La lengua de signos sobrevive en los monasterios para no romper el voto de silencio
Durante siglos, esta forma de comunicarse fue el único recurso de los monjes para no romper la regla de san Benito
El silencio es la mejor salvaguardia del tesoro del alma, como dijo san Gregorio Nacianzeno. También lo definió este doctor de la Iglesia del siglo I d.C. como «una de las formas más útiles de templanza» y «uno de los medios más eficaces para regular los movimientos». Parte de la vida contemplativa consiste en aprender a no romper este mutismo monástico.
Con este propósito, existe un código de signos propios dentro de los monasterios, abadías y conventos. Durante siglos, esta forma de comunicarse fue el único recurso de los monjes para no romper la regla de san Benito. Lo que pocos saben es que sirvió también como base para la universalización del lenguaje de signos entre las personas sordas.
Después de que el Concilio Vaticano II estableciese la «palabra funcional», es decir, hablar bajo cuando fuese necesario, la lengua de signos monásticos cayó en desuso. Ya no se enseña a los novicios y tampoco se emplea en el día a día. No obstante, sigue siendo Patrimonio Cultural Inmaterial vinculado a la vida monástica. Es una realidad muy poco conocida, aunque su existencia se remonta muy atrás en el tiempo.
Existen testimonios escritos tan pronto como el siglo XI que atestiguan su intenso uso por los benedictinos de Cluny, que dentro del monasterio guardaban un silencio prácticamente absoluto y para comunicarse debían hacerlo empleando un sistema de signos y señas. Hasta ahora los datos que teníamos es que las comunidades benedictinas lo dejaron de usar tras la desamortización y que las comunidades cistercienses de Estricta Observancia (trapenses) lo mantuvieron hasta los años 70. Algunos monjes y monjas mayores lo conocen, pues lo aprendieron en sus primeros años en el monasterio.
Las contadas comunidades en las que se practica están repartidas por el centro de Europa. Hasta allí ha viajado Cecilia Cózar, investigadora de la fundación De Clausura, donde resisten este lenguaje de signos entre las hermanas clarisas, carmelitas y dentro de la rama masculina premostratense. Allí, ha podido conversar con las religiosas que explicaron cómo hacían para comunicarse sin palabras. El fruto de esta investigación planea dejarlo grabado en un documental al estilo del exitoso Libres, la película sobre la vida lejos del mundo.
De la clausura, el lenguaje de signos dio el salto a la calle cuando el benedictino Ponce de León impulsó una escuela para niños sordos en el monasterio de San Salvador de Oña, donde educó a dos hijos de los condestables de Castilla que carecían de este sentido. Junto a la música, los oficios, la gastronomía, esta forma de comunicarse ha sido incluido por el Plan Nacional de Monasterios, Abadías y Conventos dentro del patrimonio cultural inmaterial de la clausura.