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TribunaFeliciana Merino Escalera

Desnaturalización y empoderamiento

La canción de Eurovisión es un paso más en la desintegración de los derechos de la mujer y de su identidad, un discurso sexista –defendido curiosamente por mujeres– que concede a la prostitución (voluntaria o no) rango de valor positivo

Actualizada 01:30

Primero vino el escándalo con la canción de Shakira («las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan») en la que denunciaba la infidelidad de su marido que llevó a su separación. Lo consideraron un asunto de dinero y no de principios, en el que casi nadie aludió al hecho de que la infidelidad sea un mal que destruye una relación. Era mejor defender, normalizar, que el amor es cuestión de mero deseo y libertad total. Si se acaba, las razones hay que buscarlas en la pareja. Bonita manera de extender la culpa a la mujer de la infidelidad del marido: «Por algo sería», «Shakira no lleva bien el divorcio», «Shakira quiere sacar provecho de algo que es natural y hasta defendible porque el amor no es para siempre, y menos en los famosos». Con ello asistíamos a la continuidad, repetitiva, de un discurso superficial que sitúa a la mujer como víctima culpable, relativizando el mal en sí y convirtiendo sus sentimientos en despecho o, como mínimo, en una reacción subjetiva ligada al ámbito de la intimidad individual: «Que cada uno se las vea como pueda» con esto.

El siguiente paso ha venido de la mano de la canción que España ha presentado para Eurovisión. Es necesario decirle a la mujer: «Frente al despecho, mejor ser zorra. Si el hombre actúa mal, acéptalo y hazlo tú también. Sé una zorra». Es la seña del emotivismo contemporáneo: yo hago esto, yo veo bien esto, lo prefiero, luego hazlo tú también. Y en esta trama, cojamos lo peor de los hombres, lo que siempre hemos detestado en ellos como debilidad, y hagámoslo nuestro: la promiscuidad, el engaño, la mentira disfrazada como poder y virilidad, pues de eso se trata, de convertir la debilidad en poder, de esconder el daño en un cajón fuera de la vista de curiosos sin escrúpulos que se asomen para burlarse.

La desnaturalización del mal y del ser humano lleva décadas en la agenda política para conseguir el programa futurista que viene gestándose: que la mujer deje de serlo, que la familia se destruya, que los roles se intercambien, que la maternidad sea un vestigio del pasado, que las mujeres se consideren liberadas sexualmente y que eso sea algo bueno, para no tener que defenderla de agresores y podamos hacer leyes aminorando las penas de estos.

Es más fácil para el poder pretender el empoderamiento a través de campañas de deshumanización de lo femenino que proteger la diferencia (esto es siempre más costoso para la ingeniería social descrita). La lucha por la igualdad se ha convertido en una defensa del machismo a ultranza, y lo ha hecho precisamente el descalabro del «anti-feminismo» feminista, alimentado por el resentimiento contra los hombres y la negación de la diferencia, como nos mostrara Simone de Beauvoir.

La canción de Eurovisión es un paso más en la desintegración de los derechos de la mujer y de su identidad, un discurso sexista –defendido curiosamente por mujeres– que concede a la prostitución (voluntaria o no) rango de valor positivo. Si todas somos zorras, podemos prostituirnos como nos dé la gana; si todas somos zorras, el mal se convertirá en bien; si todas somos zorras, las campañas publicitarias donde se hipersexualiza a la mujer no se revisarán; si todas somos zorras, no hay valores femeninos que defender, más que los rellenos de silicona y la mercantilización del cuerpo como objeto sexual para el puro placer. Me parece que este es el momento donde la ideología de género se ha vuelto más brutal, y no hablo precisamente del machismo de los hombres, sino de la conciencia inoculada en las mujeres, de que «ser zorra» es un valor en alza hacia el empoderamiento. Eso es lo que hace nuestro programa político de ingeniería social para destruir cualquier vestigio del pasado que tenga que ver con la naturaleza humana y con la religión (pues el primer lugar de la religiosidad siempre es la naturaleza, sea la humana o la de la Creación, y por eso negarla es crucial).

Entiendo que, a las verdaderas feministas, las que llevan pidiendo desde hace mucho una auténtica agenda política de lucha contra los problemas reales de las mujeres (pobreza, desigualdad, maltrato, prostitución), esto les parezca un paso más en la pulverización del verdadero feminismo. Pero las firmas recogidas para que se retire la canción no hacen sino avivar el revuelo, el caos, el «intercambio de ideas» que fomentan desde arriba (imposición de poder, en realidad). Porque el relativismo no es más que la cara dulce de la transfiguración de los valores de que hablara Nietzsche. Monedas gastadas, que hay que pulir de otra manera. Nunca vino Nietzsche tan bien al poder, pues después de matar a Dios y trastocar el bien y el mal, solo quedan un puñado de dioses más a los que destruir, para dejar en pie uno solo: la tiranía del poder-élite a través del hedonismo socialmente impuesto, o como diría Goebbels, una mentira que repetida mil veces se convierte en verdad.

Un síntoma más del nihilismo que nos circunda que, sin embargo, muestra la debilidad del discurso, la insuficiencia de cómo nos planteamos y comportamos respecto a las mujeres. No se trata solo de soflamas morales o ideológicas, sino de la necesidad de una reflexión pendiente, de otro modo de pensar que no suene a discurso marchito y exhausto.

Así que, mujeres del mundo, si no quieren cambiar nada, si quieren perpetuar la guerra ideológica que ya de por sí está agotada y es estéril, créanselo: todas somos zorras.

  • Prof. Dr. Feliciana Merino Escalera es profesora de Humanidades de la Universidad Cardenal Herrera-CEU (Elche).
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