Rehacer Europa o hundirnos con ella
El resultado de todo ello es la polarización política y social, el encogimiento de la clase media, y con ello el abandono de las centralidades políticas y el auge del gobierno desde los extremos
Rehacer Europa o hundirnos con ella. Esta es la opción, aunque también podría definir la situación de otra manera menos benévola: han destruido la sociedad occidental europea. ¿Es esta visión un exceso? Creo que no y trataré de demostrarlo.
La Europa que conocemos es la renacida a partir de 1945, después de otra gran y cruenta destrucción ocasionada por la II Guerra de los Treinta años (1914-1945), compensada en gran medida por los «Treinta Gloriosos Años» que alcanzan hasta bien entrada la década de los setenta del siglo pasado, que ha dado lugar a la Unión Europea, admiración de propios y extraños, por sus cotas de prosperidad y bienestar. Pero todo esto toca a su fin porque sus fundamentos están desmoronándose.
Venimos de un tiempo con estados dotados de gobiernos mayoritariamente inclusivos y de políticas aceptablemente eficientes, sostenidos por una economía productiva de base industrial y una gran productividad, que se redistribuía razonablemente, dando lugar a una clase trabajadora integrada y a una amplia clase media, que permitía gobernar desde la estabilidad social (aunque la política no lo fuera) y la centralidad. Todo este suelo económico y social se asentaba sobre un estrato geológico granítico formado por hombres y mujeres (¡qué extraño me resulta escribirlo!) que se guiaban por marcos de referencia basados en la cultura cristiana (no escribo fe, ni confesión religiosa), cuya opción común era la de casarse, tener hijos formando una familia y, no siempre pero sí en la mayoría de casos, acompañarse mutuamente hasta la muerte de uno de los dos conjugues, configurando unas relaciones de parentesco vivas, claras y extensas. Lo he contado con detalle en Nueva Teoría de la Familia (2016)
Todo esto ha dejado de funcionar masivamente y cada vez es más extraordinario que lo haga, hasta el extremo que se produce una doble sustitución.
Una muy evidente es el caso de Suecia, Alemania, España… muy acusado en el caso de Cataluña, de sustitución de población autóctona por emigrada.
La otra, que va creciendo silenciosamente desde la base, es la sustitución en términos significativos del varón en la relación de pareja, porque las chicas se decantan cada vez más por atracciones bisexuales o nítidamente homosexuales, así como un crecimiento inducido y grande de la transexualidad, sobre todo en ellas y en edades jóvenes. La causa central es la enseñanza que se recibe en la escuela de la mano de la flauta, no de Hamelin sino de Judith Butler. Además, un fenómeno de las sociedades occidentalizadas, chicos y chicas tienden a polarizarse en términos políticos; cada vez más progres ellas, mientras ellos se abocan a concepciones conservadoras y tradicionales. Esto va a dinamitar todavía más el emparejamiento estable y, con él, la natalidad en un contexto de población autóctona cada vez más envejecida y sola.
El resultado son unos costes sociales crecientes y unas disfunciones que afectan a las instituciones sociales: paternidad, maternidad, familia, filiación, fraternidad, parentesco y estirpe, dando lugar a más o nuevos costes de oportunidad y transacción, tanto privados como públicos. Una visión de hacia dónde conduce, incluso cuando es un proceso planificado y no desordenado como el actual y sin el vector autodestructivo del 'gender', lo muestra el conocido documental La Teoría Sueca del Amor, un lujo nórdico que requiere una productividad de aquel tipo y que ha terminado como el rosario de la aurora. Porque cuando el capital social positivo es escaso, pronto coloniza la sociedad el negativo, combinación de mafias de la droga y de una gran inmigración deficientemente integrada.
En sociedades de menor productividad, como la nuestra, el desastre será más rápida. No necesitará cuarenta años, como Suecia.
Se menosprecia que toda economía es una antropología y si esta cambia, lo hace aquella. El crecimiento económico de un país o de una empresa depende de una serie de factores que se relacionan en una función de producción: son el stock de capital; trabajo; capital humano, relacionados con el método de producción que se aplica, y el progreso técnico, que viene a recoger todos los factores que afectan a la productividad, sobre todo la del total de factores. La población, en un efecto ramificado, incide sobre todos ellos.
En el caso decisivo del progreso técnico, lo hace por dos vías: la del capital humano y por la incidencia en la creatividad que, entre otros agentes, guarda relación con la media de edad de la población, que para España es ya de 45,3 años y ha subido 4 en la última década. Ya está fuera de la franja óptima. La dinámica de la población también afecta a la propensión a la desigualdad y a la deflación, hoy contrapesada por distintas disrupciones; a la inversión y al consumo.
El resultado de todo ello es la polarización política y social, el encogimiento de la clase media, y con ello el abandono de las centralidades políticas y el auge del gobierno desde los extremos. Las dificultades en ganar productividad, a pesar de la innovación, la concentración empresarial como compensación y, por tanto, el aumento de los oligopolios, el deterioro en la distribución de la productividad y el aumento de la desigualdad, la erosión de las clases medias, la crisis del sistema del bienestar; pensiones en primer término, pero también sanidad y educación, la escasez de estructuras sociales básicas como la vivienda. Y en la infraestructura social, la renuncia al matrimonio, a los hijos, a la familia, el perrito como compañero y el camino inapelable hacia la soledad; más costes sociales. Todo bajo la destrucción de la gran bóveda que nos protegía: la de la cultura cristiana occidental.
O la rehacemos, o adiós.
- Josep Miró i Ardèvol es presidente de e-Cristians