Un gendarme dio su vida para salvarla en el atentado de Trèbes: «La Virgen Milagrosa fue el comienzo de un alivio»
La empleada del supermercado que salvó su vida en el atentado de Trèbes porque un gendarme ofreció su vida por la suya, cuenta en El Debate su itinerario espiritual desde la indiferencia religiosa hacia un catolicismo sincero
Julie Grand es el seudónimo –aún no quiere que se sepa su verdadera identidad– de la mujer que sigue en vida porque el 23 de marzo de 2018 el teniente coronel Beltrame se sacrificó por ella. Ahora ofrece su testimonio en Sa vie pour la mienne (Su vida por la mía), escrito en colaboración con el periodista Marc Eynaud.
–«Dios ese ser tan lejano», se titula un capítulo de su libro.
–Sí, muy significativo: no había un ambiente religioso, pero tampoco había una hostilidad particular. Mis padres no creían, pero a mí me educaron en un ambiente muy moral, muy respetuoso, muy humano. Mi padre era médico, pero un médico a la antigua.
–¿Médico rural?
–Un médico de provincias: comprensivo, tolerante, humanista de verdad en el buen sentido de la palabra. A la antigua.
–Por si fuera poco, pasó su infancia en provincia de Tarn et Garonne, en el corazón del territorio radical-socialista, uno de los feudos históricos del anticlericalismo francés. ¿Vivió ese ambiente o ya estaba algo más matizado?
–No sabría qué decir. Digamos que estaba un poco distante y recelosa.
–Distante.
–Soy ingeniera y la ciencia era suficiente para mí, me bastaba con su evidencia, pues respondía a mis preguntas sobre el origen del hombre.
–Hasta que llegó el punto de inflexión cuando leyó un libro del psiquiatra Boris Cyrulnik sobre la resiliencia.
–Este libro, sencillamente, constataba que las personas que practican la espiritualidad, sea cual sea su religión, tienden a recuperarse mejor de las dificultades de la vida. Yo estaba buscando algo: un fundamento, algo a lo que aferrarme para reparar mi vínculo con la vida, con la sociedad. Para restaurar el sentido de mi existencia. Todo eso me atraía. Pero entonces todavía tenía muchas barreras en el camino,
–¿Cuáles?
–Barreras que me impedían aceptar la existencia de Dios, aceptar la fe. Y fueron necesarios muchos pequeños pasos después, a través de reuniones, discusiones y demás. Pequeñas cosas con la palabra barrera de por medio.
–¿Eran aquellas barreras fueron producto de su educación o de sus propias inquietudes como persona de formación científica?
–Ambas cosas. De todas formas, éramos una familia de científicos, por lo que pensaba que la gente de fe estaba equivocada y era casi demasiado fácil. Lo que sentía era detestable, una especie de desprecio cortés. Sentía cierto desprecio cortés para las personas de fe. Así son las cosas, lo admito.
–Por lo tanto…
–Me llevó tiempo, un montón de reuniones y pequeñas cosas que me hicieron vibrar, que derribaron barreras una a una.
–La principal fue el atentado de Trèbes, cuando salvó su vida porque Arnaud Beltrame ofreció la suya. ¿No?
–Completamente. Tuve que estar entre la espada y la pared, en situación absoluta angustia. Aceptar hacerme estas preguntas e ir a ver qué podía aportarme la oración y cómo la fe podía ayudarme a comprender. Realmente tuve que estar muy deprimida y en gran dificultad para aceptar ir y ver qué podía la fe. Para explicarme la vida y el mundo.
–El primer elemento fue la Medalla Milagrosa que un día le regalan.
–Cierto. Es una medalla extraordinaria. Estaba sinceramente empezando a preguntarme sobre la fe. Y cuando me la dieron, me la dieron gratis, sin decir nada, sin hacer ningún discurso, sólo para decirme que me ayudaría porque podía apoyarme en ella. Sin entenderlo, me apoyé en ella, en María, es un rostro de ternura, amor, comprensión y apoyo. Son brazos extendidos.
–Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos.
–Sí. Ese fue el comienzo de un alivio, de un nuevo apoyo. El cambio completo vino unos meses después, cuando entré en contacto con amigos católicos. Me explicaron cómo rezar y un día, cuando estaba extremadamente débil y con dificultades, recé mi primera oración en la Iglesia y mi vida empezó a cambiar de verdad en ese momento.
–También se produjeron, en su itinerario de conversión después del atentado dificultades familiares, sociales y económicas después del atentado.
–Tendemos a creer que las víctimas del terrorismo suelen ser bien tratadas, mimadas, atendidas y apoyadas. Hay cosas que se ponen en marcha al principio: gente que te arropa, que te rodea, pero solo para que rápidamente vuelvas a una vida normal. Entonces vas a un psiquiatra, a formarte para un nuevo trabajo y ya está, todo va a ir bien.
–Pero no.
–Los psiquiatras no eran los adecuados, su labor no era suficiente, la reconversión profesional no dio sus frutos. Lo intenté todo, pude hacerlo. Tuve una crisis social, profunda, íntima. Mi relación sentimental se vino abajo.
–Y eran únicamente los primeros síntomas.
–Sí, fue muy violento y experimenté aislamiento social y mucha incomprensión: las únicas personas que me ayudaron en algún momento fueron los servicios sociales y algunas almas bondadosas. Además, mi padre acababa de morir de cáncer.
–Asimismo, siguiendo con el itinerario espiritual, seguía descubriendo la fe a través de un retiro en la Abadía de Lagrasse.
–Sí.
–Es el segundo elemento después de la medalla milagrosa.
–Es el lugar donde pude estar en contacto con Dios allí. Y también con Arnaud Beltrame, que había estado allí con su esposa. Es un lugar donde he tenido encuentros muy hermosos, ya fuera entre los canónigos o entre la comunidad de creyentes que frecuenta la Abadía.
–La experiencia espiritual definitiva.
–Ha sido para mí el lugar de renovación y de aprendizaje. Los feligreses y los católicos que conocí entonces fueron muy acogedores, explicándome muchas cosas sobre la fe, la Biblia y, aunque parezca algo tonto…
–¿El qué?
–Es muy importante tener gente que te enseñe a rezar. Llegas sin nada, sin equipaje y te encuentras con humildad, amor y gratitud. Es muy importante que la gente te explique esto.
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–Después de Lagrasse, empezó el catecumenado y el camino definitivo hacia la fe y el bautismo.
–Además, tuve la suerte de conocer al hombre que se va a convertir en mi marido. Tiene una familia sólidamente católica, que ha sido un gran apoyo para mí en el catecumenado y en la comprensión de la Biblia y la fe. La preparación para el bautismo fue muy importante. Yo no tenía formación católica. Tenía mucho que aprender.
–Recibió el sacramento del bautismo el Domingo de Resurrección y ya tiene importantes conocimientos: en el libro compara a Arnaud Beltrame con san Carlos De Foucauld, cuya figura ha estudiado. «Existe un curioso y tumultuoso vínculo en su vida y su carrera con muchos de los religiosos presentes en el desierto marroquí tras una carrera de oficial, propensa a todos estos excesos, en este guerrero convertido en ermitaño».
–A ver, sí, Arnaud Beltrame, que era hasta entonces un perfecto desconocido realizó un retorno a la fe a la edad de 33 años. Fue a través de sus acciones que se dio a conocer. Entonces supimos quién era. De hecho, crea vocaciones, a través de sus acciones y de su personalidad. A mi alrededor he visto ejemplos de personas jóvenes que se han alistado en el ejército o en la policía. Igual que Arnaud Beltrame. También sé que ha habido personas que han sido tan conmovidas que lo invocan en sus oraciones. Él era su sangre. Su acción, su nombre y su fe son hoy un modelo para seguir.
–Una última curiosidad: ¿ha vuelto a pisar el supermercado de Trèbes escenario del atentado?
–Una vez muy rápidamente para apoyar a mis colegas el día de la reapertura. Di este paso para no perderme una etapa importante del duelo, porque sabía que no volvería a poner los pies allí.