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30 de junio de 2024

Josep Miró i Ardèvol

¿Por qué son deficientes los resultados escolares en España?

Nuestra educación, tanto por parte de la sociedad como de la escuela y la familia, ha olvidado o marginado la formación del carácter, lo cual incluye la educación en las virtudes y los fundamentos morales asociados a ellas

Actualizada 01:30

Es cierto que existen grandes disparidades entre regiones en sus resultados educativos: la distancia que separa Castilla y León de Cataluña es abismal. Sin embargo, sumando y restando, el panorama general coloca a España en la cola de Europa. Esta situación es la consecuencia de múltiples factores, y aunque el gasto en educación es una referencia obligada, ofrece una explicación limitada. El gasto público en educación está cerca de la media de la Unión Europea (4,4 % frente al 4,6 % del PIB), pero si lo consideramos en términos de euros de igual poder adquisitivo, la diferencia se esfuma. Comparaciones significativas pueden hacerse con Portugal, que gasta un 4,3 % de su PIB y menos que España por alumno, pero ha mostrado mejoras notables, y con Polonia, que con un gasto menor se encuentra entre los mejores países en rendimiento escolar.

Escuela

Lu Tolstova

Resaltar esto no significa que los recursos no sean importantes, sino que la causa fundamental reside en otra parte. Todo aprendizaje, sea deportivo o cognitivo, necesita fundamentos sólidos. ¿Cuál es el fundamento clave en la educación?

Un artículo del psiquiatra Enrique Rojas, publicado en La Tercera de ABC, ofrece una clave al tratar de la «inteligencia auxiliar». Según Rojas, esta inteligencia se basa en una serie de instrumentos adquiridos: el orden en todos los ámbitos (mental, horario, en el hábitat, en la previsión), la constancia, la voluntad (la capacidad para querer algo y poner todos los medios para lograrlo), la motivación, la capacidad de observación (que el uso excesivo del móvil ha deteriorado), y finalmente, la capacidad de tomar nota como medio eficaz para fijar contenidos en la mente.

Si comparamos estos factores con el proceso educativo que siguen muchas familias y el tipo de pedagogía predominante en la mayoría de las escuelas, especialmente las públicas, observamos una disonancia evidente. Esta discrepancia es clave en los malos resultados de España. No importa si la educación es tradicional o basada en competencias, los resultados serán de malos a mediocres si no existen los fundamentos necesarios.

Nuestra educación, tanto por parte de la sociedad como de la escuela y la familia, ha olvidado o marginado la formación del carácter, lo cual incluye la educación en las virtudes y los fundamentos morales asociados a ellas. En el ámbito escolar, las virtudes son esenciales para los hábitos de comportamiento, la autodisciplina y el control personal. «Educar en valores», como suele decirse, es inútil si no se enseña cómo realizarlos, y eso depende de prácticas específicas que son las virtudes. Este aspecto se relaciona con las actitudes, que afectan a cómo una persona percibe el mundo y responde a él; el respeto, por ejemplo, se sitúa en este ámbito. Todo ello orientado al desarrollo de la personalidad, integrando los rasgos únicos de cada persona en un todo equilibrado. Un caso claro del fracaso en este aspecto es la educación sexual «a la moda», que se aborda de manera brutal sin integrarla en una antropología y virtudes humanas.

Todo esto requiere una educación formal y no formal, modelos a seguir, experiencias de vida, y cultura religiosa y práctica. Solo entonces es posible educar en una reflexión crítica efectiva.

En este contexto, la ética de las virtudes, que subraya la importancia de desarrollar el carácter moral y las virtudes personales para alcanzar la excelencia ética, es la base fundamental sobre la que se construye el ser humano. A diferencia de otras teorías éticas, que se centran en las reglas (deontología) o en las consecuencias (utilitarismo), la ética de las virtudes se enfoca en las cualidades del agente moral. Esta educación exige cualidades o disposiciones positivas del carácter que permitan a una persona vivir y actuar de manera moralmente correcta. Ejemplos clásicos incluyen la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, junto con un carácter moral que configure la disposición general para actuar éticamente en situaciones diversas.

Para que una educación así sea posible, se necesitan Comunidades de Práctica: la familia, el centro escolar, y la sociedad en sus diversas manifestaciones comunitarias. Estas comunidades deben compartir prácticas, normas y objetivos comunes, proporcionando el contexto necesario para la educación moral y el desarrollo del carácter.

Rectificar esta situación en los términos apuntados es metodológicamente claro como el agua, pero cultural e ideológicamente casi imposible, porque estas cuestiones chocan frontalmente con la ideología dominante, con el poder político establecido de la satisfacción ilimitada del individualismo, basada en el emotivismo y la gratificación sin restricciones de los deseos.

El modelo ideológico imperante construye seres humanos para la marginalidad, la dependencia y la adicción, mientras que la minoría que no participa de este estatus de subalterno, sufre un proceso esquizoide creciente fruto de la contradicción entre sus capacidades científicas, técnicas o económicas y sus ínfimos recursos morales.

  • Josep Miró i Ardèvol es presidente de e-Cristians
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