionaje ¿qué quieren los independentistas? A los delincuentes el Estado tiene la responsabilidad y la obligación de vigilarlos desde la legalidad, o sea tras la decisión de un juez. Sánchez se achica ante los delincuentes y ordena nada menos que un cambio en la norma que regula la Comisión de Secretos Oficiales para que entren en ella Bildu y otros enemigos de la Constitución. Y se olvidan antecedentes de sentido contrario. Los Mossos d’Esquadra espiaron a casi una veintena de personalidades constitucionalistas catalanas en vísperas del golpe de Estado del 1 de octubre de 2017. La Policía Nacional intervino documentos de los Mossos que así lo atestiguan. Y ese espionaje no se hizo con aval judicial alguno. El abogado José María Fuster Fabra, uno de los espiados, llevó el hecho a los tribunales que, saltándose el normal procedimiento y en una retahíla de irregularidades, desestimaron la denuncia. Ahora debe pronunciarse el alto tribunal de la UE porque los denunciantes afectados no desisten en su defensa de la ley. ¿Por qué los medios no hablan de ese espionaje, en este caso claramente ilegal? No lo sabemos. O sí.
En nuestra realidad orwelliana lo anormal se convierte en habitual, las decisiones más chocantes son presentadas como lógicas, y se avanza en el camino de lo razonablemente inverosímil. El presidente, sus ministros y sus 1.252 asesores –el 31 por ciento bachilleres o con formación de graduado escolar– se ocupan y preocupan sólo de ellos y de sus amiguitos. Entre la turbamulta de asesores figuran imputados y condenados por los tribunales. Y no pasa nada. Sánchez es listo, muy listo, y no ignora que su equilibrismo político durará más o menos pero sabe que no podrá engañar a todos todo el tiempo. A no pocos socios del presidente les encanta la okupación, y el ejemplo paradigmático es Colau. Está imputada pero muy feliz. No en vano Sánchez preside un Gobierno okupa empeñado en controlar, y a veces lo consigue, el poder Legislativo y el Judicial.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando