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Sangre iglesia Nigeria

El suelo de la iglesia de San Francisco de Owo quedó cubierto de sangreAFP

Cristianos perseguidos

Misioneros en Nigeria: «Todos vivimos con miedo. Ningún lugar es ahora más seguro»

El sur del país, la zona mayoritariamente cristiana de Nigeria, era hasta ahora la más pacífica

La vida de la Iglesia en Nigeria no es fácil. La convivencia entre religiones, tampoco. El norte del país era, hasta ahora, la zona más conflictiva, debido al protagonismo que allí tienen grupos fundamentalistas islámicos como Boko Haram, el brazo armado del Daesh en Nigeria. Bandidos armados y crimen organizado son el pan de cada día en un país en el que los cristianos son el objetivo.

En la masacre de Pentecostés, según los últimos datos de la Agencia Nacional de Gestión de Emergencias, publicados por la Agencia Fides, han muerto 22 cristianos, 50 más han quedado heridos, de todas las personas que se encontraban en la iglesia de San Francisco Javier de Owo, en el Estado de Ondo, cuando un grupo de cinco personas armadas irrumpieron en medio de la Eucaristía y dispararon a los fieles sin discriminación: hombre, mujeres y niños por igual. «Un acto totalmente irracional», comenta Jorge Crisafulli, responsable de Misiones Salesianas en Nigeria, sobre lo hechos que ve «con gran preocupación» y un «gran dolor».

El sacerdote y misionero cuenta que, aunque todavía ningún grupo se ha atribuido el ataque, existen distintas facciones armadas nigerianas que, ante la llegada de las próximas elecciones presidenciales en febrero de 2023, buscan crear inestabilidad política, allí donde la relación entre confesiones religiosas es de todo menos moderada y donde lo político, lo étnico y lo religioso ha quedado unido generando una problemática que se cuela en las iglesias y deja matanzas como la que ha tenido lugar el domingo, 5 de junio.

Aparte de la que apunta como autores del atentado a miembros de Boko Haram, otra hipótesis se ha levantado sobre los hechos. Crisafulli cree que podría parecer un acto de venganza del grupo nómada fulanis, que se dedica a criar ganado, por haber sido expulsados de la región por el gobernador, pero las investigaciones oficiales todavía no han presentado sospechosos.

El sur del país, la zona mayoritariamente cristiana de Nigeria, era hasta ahora la más pacífica, en comparación con el norte, donde la persecución a los cristianos es el pan de cada día. Crisafulli recuerda, al hablar de lo castigada que está la fe en el país, a Deborah Kubaya, quien hace menos de un mes fue acusada de blasfemia y asesinada en un centro de educación en Sokoto por pedir a sus compañeros en un grupo de WhatsApp que no comentasen cuestiones religiosas, solo académicas. Estos hechos llevaron al obispo de esta diócesis a «invitar a que no se celebrasen misas, el domingo después del ataque», confirma el misionero.

En la zona más cercana a la República del Níger, los ataques, los secuestros y las matanzas han llegado a tal punto que ha sido declarado el estado de sitio por el Gobierno ya que los «fundamentalistas han atacado y robado iglesias, destrozado los negocios de los cristianos y secuestrado a sacerdotes», informa Crisafulli. Sin embargo, los asaltos en zonas desde el centro a poblaciones cada vez más cercanas al Golfo de Guinea son cada vez más comunes.

En la región de Níger, en el conocido como el Cinturón Central, fue secuestrado a finales de marzo el padre Leo Raphael Ozigi por unos bandidos de Sarkin Pawa junto con otras 44 personas. Explica Crisafulli que los bandidos se benefician de las recompensas que piden por el rescate, que pueden llegar incluso a los 250.000 dólares o más.

Las vías de comunicación son también un lugar prolífico para los asaltos. Por ejemplo, la línea ferroviaria entre Abuya y Kaduna ha sido atacada en numerosas ocasiones y mientras los bandidos armados entran en el tren, los guardias de seguridad y los policías salen. La hermana Evan, de la Congregación de las Clarisas Misioneras en Nigeria, que vive a unas cinco horas de Owo, donde ha tenido lugar el último atentado contra cristianos, cuenta que ante la proliferación de estos grupos armados los agentes de seguridad son expulsados de los poblados, donde dejan campar la violencia a sus anchas.

«Todos vivimos con miedo, los que estamos cerca o más lejos. Ningún lugar es ahora más seguro», afirma la hermana Evan, sobre lo que Jorge Crisafulli explica que esta nueva masacre cambia completamente el panorama. «Hay que armar la seguridad de las iglesias, controlar los coches que entren en los terrenos de la iglesia y hacer chequeos a los fieles antes de entrar en las parroquias», asegura el misionero. Sin embargo, la misionera no está totalmente de acuerdo porque «ellos son más fuertes y tienen armas más poderosas».

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