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Rafael Merry del Val y Zulueta fue un obispo y cardenal español, secretario de Estado de la Santa Sede con el Papa Pío X

Las Letanías de la Humildad que compuso el español Merry del Val y que Francisco entregó a todos los nuncios

Son una renuncia total al ego, un golpe directo contra la vanidad y la soberbia humana. Quizás por eso han perdurado a lo largo del tiempo, desafiando a quienes se atreven a pronunciarlas con sinceridad

No es frecuente ver a un aristócrata de una de las familias más influyentes de Europa, con un currículo impresionante y una carrera fulgurante en el Vaticano, rezar cada día pidiendo a Dios el deseo de ser menospreciado y humillado.

Sin embargo, eso fue precisamente lo que hizo el cardenal español Rafael Merry del Val (1865-1930), Secretario de Estado del Vaticano durante el pontificado de Pío X, quien compuso las Letanías de la Humildad, una oración que sigue impactando hoy en día.

Tanto es así, que en 2019 el Papa Francisco quiso entregarla personalmente a sus representantes, los nuncios apostólicos, como un recordatorio esencial para su servicio a la Iglesia.

Una oración para despojarse del ego

Merry del Val no era un sacerdote cualquiera. Nacido en una familia de la alta aristocracia europea, su destino parecía estar marcado para la diplomacia y las altas posiciones.

Educado en Inglaterra y Bélgica, con doctorados en Filosofía y Teología por la Universidad Pontificia Gregoriana, su trayectoria fue meteórica. Ingresó en la Academia de los Nobles Eclesiásticos y pronto fue enviado a misiones diplomáticas clave por el Papa León XIII, como valorar la situación religiosa de los países anglófonos.

A pesar de haber ocupado uno de los cargos más influyentes en el país más pequeño del mundo, su vida intentó estar marcada por una humildad radical, reflejada en la oración que recitaba todos los días tras la Misa.

Vivía con disciplina monacal, se dedicaba a la caridad con los jóvenes desfavorecidos de Roma y, cada día, recitaba una plegaria que él mismo compuso: las Letanías de la Humildad, que pedían precisamente lo contrario a lo que cualquier persona en su posición desearía: ser librado del deseo de reconocimiento, aplauso y prestigio, y recibir la gracia de aceptar con serenidad la posibilidad de ser olvidado, despreciado o pasado por alto.

Son una renuncia absoluta al ego, un golpe directo contra la vanidad y la soberbia humana. Quizás por eso han perdurado tanto tiempo y siguen interpelando a quien se atreve a pronunciarlas con sinceridad. Palabras difíciles de rezar y que resuenan con una fuerza especialmente contracultural en una sociedad donde la búsqueda del éxito y el reconocimiento personal son la norma.

¡Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón, escúchame:

Del deseo de ser alabado, Líbrame, Señor

Del deseo de ser honrado, Líbrame, Señor

Del deseo de ser aplaudido, Líbrame, Señor

Del deseo de ser preferido a otros, Líbrame, Señor

Del deseo de ser consultado, Líbrame, Señor

Del deseo de ser aceptado, Líbrame, Señor

Del temor a ser humillado, Líbrame, Señor

Del temor a ser despreciado, Líbrame, Señor

Del temor a ser reprendido, Líbrame, Señor

Del temor a ser calumniado, Líbrame, Señor

Del temor a ser olvidado, Líbrame, Señor

Del temor a ser ridiculizado, Líbrame, Señor

Del temor a ser injuriado, Líbrame, Señor

Del temor a ser rechazado, Líbrame, Señor

Concédeme, Señor, el deseo de:

-que los demás sean más amados que yo,

-que los demás sean más estimados que yo,

-que en la opinión del mundo, otros sean engrandecidos y yo humillado,

-que los demás sean preferidos y yo abandonado,

-que los demás sean alabados y yo menospreciado,

-que los demás sean elegidos en vez de mí en todo,

-que los demás sean más santos que yo, siendo que yo me santifique debidamente.

Dame almas, quítame todo lo demás

Rafael Merry del Val nació en Londres en 1865, en el seno de una familia de diplomáticos españoles de ascendencia irlandesa. Desde joven mostró una gran inteligencia y una profunda devoción. No solo destacó por su humildad, sino también por su inteligencia, su firmeza en la defensa de la fe, su discreción al hablar, su educación esmerada, y una voluntad de trabajo disciplinada y enérgica.

En su tumba, en la cripta vaticana, quiso que se inscribiera únicamente su nombre junto a las palabras: Da mihi animas, caetera tolle, que significa «Dame almas, y quítame lo demás», la cual fue la aspiración de toda su vida.

Antes de convertirse en la mano derecha de san Pío X, León XIII ya había reconocido su talento y le confió importantes misiones diplomáticas, como la representación del Vaticano en la coronación del zar Nicolás II.

Su ascenso fue meteórico: en 1903, con apenas 38 años, el nuevo Papa le nombró secretario de Estado, convirtiéndolo en el artífice de la política vaticana en tiempos convulsos. Sin embargo, su grandeza no residió en el poder, sino en su entrega silenciosa y en la coherencia entre sus palabras y su vida. Rezaba cada día estas Letanías y las encarnó de tal manera que su causa de beatificación se abrió en 1953, siendo declarado venerable en 1959.

Francisco y la humildad en el servicio

Cuando el Papa Francisco entregó esta oración a los nuncios apostólicos el 13 de junio de 2019, quiso subrayar que el servicio diplomático de la Iglesia no es una cuestión de poder, sino de entrega. En su discurso, el Pontífice recordó que un verdadero representante del Papa debe evitar la «autorreferencialidad» y optar por «vivir por las cosas de Dios y no por las del mundo».

Recordó que ser nuncio no implica buscar honores personales, sino recordar que su misión requiere la humildad de representar «el rostro, las enseñanzas y las posiciones de la Iglesia», dejando de lado sus propias convicciones.

Una humildad que, tal y como explicó, se manifiesta en la relación con Dios, reconociendo su dependencia y caminando con Él humildemente; en su rol dentro de la Iglesia, representando fielmente sus enseñanzas por encima de sus propias opiniones; y en el ejercicio de su misión como representante del Papa, requiriendo una actitud humilde y de servicio.

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