Un Pentecostés para aprender a callarme
Mientras el Evangelio predicaba el don de lenguas, yo me despertaba sin voz, con una afonía inexplicable
Hace varias semanas que de mi cabeza no se va la idea, de lo poco que dejamos actuar a la voluntad de Dios. Estamos metidos en un mundo, que va muy deprisa, en el que la simple idea de dejarte a la Providencia es una tarea heroica, ya que los recibos el día uno de cada mes es implacable, y cuando tienes hijos, la idea de no pagar el agua o la luz es prioridad máxima.
El domingo de Pentecostés y electoral, mientras el Evangelio predicaba el don de lenguas para los Apóstoles, yo me despertaba sin voz, con una afonía inexplicable. Para una persona cómo yo, que habla como si lo fueran a prohibir, no poder hablar, es peor que una plaga de saltamontes. Contra todo pronóstico, mi cabeza, mi alma y mi yo por entero, empezó a ver esta afonía como un Pentecostés a la inversa, una oportunidad que me estaban dando para callarme y empezar a escucharle por una vez en la vida.
¿Por qué nos cuesta escuchar a Dios en lo cotidiano? Yo soy la primera sorda de Dios, andamos por la vida sin aliento, con el volante vital bien sujeto, esperando que, si Dios nos quiere decir algo, como mínimo debe ser con una zarza ardiendo o un viento huracanado… y claramente eso no pasa nunca, y los milagros de andar por casa, se nos pasan por alto.
Pensando y pensando en estos milagros cotidianos, se me pasó la hora de ir a misa, después de comer, de sacar al perro y calarme, me vino a la cabeza, una recomendación de mis vecinas Sofía y Maritere, unas fijas de la columna de opinión. Hace unos meses, me contaron que, al lado de nuestra casa, había un Convento de Padres Carmelitas Descalzos, y que la misa de 19.30 era espectacular, llena de gente, muy buenos sacerdotes y unas homilías de las que asaltan el corazón.
A las 19:00 estaba sentada en la capilla, con dimensiones de parroquia, estaba sola y el Sagrario en mi horizonte, poco a poco fue llegando, gente y gente y tres veces gente y esa capilla se llenó…la Eucaristía estaba tan cuidada, la música, el incienso y las palabras del sacerdote, y fue así de simple, ayer Dios me dejó callada, para regalarme, uno de sus milagros cotidianos, la Eucaristía, un día entero de callada preparación para, sentir que sólo hace falta El.