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Anunciación, de Fray Angélico

Anunciación, de Fray Angélico

García Lorca y el proceso de «agitanización» de la Anunciación

En varias de las obras fundamentales de García Lorca está presente el componente religioso. Lo está, por ejemplo, en el Poema del cante jondo, con el poema «La saeta», en el que ya asoma ese surrealismo que se hará mucho más patente en Poeta en Nueva York, libro al que pertenecen los poemas «Nacimiento de Cristo» y «Crucifixión». Pero es en el Romancero gitano donde «irrumpen de pronto» las tres grandes ciudades andaluzas, representadas por tres arcángeles: Granada/San Miguel, Córdoba/San Rafael, y Sevilla/San Gabriel.

A este respecto, escribe García Lorca: «San Miguel rey del aire, que vuela sobre Granada, ciudad de torrentes y montañas; San Rafael, arcángel peregrino que vive en la Biblia y en el Korán, quizá más amigo de musulmanes que de cristianos, que pesca en el río de Córdoba; San Gabriel Arcángel, anunciador, padre de la propaganda, que planta sus azucenas en la torre de Sevilla. Son las tres Andalucías...». Y así surgen tres poemas herméticos -por la dificultad de su complejo lenguaje metafórico-, aunque de tono irónico y guasón. Y es del tercero de estos poemas del que nos vamos a ocupar. Está dedicado a Agustín Viñuales Pardo. Con motivo de la obtención de la Cátedra de Economía Política y Elementos de Hacienda Pública de la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada, se trasladó a esta ciudad en 1918, y fue profesor de García Lorca, con el que trabó una gran amistad.

Extracto de 'San Gabriel'


Un bello niño de junco,

anchos hombros, fino talle,
piel de nocturna manzana,
boca triste y ojos grandes,
nervio de plata caliente,
ronda la desierta calle.

Sus zapatos de charol
rompen las dalias del aire
con los dos ritmos que cantan
breves lutos celestiales.
En la ribera del mar
no hay palma que se le iguale,

ni emperador coronado
ni lucero caminante.
Cuando la cabeza inclina
sobre su pecho de jaspe,

la noche busca llanuras
porque quiere arrodillarse.
Las guitarras suenan solas
para San Gabriel Arcángel,
domador de palomillas
y enemigo de los sauces.
-San Gabriel: el niño llora

en el vientre de su madre.
No olvides que los gitanos
te regalaron el traje.

En este romance -el número 10, de los 18 que componen la obra lorquiana-, la Anunciación es vista desde una óptica gitana, y todos los elementos que conforman el poema están sometidos a una profunda agitanización. La Anunciación de los Reyes la visita San Gabriel para anunciarle la Encarnación cristiana del Verbo: «Dios te salve, Anunciación. / Morena de maravilla. / Tendrás un niño más bello / que los tallos de la brisa» (versos 43-46). Y ese niño será, como buen gitano, no solo caballista, sino fundador de dinastía: «Dios te salve, Anunciación, / Madre de cien dinastías. / Áridos lucen tus ojos / paisajes de caballista» (versos 59-62).

A la descripción de la hermosura del del arcángel San Gabriel dedica el poeta los primeros catorces versos del romance, un arcángel transmutado en un joven gitano. En los versos 1-6 se subraya su galanura: de cintura delgada -«niño de junco» (verso 1), «fino de talle» (verso 2)-; con ese color cetrino tan característico de los gitanos -«piel de nocturna manzana» (verso 3, en el que no debe pasar desapercibida la relación «manzana- lujuria»)-; dotado de fuerza y vigor masculinos -«nervio de plata caliente» (verso 5, un oxímoron en el que el adjetivo «caliente» añade un componente erótico); sevillano galán donjuanesco -«ronda la calle desierta» (verso 6)-. La descripción del arcángel continua en los cuatro siguientes versos (7-10), y ahora se centra en sus andares lentos; pero su taconeo es lúgubre, porque presiente la futura Pasión que, en alguna forma, contiene el mensaje que trae a la Virgen: de ahí el contraste entre los «zapatos de charol» -con su color negro, de muerte- y «las dalias», que aportan connotaciones vitales.

En los ocho versos siguientes (11 a 18) prosigue la descripción del arcángel por medio de un proceso de mitificación que le rodea de extraordinarias cualidades; y así, el poeta nos lo presenta como un personaje único e irrepetible, que no admite comparación con nadie (versos 11-14, que contienen una comparación por negación altamente expresiva: «En la ribera del mar / no hay palma que se le iguale, / ni emperador coronado / ni lucero caminante»); y ante cuya belleza la naturaleza toda se inclina (versos 15 a 18, que encierran una original hipérbole que contribuye a acrecentar el aludido proceso de mitificación: «Cuando la cabeza inclina / sobre su pecho de jaspe, / la noche busca llanuras / porque quiere arrodillarse»).

Suenan las guitarras en honor de San Gabriel (versos 19-20), al que el poeta, en intrincadas metáforas, llama «domador de palomillas / y enemigo de los sauces» (verso 21): la palomilla es la Virgen -por su inocencia y dulzura-, que es domada, al aceptar de buen grado el anuncio del nacimiento de Jesús que el ángel le transmite («Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices»; en En el Evangelio según San Lucas [1, 26-38] se relata el episodio de la Anunciación]); ángel de figura esbelta -esbeltez ya aludida metafóricamente en el verso 1: «niño de junco», es decir, alto y delgado-, y no curvada, como la del sauce.

La primera parte del romance se cierra con los presentimientos de la muerte de Jesús, que reaparecen de nuevo -«El niño llora / en el vientre de su madre» (versos 23-24)-, y la petición del poeta a la imagen de San Gabriel de que proteja al niño y muestre, así, su gratitud a los gitanos, que le regalaron las ropas que viste (versos 25-26; téngase en cuenta que entre las costumbres religiosas de tipo popular se encuentra la de regalar trajes a las figuras sagradas).

Segunda parte de 'San Gabriel'

Anunciación de los Reyes,
bien lunada y mal vestida,
abre la puerta al lucero
que por la calle venía.
El Arcángel San Gabriel,
entre azucena y sonrisa,
biznieto de la Giralda,
se acercaba de visita.
En su chaleco bordado
grillos ocultos palpitan.
Las estrellas de la noche
se volvieron campanillas.
-San Gabriel: aquí me tienes
con tres clavos de alegría.
Tu fulgor abre jazmines
sobre mi cara encendida.
-Dios te salve, Anunciación.
Morena de maravilla.
Tendrás un niño más bello
que los tallos de la brisa.
-¡Ay San Gabriel de mis ojos!
¡Gabrielillo de mi vida!
Para sentarte yo sueño
un sillón de clavelinas.
-Dios te salve, Anunciación,
bien lunada y mal vestida.
Tu niño tendrá en el pecho
un lunar y tres heridas.
-¡Ay San Gabriel que reluces!
¡Gabrielillo de mi vida!
En el fondo de mis pechos
ya nace la leche tibia.
-Dios te salve, Anunciación,
Madre de cien dinastías.
Áridos lucen tus ojos paisajes de caballista.

La segunda parte del romance se inicia aludiendo a la Virgen con un gracioso nombre: Anunciación de los Reyes (verso 27); nombre que aúna la tradición cristiana -Anunciación- con la gitana -ya que el apellido Reyes es frecuente entre gitanos y, por otra parte, el niño que va a nacer será, precisamente, Rey de Reyes-; y «bien lunada y mal vestida» (verso 28), que encierra una clara bisemia: «nacida con buena luna» -por el destino afortunado que le aguarda: ser la madre de Cristo-, y también, ya fértil -en el primer ciclo lunar de la gestación-; y, además, humilde -por la modestia de su indumentaria, de acuerdo con la pobreza evangélica-. La Virgen acoge, pues, al Arcángel San Gabriel que la visita (versos 29-30), y que simboliza la pureza que encarna la azucena -«entre azucena y sonrisa» (verso 32)-; de ascendencia marcadamente sevillana -«biznieto de la Giralda» (verso 33)-; y que se presenta vestido con un chaleco de lentejuelas cuyo fulgor es comparable a la estridencia del canto de los grillos -«en su chaleco bordado / grillos oscuros palpitan» (versos 35-36)-; mientras las estrellas, convertidas en gratas campanillas, pierden cualquier connotación dañina («Las estrellas de la noche, / se volvieron campanillas» (versos 37-38; la comparación de las estrellas con las campanillas puede tener su origen en la gran belleza de sus flores púrpuras y blancas).

A partir del verso 39, y hasta el 62, tiene lugar un rápido diálogo entre la Virgen y el Arcángel San Gabriel, conformado por tres intervenciones alternativas de cuatro versos cada una, introducidas sin verba dicendi. En la primera, la Virgen alude ya a los clavos de la Pasión -«Aquí me tienes / con tres clavos de alegría» (versos 39-40); así como al resplandor que despide el Arcángel, ante el que palidece el color rojo subido de la cara de la Virgen -«Tu fulgor abre jazmines / sobre mi cara encendida» (versos 41-42)-. San Gabriel le anuncia a continuación la Encarnación cristiana del Verbo: dará a luz «un niño más bello / que los tallos de la brisa» (versos 45-46; repárese en el aliento poético de la comparación, de altísima eficacia estética).

En su nuevo parlamento, la Virgen trata al Arcángel con gran familiaridad (versos 47-50). Este es, no obstante, portador también del anuncio de la futura crucifixión: «Tu niño tendrá en el pecho / un lunar y tres heridas» (versos 53-54; el lunar y las tres heridas corresponden a la llaga en el costado y a los clavos de las manos y pies). La Virgen acepta la maternidad -«En el fondo de mis pechos / ya nace la leche tibia» (versos 57-58); y el Arcángel se despide de ella augurándole que el niño que nazca traerá al mundo el Cristianismo -«Dios te salve, Anunciación, / madre de cien dinastías»- (versos 59-60); pero anticipándole también el sacrificio del Monte Calvario, aludido en los «áridos paisajes» que lucen en sus ojos (versos 61-62).

Los ocho versos finales -tercera parte del romance- nos presentan al niño cantando en el seno materno con voz llorosa, porque va a venir al mundo para morir clavado en una cruz -«Tres balas de almendra verde [los clavos] / tiemblan en su vocecita» (versos 65-66); y también al Arcángel San Gabriel que, cumplida su misión anunciadora, asciende a los cielos por la escala de Jacob (versos 67-68; cf. Génesis, XVIII, 12: «Entonces Jacob de Berseba tuvo un sueño: veía una escalinata que, apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles del Señor»). Y si en los versos 37-38 «Las estrellas de la noche, se volvieron campanillas», ahora -emplean do una construcción paralelística-, en los versos 69-70 retoman sus connotaciones maléficas -tan frecuentes en García Lorca-, y se convierten en siemprevivas -símbolos en el poeta de malos presagios y de muerte-: «Las estrellas de la noche / se volvieron siemprevivas». [Recordemos, al respecto, este fragmento de un diálogo en el acto II de Doña rosita la soltera: tía: La madreselva te mece, / la siempre viva te mata. Madre. Siempreviva de la muerte, / flor de las manos cruzadas].

Es obvio que muchos de los recursos aprendidos por García Lorca en nuestro Romancero Viejo están presentes en este poema: uso del imperfecto solo con valor durativo y de coexistencia con el presente («Anunciación de los Reyes, / bien lunada y mal vestida, / abre la puerta al lucero / que por la calle venía»); introducción directa de las palabras de los personajes sin verba dicendi -como puede comprobarse en el diálogo de la Virgen con el Arcángel San Miguel; sintagmas aposicionales que ejercen una función similar a la del epíteto épico («Dios te salve, Anunciación. Madre de cien dinastías»); versos octosílabos con rima asonantada en los pares (I: /á-e/; II y III: /í-a/).

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