¿Investidura o elecciones generales?
¿Quieren los españoles seguir viviendo en el marco de la actual Constitución con una España unida y en paz o prefieren el proyecto de una España plurinacional, de corte confederal y en el fondo profundamente desigual y enfrentada?
Un examen sereno de lo que estamos presenciando hasta el momento nos anima a pensar que las investiduras de Feijóo en un principio y la de Sánchez, a continuación, por razones distintas, no debieran llegar a buen puerto.
Feijóo a pesar de los esfuerzos que está desplegando no consigue alcanzar los apoyos necesarios para superar con éxito la investidura y está corriendo además algún riesgo por sus volantazos de última hora, que no cuentan con la simpatía y apoyo de todo su partido. Sus elucubraciones con el PNV y sus indisimulados guiños a Junts no parece que sean del agrado de toda la bancada del Partido Popular. Núñez Feijóo lleva demasiado tiempo sin querer admitir su resultado electoral que a todas luces se ha quedado muy por debajo de las expectativas que su candidatura había despertado. No es, sin embargo, el momento de repasar los muchos errores cometidos por su equipo de campaña que le han llevado a fracasar en unas elecciones que pareció tener a su alcance, según todos los pronósticos de entonces.
El caso es que salvo milagro de última hora, la investidura de Feijoo no tiene más recorrido que hacer funcionar el reloj para la posible convocatoria de unas nuevas elecciones generales dentro de unos meses.
El segundo candidato que se postula para la investidura no es otro que el actual presidente del Gobierno en funciones Pedro Sánchez que igualmente no ha tenido el respaldo suficiente para proclamarse vencedor en las elecciones, aun habiendo contado con el apoyo que le ha prestado desde un principio la coalición de partidos que se agrupan bajo la marca SUMAR. Sánchez, pues, es un claro perdedor y como tal no tiene más remedio que unir su suerte al apoyo que le pueda prestar el conjunto de partidos de signo marcadamente separatista cuyas pretensiones por lo demás chocan violentamente con los postulados de la propia Constitución. Está por tanto meridianamente claro que Sánchez no puede revalidar su deseo de ocupar nuevamente la Moncloa si no llega a los acuerdos que le exigen los partidos vascos y catalanes que están subastando su apoyo al alza, cada día que pasa.
Pero así están las cosas y con esos mimbres pretende explicar al Rey que cuenta con los apoyos necesarios para superar la investidura. Pero la operación que trama Sánchez se encuentra con dos posibles y no despreciables obstáculos.
El primero de ellos tiene causa en la negativa de algunos de esos partidos a concurrir a la Zarzuela para explicar al Rey las condiciones que exigen a Sánchez para apoyar su investidura. El Rey, si persisten los portavoces de esos partidos en su actitud, no podrá consiguientemente verificar de primera mano los apoyos que Sánchez dice tener por parte de los mencionados partidos. La cuestión es suficientemente seria como para que el Rey no pueda dar por bueno lo que dicen los medios de comunicación y aseguran los voceros disciplinados de Sánchez. O el Rey puede verificar dichos apoyos en persona o todo lo demás son cábalas y promesas en el aire que maneja Sánchez.
Pero hay todavía algo más transcendente. En el caso improbable de que dichas comparecencias en Zarzuela tuviesen lugar, el Rey además debería verificar asimismo que suerte de condiciones piden esos partidos a Sánchez para asegurar su apoyo. Si las condiciones que presentan al Rey caben dentro de lo que especifica la Constitución o no. Solo en el caso de que los partidos nacionalistas aseguren al Rey que para alcanzar sus metas respetarán siempre lo establecido por la Constitución podrá validar el Rey la operación que tiene Sánchez en marcha para conseguir la investidura.
En caso contrario si los representantes de Bildu, Junts y Esquerra insisten en no acudir a la Zarzuela y por lo demás continúan exhibiendo su total desprecio a lo que dicta la Constitución, pienso yo que el Rey no podría acceder a las pretensiones de Sánchez de postularse como candidato a la investidura por más que pueda prometer lo que en realidad no está en su mano. Y el truco de tratar de manejar al Tribunal Constitucional a su antojo tampoco es de recibo. Por desgracia, en estos momentos, el alto Tribunal ha perdido el respeto y la autoridad que debiera tener. Sánchez sabe bien, como sabemos el resto de los españoles, que ha puesto al Tribunal Constitucional a su servicio y trata que el alto Tribunal le cubra las espaldas una vez que urda las tretas jurídicas que le han preparado sus asesores y que responden a las peticiones palmarias solicitadas en su momento por los partidos separatistas.
Fracasada la investidura de Feijóo, como parece hasta el momento, y siendo inviable la de Sánchez, por las razones antes apuntadas, no quedaría otro recurso que convocar nuevas elecciones para que los ciudadanos decidan con su voto el rumbo que debe tomar el país.
¿Quieren los españoles seguir viviendo en el marco de la actual Constitución con una España unida y en paz o prefieren el proyecto de una España plurinacional, de corte confederal y en el fondo profundamente desigual y enfrentada?
Este y no otro es el dilema que en estos momentos ha de resolverse y nadie mejor que el pueblo español pueda decidir sobre la cuestión.
O las fuerzas mayoritarias del parlamento llegan a un acuerdo «in extremis» o no hay otra mejor solución que la convocatoria inmediata de unas nuevas elecciones generales para que el pueblo español deje oír su voz sobre tan trascendentales cuestiones.
- Ignacio Camuñas Solis fue ministro para las Relaciones con las Cortes (1977-1979)