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La religiosidad de Magallanes

El indiferentismo frente a lo religioso es siempre un empobrecimiento. La lectura de la persona es incompleta si se omite su religiosidad, que no es más que la expresión en costumbres, formas y ritos concretos, que expresan lo más íntimo de la persona

Actualizada 04:59

Cuando José Ortega y Gasset decide prologar una edición que rescataba del olvido la autobiografía del capitán Alonso de Contreras, se encuentra con el problema de la enormidad del personaje, un soldado español del primer tercio del siglo XVII oriundo de Madrid. Hechos lugares, hazañas, excesos… hasta el punto que hacen exclamar a Ortega que «se trata de una narración sobremanera inverosímil, a la cual acontece la gracia de ser la pura verdad». Arturo Pérez-Reverte encontraría la inspiración principal de su capitán Alatriste en este personaje, salvo en un único elemento: su religiosidad.

Abordar la representación de estos personajes tan complejos no resulta fácil. Últimamente, ha habido una campaña de presentación de la serie Sin límites, que versará sobre la vuelta al mundo de la expedición de Magallanes, finalizada por Elcano. El actor Rodrigo Santoro, que encarna a Fernando de Magallanes, declara que intentando conocer al personaje, leyó su testamento. La impresión que le quedó es que se trataba «de un hombre muy religioso, algo obsesionado y extremista», lo cual hace de su personaje «un hombre lleno de conflictos y contradicciones muy profundas». Nuevamente, parece que la religiosidad a la hora de abordar la representación de un personaje se percibe como un dato de difícil interpretación, cuando no un obstáculo.

La religiosidad de estos personajes, así como la de Miguel de Mañara, Andrés de Urdaneta, el Marqués de Santa Cruz, Isabel Clara Eugenia o tantos otros de aquellos siglos, es imprescindible para entender quiénes eran y la sociedad de la que formaban parte. Da la impresión de que la religiosidad católica de estos personajes se percibe como una beatería que, por fuerza, tiene que ser una impostura o que, por el contrario, se trata de un aspecto frontal del fanatismo y de lo más contradictorio que podemos hallar en el personaje. No existe una visión de su religiosidad como algo vertebrador de su persona, y sin este presupuesto tendremos ficción, pero no representación.

Y es que la representación es esencial. Claro que somos un cúmulo de contradicciones, pero la religiosidad no deja de ser la manifestación de cómo se gestionan las contradicciones de la persona frente a Dios. El capitán Alonso de Contreras nos cuenta en su autobiografía, escrita por insistencia de Lope de Vega, pecados, excesos, pendencias y hasta crímenes perpetrados por el protagonista. Pero también nos cuenta las penitencias, arrepentimientos, experiencias de vida eremítica y su deseo de reconciliación. El capitán Alatriste es ficción, y bien está; el capitán Contreras es humano, completo. Es el que interpela al hombre de todos los tiempos con lo único que tiene la virtud de alcanzar al hombre de todos los tiempos: su posicionamiento frente a Dios, con sus éxitos y sus fracasos, que adquieren una lectura muy distinta, engarzados en la conversación ininterrumpida de estos personajes con su Dios y Señor.

El indiferentismo frente a lo religioso es siempre un empobrecimiento. La lectura de la persona es incompleta si se omite su religiosidad, que no es más que la expresión en costumbres, formas y ritos concretos, muchos propios de una época dada, que expresan lo más íntimo de la persona. La religiosidad claro que puede manifestar el deseo de querer engañar a Dios, falseando desesperadamente nuestra propia imagen, pero la mayor parte de las veces solo expresa cuando el hombre deja de ser príncipe, regente, capitán, hidalgo, soldado para ser simplemente él, pero ser él tal y como se conoce frente a Dios, que lo ve todo. El hombre religioso será necesariamente contradictorio, y eso es lo más sincero que el hombre puede ser desde una antropología cristiana. La alternativa del indiferentismo es hacer de las contradicciones hipocresía, pero desde la comodidad del que está instalado en una eticidad fluida, sin márgenes ni compromisos estables.

Pocas cosas se me ocurren más retadoras para un creador o un artista que representar esta contradicción de lo religioso en toda su riqueza. Meterse en el personaje como lo hizo Andrew Garfield con Silencio, la película de Scorsese ambientada en la persecución de los católicos del Japón del siglo XVII. Para interpretar su personaje, se acercó a los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Fue guiado a meditar muchos de los pasajes de los Ejercicios para poder representar a un jesuita religioso y con contradicciones. Lo demás ya depende del artista y de la amplitud de su registro, pero la verosimilitud está lograda. Y es que las hazañas pueden ser inverosímiles y hechas por personajes contradictorios. Pero ese hombre es el que precisamente hace al relato verdadero. Y la religiosidad hace a las ficciones verosímiles.

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