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TribunaMaría Solano

El beneficio psicológico de las vacunas para niños

Lo que está en juego en nuestros hijos no son sus pulmones, sino sus vínculos personales, sociales y familiares, su estilo de vida, su posibilidad de desarrollarse como niños, de jugar con sus amigos, de colaborar en clase con sus compañeros, de celebrar cumpleaños y de correr libremente por el patio

Actualizada 05:09

Si teníamos polémica por la vacunación y revacunación en adultos, llega un nuevo elemento a acrecentar el debate: la Agencia Europea del Medicamento (la EMA, por sus siglas en inglés) acaba de aprobar el uso de la vacuna de Pfizer y BioNTech en niños de entre 5 y 12 años después de que haya superado los niveles de exigencia en las distintas fases de experimentación y también haya sido validada por su contraparte americana. Además, la Asociación Española de Pediatría la ha recomendado a través de su Comité Asesor de Vacunas.

El problema es que la pelota está ahora en el tejado de los padres que somos, en último término, los responsables de la decisión. Las dudas no son pocas porque, por un lado, con los datos en la mano, por fortuna, el coronavirus no cursa como una enfermedad grave en niños y los casos de complicaciones hospitalarias y fallecimientos son muy aislados y no superiores a los de otras enfermedades comunes. Además, aunque sabemos que las pruebas desarrolladas por la farmacéutica han dado resultados positivos y los efectos secundarios de la vacunación en niños no difieren de los que ya conocemos en adultos, nadie tiene información garantizada sobre las consecuencias de la vacuna a largo plazo, ni en niños ni en adultos.

Y en esas estamos todos los padres de España y del resto de Europa con la duda existencial de si esa famosa «relación riesgo/beneficio» de la que tanto hemos oído hablar a médicos y epidemiólogos en el debate de la vacunación se decanta por un lado o por el otro de la balanza. Gracias a unas compañeras de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia, he comprendido que hay un elemento que no es el estrictamente sanitario que podemos introducir en esa complicada ecuación «riesgo/beneficio». Porque si solo pensamos en la salud de nuestros hijos, poco ganan con la vacuna cuando el riesgo de padecer la enfermedad de forma grave es ínfimo.

Pero hay otro riesgo que para los padres es igual de importante que el sanitario: el psicológico, me explicaba Laura García Garcés, directora del Departamento de Enfermería y Fisioterapia de la Facultad de Ciencias de la Salud de la CEU Cardenal Herrera, y promotora de una investigación sobre la ética de la vacunación en niños. Lo que está en juego en nuestros hijos no son sus pulmones, sino sus vínculos personales, sociales y familiares, su estilo de vida, su posibilidad de desarrollarse como niños, de jugar con sus amigos, de colaborar en clase con sus compañeros, de celebrar cumpleaños y correr libremente por el patio, de visitar a sus familiares enfermos y ancianos, de disfrutar de comidas multitudinarias con todos sus primos y tíos, de tener una Navidad ruidosa al más puro estilo español en una casa abarrotada de seres queridos y de poder esperar a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente cuando atraviesen en su cabalgata las calles heladas de su ciudad.

No son pocos los beneficios psicológicos, aunque sean pocos los sanitarios, más allá de la generosa contribución de cada vacunado para limitar en lo posible la expansión del virus gracias a la inmunización comunitaria, como apunta la Asociación Española de Pediatría. Es cierto que, aun dos años después de que surgieran los primeros casos en China, sabemos poco del coronavirus. Y no hay certeza científica del éxito futuro de las actuales vacunas, aunque hoy arrojen datos positivos sobre la reducción de contagios, hospitalizaciones y fallecidos en poblaciones con una alta tasa de vacunación. Desconocemos si la nueva variante sudafricana u otras que están por llegar, nos abocarán de nuevo al caos de la pandemia, pero si tenemos una posibilidad de recuperar para nuestros hijos el contacto con los demás, merece la pena dedicarle un buen rato a pensar seriamente en la posibilidad de vacunarlos.

  • María Solano Altaba es Decana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo y madre de familia.
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