Castilla y el mar
Como dice mi buen amigo Ponciano: «aquí hace falta más botellín (en el bar, con los amigos, hablando, ordenadamente…) y menos botellón (que es más o menos lo opuesto)»
Llevamos unos días de Febrero en el centro de España, en eso que se llamaba simplemente Castilla –y que dominó el mundo– que se están viendo unos cielos bastante «mediterráneos». Una luz tamizada por algo de esas calimas, hechas de arena, que vienen de los desiertos que avanzan lentamente y que no hay decreto ley que detenga, ni promesa electoral ni nada.
Ocurre sobre todo a primera hora de la mañana, cuando están sacando fruta a las puertas de las tiendas y dan ese toque de color entre tanto gris que hay en el asfalto y en la mente. Ocurre cuando los camareros ponen mesas en las terrazas interminables que tenemos ahora en las ciudades; en donde los caminantes cada vez tenemos menos espacio para transitar. Comprende uno que estos son tiempos de gran carajal en lo que a derechos de unos y otros se refiere y que con no pelearnos es suficiente ya que lo que libera a unos es lo que joroba a otros.
Esos cielos que recuerdan a los de ciudad costera con sus cumulonimbos y cirros (antes llamadas nubes), leve brisa con algo de humedad que llega de los ventisqueros serranos y que apetece pensar que viene cruzando la meseta derechita desde La Albufera o desde O Grove. Será porque los burgos del centro de Castilla –con sus burgueses dentro– anhelamos desde antiguo el mar. Mar para descansar la mirada, mar para navegarla llevando los mejores vellones de lanas merinas hasta Flandes y mar para poner tierra de por medio –cruzando el charco– si en la casa familiar los hijos mayores quieren «algo más», o para alguno que tuviere causa pendiente con la justicia por una riña nocturna con mal final y estoque hundido en la barriga.
Lo del centro y el mar viene de lejos. Varios reyes de España (cuando este país era no menos de lo que hoy es Estados Unidos de América en potencia y brillo) tuvieron en la mesa proyectos para hacer de Madrid puerto de mar. O al menos que fuera navegable para que personas y mercancías embarcaran, por ejemplo, en el puerto de Madrid y desde allí, mercancías y paisanos llegaran primero a Sevilla, al mar salieran por Huelva y siguieran el viaje hasta presentarse en las colonias de América. Así nos las gastábamos.
Y hubo hasta tres proyectos, al menos, para que Madrid pudiera tener relación directa con el mar sin que las mercancías pararan o se dispersaran en los puertos. Se trabajó –y existe todavía– un canal para dar salida a Madrid por el Cantábrico. También (y en varios momentos) en dar salida al mar por Lisboa usando el rio Tajo (pensemos que hubo un tiempo en que Lisboa era parte de España) y el ya mencionado canal que arrancaba en Guadarrama, a pocos kilómetros de Madrid, utilizando varios ríos para llegar hasta Sevilla.
En todos los casos se pueden imaginar la «zanja», los desniveles que había que salvar, de todo… Lo cierto es que los proyectos comenzaron, se invirtió en ellos y finalmente por unas razones o por otras se dejaron de lado. Con independencia de lo faraónico del planteamiento.
En estos tiempos de permanente campaña electoral, de grandilocuentes promesas, de fotos con el ganado y el Falcon yendo de un lado para el otro, parece extraño que a alguno no se le ocurra –o quizá se le ocurra incluir– entre las promesas la de que Madrid, Toledo o Valladolid vayan a tener su puerto desde el que saldrán cruceros hacia cualquier parte y que el Imserso ofrezca plazas en la temporada baja. Y que a esos puertos llegaran barcos con pescado fresco, fresquísimo.
Acaba una campaña y pronto estaremos en otra; o a lo mejor ya ha comenzado. Y volveremos a hablar de Españas «rellenadas», de que el futuro está en el campo y que el «agro» es la prioridad del Gobierno aunque lo es también la industria y la ciudad, sin olvidar a jóvenes, mayores, estudiantes, trabajadores… El aspirante a la gran silla tiene para todos un mensaje y, casi seguro, una promesa de subvención o ayuda, que luego no llega, pero como ya se ha votado pues nos esperamos hasta la próxima.
Mientras tanto, usando el título del gran libro de don Miguel Delibes: Castilla habla. Y habla de lo mismo, pero me temo que no se le escucha. Hay queja pero no la gritan fuerte. Y así seguimos.
El que escribe no es analista político. Además, creo que debe ser dificilísima esa profesión y tener esa mezcla de olfato e intuición sobre «qué es lo que ha pasado realmente». Pero sí me atrevo a pensar que las buenas gentes de Castilla la Vieja han hablado de que quieren, a falta de promesas que no se cumplirán, un poco más de orden, ideas claras, contención, sentido común: estar con los pies en el suelo. Y menos barullo en los partidos políticos que no dejan de ser servidores públicos. También me atrevo a pensar que en próximos comicios las cosas pueden ir más o menos por el mismo camino.
Como dice mi buen amigo Ponciano: «Aquí hace falta más botellín (en el bar, con los amigos, hablando, ordenadamente…) y menos botellón (que es más o menos lo opuesto)».
- Tino de la Torre es empresario y escritor