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27 de septiembre de 2024

TribunaJuan José Gutiérrez Alonso

La hora de los periodistas orgánicos

Quienes nos gobiernan han entendido que el ciudadano medio ha creído el sofisma de que el poder existe para tutelarle y protegerle de amenazas cuando, en verdad, la amenaza normalmente es el poder mismo

Actualizada 01:30

Hace unos años escribí en otro medio que un mundo comunistizante como el actual no se explica ni se comprende sin los denominados intelectuales orgánicos, categoría atribuida a Antonio Gramsci, cuyas tesis están teniendo sobrevenidamente notable éxito en el mundo libre.

Cierto es que siempre han existido orgánicos al servicio de todo tipo de organización de poder, por lo que la novedad, decía yo, parecía más bien el hecho de que los encargados de la homogeneización del pensamiento y la opinión pública se habían multiplicado y también habían sofisticado el desempeño, pero poco más.

De aquí viene precisamente el nuevo gregarismo y la erosión de la sociedad libre, con el consiguiente fortalecimiento descontrolado de las estructuras de poder. Ahí, concretamente ahí, Tocqueville situaba una de las causas del declive de la libertad y la democracia misma, pues ya no habría ideas que no tuvieran que ver con aquello que patrocina o defiende el poder y su Administración.

El resultado, en efecto, no puede ser otro que una progresiva descomposición en un clima de crispación, asfixia y envilecimiento. Inevitable, porque como nos enseñó J. F. Revel, ante este estas situaciones siempre aparecen focos de resistencia, surgiendo tensiones por la reacción de quienes defienden la libertad y la búsqueda de la verdad ante quienes ya se encuentran desarrollando una forma de tiranía.

Es precisamente nuestra realidad actual. Asumidos los dictados y estímulos de los colectivistas y sus intelectuales orgánicos, omnipresentes en los centros de estudio, educación, y en las letras o artes escénicas y audiovisuales, nos hemos adentrado en un nuevo tipo de sociedad claudicante, donde el margen de discrepancia es mínimo y la disidencia, advertíamos, acabaría ejerciéndose de modo casi clandestino para evitar el aquelarre público y hasta la sanción.

Anunciando planes de regeneración democrática a esto estamos llegando. Quienes nos gobiernan han entendido que el ciudadano medio ha creído el sofisma de que el poder existe para tutelarle y protegerle de amenazas cuando, en verdad, la amenaza normalmente es el poder mismo. Las condiciones para legislar y hasta constitucionalizar la servidumbre son hoy día óptimas, y por eso los textos normativos son hoy fundamentalmente programación, eliminando en paralelo su control o fiscalización mediante la intensa propaganda, la violación sistemática de la neutralidad, la coacción pública e incluso la amenaza a la magistratura.

Así las cosas, si hace un tiempo denunciábamos que había llegado el turno de los historiadores orgánicos con ocasión de las leyes ideológicas de memoria histórica, cuyo objetivo último no solamente es reescribir la historia, sino la conformación de ejércitos de activistas en el terreno histórico, especialistas en retorcer los hechos, los textos y cualquier evidencia al dictado, no ya del gobierno de turno, sino de la ley, ahora es el momento de los periodistas orgánicos, a quienes se anima y persuade contra sus propios compañeros de profesión.

Si con los historiadores orgánicos se buscaba hacer el relato ley, nuestro pasado al servicio del gobierno, reducido a una narrativa, con obligada cancelación de todo aquello que interesa eliminar o moldear, ahora los periodistas orgánicos deben encargarse del señalamiento, de minimizar o eliminar todo acto de control real del gobierno y el sottogoverno, que a veces es incluso más importante. Deben, en definitiva, hacer de la propaganda el oficio.

Nuestros colectivistas y poderes actuales lo saben. Por eso se empeñan en sentar las bases y facilitar instrumentos para que la línea de acción y el método periodístico lo marquen los afines y serviles, a quienes no le faltarán prebendas, disponiendo de la estructura administrativa y un sinfín de recursos públicos a su servicio.

En definitiva, hace unos años la historia se convirtió en campo de batalla político e ideológico, ya ha quedado en el olvido. Ahora es el oficio de descubrir la verdad, controlar y fiscalizar el poder el nuevo terreno de hostilidades, ya bien abonado para que la ausencia de lealtad y compromiso con la verdad y su difusión siga acelerando la lobotomía general que quienes nos gobiernan se han propuesto materializar con el BOE en mano. La declaración de intenciones ya está ahí, veremos cómo se va concretando.

Recordemos, para finalizar, que a Oriana Fallaci, que sí hacía periodismo y buscaba la verdad, le crearon el Caso Fallaci en el curso final de su vida. Hoy nos han creado el caso democracia en peligro. Un caso que busca condenar a alguno para poder condenar a otros, a los disidentes, a quienes cumplen y hacen su trabajo. Ahora bien, Fallaci nos decía que igual resultaba hasta positivo, porque ayudaría a aclarar algo fundamental, como es la demostración de que estamos perdiendo la libertad. Es seguramente el primer paso.

  • Juan José Gutiérrez Alonso es profesor de Derecho Administrativo en la Universidad de Granada
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