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Álvaro Serrano

Álvaro Serrano

De alto ejecutivo de Iberia a «volar de verdad» como cura de pueblo en dos parroquias

Álvaro Serrano se presentó a un concurso para ganar un coche en el que el premio se ganaban encestando una pelota. Nunca había jugado al baloncesto, pero miró hacia arriba y pensó: «Señor, yo no sé si tú quieres, pero si la encesto me hago cura»

Álvaro Serrano, sacerdote diocesano de Toledo, tiene una trayectoria profesional poco común. Cambió su puesto de alto directivo de Iberia por entrar en el seminario. Un niño que de pequeño jugaba a volar, y que ahora «vuela de verdad» entre sus dos parroquias en Cáceres. El padre Álvaro Serrano Bayan tiene 37 años. Nació en Talavera de la Reina, pero su familia proviene de Castañar de Ibor (Cáceres).

Su trayecto profesional y vital es una historia inusual. Cursó Ingeniería Aeronáutica en la Universidad Politécnica de Madrid. En segundo de carrera ya trabajaba en la facultad y el último año lo contrató la compañía Iberia a través de un programa de talentos al tiempo que terminaba sus estudios.

De niño, a Álvaro le encanta jugar con aviones y con obleas. Su sueño era volar, pero también jugaba a ser cura. Él mismo dice que «la vocación está inscrita en nosotros desde que nacemos». Disfrazaba a sus muñecos de Playmobil de clérigos, montaba andas gracias a su habilidad con la marquetería y los hacía procesionar. En ocasiones se ponía el albornoz emulando un alba sacerdotal, tomaba una biblia, las obleas de la feria de Guadalupe y una lata de Coca-Cola para imitar el momento culmen de la Eucaristía. «De pequeño –subraya con seguridad– sentía esa devoción por las misas, por ayudar a los pobres y a los más desfavorecidos».

Una vocación incomprendida

Como muchos jóvenes, a los 18 años, se marchó a hacer el Camino de Santiago. Ahí es cuando empieza a tener claro que quiere irse al seminario, pero también quería estudiar. «Saqué una buena nota y pude elegir estudiar Ingeniería aeronáutica en Madrid», cuenta Álvaro.

«Mi familia es católica, pero para la mayoría de la gente resultó algo incomprensible mi decisión. Estaba en un período de búsqueda y sentía que la ingeniería no iba a ser mi medio de vida», recuerda el padre Álvaro.

Dice que Dios supo reorientar su senda para servir a los demás. Y aunque trabajaba en Iberia lo suyo era acudir a misa a diario, participar en campamentos con los niños, ejercer como catequista. «Llegó un momento en el que le dije a mi familia que me quería ir al seminario. Pero mi familia me dijo que acabara la carrera. Porque podía parecer que huía del compromiso, que como era una carrera de alta exigencia trataba de escapar», cuenta.

Cinco años adjunto a la presidencia

Durante media década ocupó un puesto de adjunto a Presidencia en la empresa, donde se encargaba del control de gastos y ahorros de toda la flota de aviones. Tenía muy buen sueldo, viajaba gratis, una novia y un proyecto familiar de futuro, una casa de 130 metros cuadrados con piscina y gimnasio en una urbanización de Madrid. Asimismo, compaginaba su oficio dedicándose a la magia cómica, de la mano de dos managers que los fines de semana le buscaban eventos en teatros, centros comerciales y televisiones.

A pesar del éxito, Álvaro sigue con su vida normal: «Yo no derrochaba dinero y seguía mi vida normal. No era una vida de lujo, ayudaba a mi familia, si tenía que dar algo a la Iglesia se lo daba, seguía siendo monitor y monaguillo…».

Un día se reunía con el presidente de una de las compañías más importantes de España, y al siguiente estaba tirado en el barro jugando con los niños del campamento.

¿Un sueño, verdad? Pues Álvaro renunció a todo, y un día cambió su vida. El hoy padre Álvaro se presentó a un concurso de la ACB y Orange donde regalaban un coche. Álvaro se decidió y entregó una única papeleta. De la urna donde se guardaban 5.000 tickets sacaron el suyo.

Nunca había jugado al baloncesto

Ahí comenzó su reto, desde la mitad de la cancha tenía que encestar una canasta y lo logró. Antes de tirar, miró hacia arriba y dijo: «Señor, yo no sé si tú quieres que sea o no sacerdote, pero si la encesto me hago cura». Solo contaba con una oportunidad y la pelota entró. El jurado quedó asombrado: en los 4 años que llevaban organizando este concurso, nadie había encestado.

Ya con el Fiat en sus manos, Serrano volvió a mirar al cielo y añadió: «Bueno, Señor, esta es una clara señal de que quieres que sea sacerdote». El joven jamás había jugado al baloncesto: «Yo no tenía la fuerza suficiente como para lanzarla normal y resultó muy gracioso porque tuve que tirar como a cuchara», rememora sonriente. De manera que su canasta fue, como él mismo reconoce, «una parábola perfecta».

A los 29 dio el paso definitivo. Entró en la oficina de su jefe y le soltó de golpe: «Mira, que me voy al seminario». Su jefe pensaba que se trataba de un seminario de formación de los que imparte Iberia, y le contestó: «Ah, ¿cuánto dinero necesitas y cuántos días vas a estar fuera?». A lo que Álvaro aclaró: «No. No me has entendido. Se trata del seminario de rezar». Se sorprendió muchísimo. «Disponía de un contrato de confidencialidad porque yo estaba en un cargo de relevancia en Presidencia, conocía los movimientos, las acciones que se iban a comprar, las rutas más eficientes...».

Tras comunicarle su decisión a su jefe fue al departamento de recursos humanos. «Les comenté otra vez todo y añadí: También lo he hablado con Jesús». Y los compañeros preguntaron: «¿Pero con Jesús Dios?». A lo que, entre carcajadas, les aclaró: «No, hombre, con Jesús mi jefe».

Le guardaron su puesto dos años

De Iberia conserva un bonito recuerdo: «Se portaron muy bien conmigo, me guardaron el puesto dos años por si me arrepentía, porque sabían que era una decisión importante y arriesgada. Sigo teniendo una buena relación con ellos, pero no volví».

Su renuncia empieza a ser evidente desde el principio. El primer golpe es el impacto que provoca esta decisión en su familia. Algo que le hizo sufrir, nos cuenta el padre Álvaro: «Fue un momento duro. Mis padres lo pasaron fatal y yo también lo pasé mal, porque es una decisión muy importante. Ellos se portaron muy bien y me ayudaron en todo, pero comprendo esa vida de lucha para que tu hijo llegue a donde está y que de repente renuncie a todo. Pero siempre me han apoyado independientemente de que lo estuvieran pasando mal».

Al principio, le costó amoldarse: «Los horarios, volver a las clases otra vez, volver a estudiar, y tenía que estudiar letras y yo soy de ciencias. Para mí eso era complicadísimo. Lo mío es la lógica, las fórmulas».

Pero con esta decisión importante y difícil, al mismo tiempo, le vino la paz: «Una vez entré en el seminario, estaba completamente tranquilo. Cuando me iba a acostar decía: ‘¡Qué bien, estoy haciendo lo que Dios quiere!’. Qué bien esos momentos con el Santísimo. Ya soy todo tuyo, ya no tengo nada y aquí estoy para ti y esos son los momentos más bonitos». Álvaro lo dejó todo y entró en el seminario de Toledo.

Párroco en dos pueblos cacereños

Tras ser ordenado sacerdote en Guadalupe en 2022, ahora ejerce su actividad sacerdotal en Fuenlabrada de los Montes y Villarta de los Montes. En los últimos años se ha producido un importante descenso en el número de ingresos en los seminarios extremeños, esa es la causa de que un solo sacerdote atienda de dos a tres parroquias.

El padre Álvaro Serrano disfruta cada día de su vocación sacerdotal, a pesar de levantarse temprano, en torno a las seis de la mañana, para rezar y coger fuerzas en la oración.

Luego abre el despacho parroquial, acude a ver a los enfermos, entra en las tiendas y saluda a la gente. Es uno más del pueblo. A media tarde celebra catequesis, preside la escuela de monaguillos, las reuniones con los padres, con los grupos de matrimonio… hasta que la jornada concluye con oración de vísperas, la Adoración del Santísimo y las misas. Sobre las diez de la noche se acuesta porque al día siguiente hay que empezar una nueva jornada, que se esfuma entre la oración y el acompañamiento a los demás.

«La gente necesita mucho de Dios, pero sobre todo piden que se les escuche. La sociedad tiene una herida. Estamos viviendo en un mundo cada vez más individualista e independiente. Se mira poco el tú a tú y se mira mucho el por sí. Falta compromiso, nos estamos deshumanizando. Aun así, todavía hay esperanza», declara Serrano

El padre Álvaro tiene clara su línea pastoral: «Llevar esa ilusión, esa alegría y esa esperanza de que hay algo más, de que la cosa no se acaba cuando te mueres, que merece la pena vivir, que Dios existe». Como le pasó a Álvaro Serrano aquel día que una canasta cambió su billete de Iberia por otro que lo condujo en vuelo directo al Reino de los Cielos.

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