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Padre Renel

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Los sábados santos del padre Renel: el sacerdote de Haití que ha estado tres veces al borde de la muerte

El sacerdote haitiano cuenta como la Providencia de Dios actúa con un trasplante caído del cielo, dentro de en un camino de dolor, gratitud y miedo

El padre Renel Prosper, sacerdote de Haití, de la diócesis de Fort-Liberté, estudia teología moral con orientación psicológica y vida espiritual en la Universidad de Navarra. A sus 43 años, ha estado en tres ocasiones al borde la muerte. Siendo bebé una insuficiencia casi le cuesta la vida. Cuando fue mayor sus padres le enseñaron la ropa que habían comprado para enterrarle porque pensaban que iba a morir de esa enfermedad.

Vivió en primera persona el terremoto de Haití. En 2023 su hígado vuelve a fallar, en esta ocasión de manera irreversible. Un trasplante le salvó la vida. En esta entrevista para El Debate cuenta como la Providencia de Dios actúa con un trasplante caído del cielo, dentro de en un camino de dolor, gratitud y miedo.

–¿Cuáles son los recuerdos de su infancia en Haití?

–Tuve una infancia difícil pero tranquila. No tuve la oportunidad de ir a la escuela muy temprano. Había que caminar varios kilómetros para llegar al centro del barrio, donde había pequeñas escuelas, unas cuatro. En el campo, no hay transporte público, ni carretera. Un niño debe esperar hasta que sus piernas sean fuertes como para caminar kilómetros e ir a la escuela. Pude escribir y contar del 1 al 100 gracias a un tío. No ir a la escuela no me molestaba; era algo común en las familias de la montaña. Mis padres lucharon mucho para darme una educación, no tenían los medios financieros para hacerlo, pero lo hicieron.

La casa de mi padre era una escuela de fe, de valores cristianos y morales. Aprendí a rezar en casa. Mi padre, a pesar de la gran distancia de su casita del centro de la capilla, era sacristán. Se encargaba de las celebraciones de la palabra. Me arrodillaba junto a él los sábados cuando preparaba sus homilías con una vieja Biblia y un pedazo de papel en la mano y los domingos estaba con él en la celebración.

–¿De que forma empieza a sentir la vocación?

–La vocación de sacerdote me llegó como a los 15 años. Fue en un momento de oración durante una actividad del coro de mi parroquia. Mi familia ha tenido un papel especial en el desarrollo de mi vocación sacerdotal, sobre todo mi padre.

El padre Renel

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Cuéntenos sus recuerdos del seminario. ¿El terremoto le sorprendió en el seminario?

–Tengo muchos recuerdos de mis años en el seminario. Allí viví el gran terremoto de Haití, en mi tercer año de teología, el 12 de enero de 2010. Mató a casi 300.000 personas. Fui incapaz de comprenderlo y superarlo; estaba traumatizado. Para poder continuar mis estudios, tras el terremoto, tuve que regresar a Puerto Príncipe. Allí no viví con serenidad: vi muchas muertes y los temblores secundarios no dejaron de sentirse. Lo perdí todo. Salí del seminario con un par de pantalones cortos, una camisa y pantuflas. Tuve que caminar por la ciudad así, pasando sobre los cadáveres.

–¿De que manera comienza su enfermedad? ¿Cómo es la vivencia espiritual?

–El lunes 6 de febrero de 2023 estaba en la biblioteca de la Universidad de Navarra cuando empecé a toser. Días antes ya me sentía mal, pero ese día la cosa se puso un poco más seria. Llamé a un compañero de la residencia sacerdotal donde residía. Él fue quien me llevó a la clínica San Miguel. Tenía la esperanza de que pronto podría regresar a casa, pero los médicos consideraron oportuno ingresarme. El caso era más complicado de lo que parecía. A partir de ese día, el sufrimiento comenzó para mí. Viví esos momentos con fe, recé mucho. Llevaba mi rosario conmigo y recibía la Sagrada Comunión todos los días. Mis compañeros me trajeron la hostia y el vino para que yo mismo pudiera celebrar misa cuando pudiera.

He tenido momentos de incertidumbre. Es paradójico, pero es real: he mantenido la fe incluso en medio de mi incertidumbre. Debemos pedirle al Señor que nos dé el valor de mantener la fe incluso en los sábados santos de nuestra vida. Simplemente acepté que se hiciera la voluntad de Dios. Pero en realidad no había perdido la fe.

Pasé 36 días en la clínica. Fue un tiempo también de retiro espiritual. Me he convertido, he crecido espiritualmente. Ahora, cuando hablo de la providencia y el amor de Dios, no necesito buscar ejemplos, soy una prueba del amor de Dios, de la providencia de Dios. Dios me ha hecho un testigo de esperanza. Vi esto saliendo de la tumba como el comienzo de una nueva vocación. Dios me llamó otra vez.

Renel, sacerdote en Haití

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–Los médicos encontraron el problema y estaba en el hígado. ¿Cómo vivió esos días?

–Mi hígado ya no funcionaba y no había otra solución que trasplantar. Mi primer pensamiento fue la muerte. No sabía si encontraríamos otro órgano y mis padres ni mi diócesis podían pagar una operación así. Estaba acabado, pero Dios tenía otro plan. Los compañeros que estaban allí me dijeron: «No te preocupes, la operación la van a pagar. Solo tienes que aceptar y rezar para que te encuentren un hígado». La Fundación Carf pagó para salvarme la vida.

Ese mismo día, 27 de febrero, mi médico en la Clínica Universitaria de Navarra vino a decirme que habían encontrado un hígado para mí. El día de la operación, al despedirme de los compañeros que me acompañaban, estaba un poco triste. Una enfermera me dijo unas palabras de consuelo y luego recé en mi corazón un Avemaría. Me vino una gran alegría, que permaneció conmigo hasta que me durmieron.

–¿Qué aconsejaría a un enfermo en su situación?

–A otro enfermo, le aconsejaría que confíe en el Señor. Él es el Todopoderoso. Para Él, no hay caso perdido. Somos seres frágiles. La enfermedad es parte de nuestra experiencia humana. Ante el dolor de la enfermedad, a menudo tendemos a dejar de lado lo que es nuestra última línea de defensa. Sería muy estúpido hacer eso. Cuando, al lado de la cama del hospital, ya lo hemos perdido todo, a veces incluso a los amigos más queridos, no seamos tan estúpidos como para perder también nuestra fe. Es nuestra última línea de defensa.

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