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01 de julio de 2024

Lu Zhengxiang

Fray Pedro Celestino, junto a una imagen de la Virgen

​El primer ministro chino que rehusó firmar el Tratado de Versalles y luego se hizo monje benedictino

El político protestante, Lu Zhengxiang, se convirtió al catolicismo tras casarse

Nacido en 1871 en el seno de una familia adinerada de Shanghai, Lu Zhengxiang fue un protestante convertido al catolicismo que sirvió a su país como político. Tras la muerte de su esposa, cesó en su labor, ingresando en un monasterio benedictino y siendo ordenado sacerdote. En su libro Caminos de Confucio y de Cristo, que fue publicado en 2023 por la editorial Ignatius Press, en Estados Unidos, reflexiona sobre la tradición intelectual y espiritual del confucianismo y de la religión católica.

Su mentor, Xu, que fue decapitado por la Rebelión de los Bóxers, le invitó a conocer las raíces del cristianismo. Años después, conoció a Berthe Bovy, una católica hija de militares belgas, y después de casarse con ella, acabó por comulgar con Roma, siendo bautizado sub conditione.

Portada de Caminos de Confucio y de Cristo, de Lu Zhengxiang

Portada de Caminos de Confucio y de Cristo, de Lu ZhengxiangIgnatius Press

Fray Pedro Celestino

Lu sirvió como ministro de Asunto de Exteriores, representando a China en la firma del Tratado de Versalles de 1919. Sin embargo, fue el único que no estampó su rúbrica porque el documento porque le otorgaba a Japón la soberanía de un territorio que los chinos demandaban.

Tras pasar como primer ministro de la breve República China, la salud de su esposa le obligó terminar con su carrera política y a mudarse a Suiza en 1922 en busca de algún remedio.

Años después, tras la muerte de Berthe, Lu ingresó como postulante en una abadía benedictina de Bélgica, Saint André-les-Bruges, cambiando su nombre por el de fray Pedro Celestino. Fue ordenado sacerdote a los 64 años y sería nombrado abad de San Pedro, en Gante, por el Papa Pío XII. Murió en 1946, habiendo preservado en su vida un espíritu de tranquila esperanza, pese al haber presenciado la Segunda Guerra Mundial y el ascenso del comunismo. La Providencia sería su apoyo en un momento de horrores y atrocidades.

Lu Zhengxiang

Lu Zhengxiang abandonó su carrera política por la delicada salud de su esposa

«Un tesoro incomparable»

Su esperanza radicaba en la visión de unidad del mundo desde el cristianismo, tratando de cerrar el abismo entre Oriente y Occidente. Animó a los primeros a familiarizarse con los segundos por el patrimonio clásico, germen de su civilización y de la Iglesia.

«La literatura patrística griega y latina es un tesoro incomparable. La teología católica tomó de Grecia los fundamentos filosóficos de su edificio espiritual, y el gobierno terrenal de la Iglesia encontró en Roma los conceptos jurídicos que forman el marco de su jerarquía y de su admirable organización», apuntaba. De esta forma, creía importante que «nuestro clero, lejos de disminuir sus estudios en cultura grecolatina, los desarrolle aún más».

Para Lu, la búsqueda de una vida virtuosa no requiere solo conocimientos e ideales elevados, sino que precisa de un profundo estudio de la historia, idioma, filosofía, arte y cultura, particularmente de la cristiana.

Lu Zhengxiang

Lu Zhengxiang trató de tender puentes entre Oriente y Occidente

«Quien se 'libera' es hombre muerto»

Igualmente, reflexiona como cristiano confuciano de la pérdida de Occidente de la virtud de la piedad, sobre la que la fe aporta que la familia es una expresión de la ley natural.

«El vínculo de la vida familiar es la piedad filial», comentaba. Esta filiación es «fruto del afecto indisoluble que los padres dan entre sí y del que juntos aportan a sus hijos», por el que la familia alcanza su perfección. Además, «da al hombre la conciencia de su filiación, de lo que recibe al entrar en la vida, de lo que es la vida para quien la recibe y de quién es el deber de transmitirla». También es «vínculo» con las generaciones predecesoras, conociéndolas profundamente a ellas mismas y sus actos, descubriendo a «nuestros padres, comprenderlos y amarlos». Igualmente, «a nuestros hijos podemos abriles el futuro».

La falta de piedad filial aleja al hombre de sus raíces, cayendo en el anonimato. «Quien se 'libera' de la piedad filial es hombre muerto», aseguraba Lu. Esta virtud no se limita a la familia, sino también a la nación y, en último grado, a la humanidad.

El religioso también narra la obra misional en China, en lucha por formar la verdadera república, y las meditaciones de Lu sobre el protestantismo y catolicismo en un país pagano, análisis para el momento actual en el que el espíritu religioso decae en el mundo.

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