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C.S.-Lewis

Clive Staples Lewis fue un apologista cristiano anglicano

¿Mujeres sacerdotes en la Iglesia? La reflexión que ofreció C.S. Lewis hace casi 80 años

Aunque el escritor inglés reconoce que los hombres, con sus limitaciones y fallos, a menudo no son buenos sacerdotes, defiende que no se trata de cambiar los roles, sino de reconocer y vivir conforme a ellos

Antes de que el autor inglés C.S. Lewis comience a exponer sus argumentos sobre por qué el sacerdocio femenino no es tan razonable como parece, sitúa al lector en una escena un tanto pintoresca. Para ello, recurre a la ambientación del famoso baile de Orgullo y Prejuicio, la icónica obra de Jane Austen, que se celebra en la mansión de la familia Bingley. En este caso, la escena involucra un comentario de Caroline Bingley, quien, durante la fiesta, afirma que los bailes serían mucho más «racionales» si se centraran en la conversación en lugar de en la danza.

Mr. Bingley, su hermano, no tarda en responder que, aunque es cierto que sería mucho más racional, «no sería ni de lejos un auténtico baile». De manera sutil, Lewis utiliza esta historia para compararlo con el punto que quiere hacer: quizá sería mucho más racional tener sacerdotisas en la Iglesia, pero «no sería ni de lejos una auténtica Iglesia».

El escritor Joseph Pearce decía que aunque «Lewis tenía creencias más católicas que protestantes, debemos aceptar que no se convirtió». Esta es la verdad: Lewis no era católico, pero era conocido por su aguda reflexión sobre la fe, la moral y la apologética cristiana, lo que a veces lo llevaba a mostrar una fuerte inclinación hacia la Iglesia de Roma.

En un artículo escrito en 1948, abordó el debate sobre la ordenación de mujeres en la Iglesia anglicana, a la que siempre perteneció, no solo desde una perspectiva teológica, sino también considerando el simbolismo inherente a las figuras religiosas.

¿Una cuestión de capacidad?

A primera vista, explica Lewis, parece muy racional ordenar mujeres. A falta de vocaciones sacerdotales, las mujeres «pueden hacer muy bien cosas que antes se suponía que solo los hombres podían hacer». Pero, a su vez, el escritor detalla otro punto: tampoco los que se oponen a que haya sacerdotisas en la Iglesia sostienen que «las mujeres son menos capaces de tener piedad, celo, cultura y las demás cualidades para el oficio pastoral».

O sea que tanto unos como otros no dudan de la eficacia y virtudes que las mujeres puedan desempeñar en el ejercicio del sacerdocio. La diferencia entre los favorables y los adversarios a la idea, explica el autor de las Crónicas de Narnia, es el sentido que dan a la palabra «sacerdote».

Lewis arranca con una definición del sacerdocio que resuena con la tradición cristiana: el sacerdote es un «doble representante». Primero, representa a los fieles ante Dios, y segundo, representa a Dios ante los fieles. En la práctica, esto se expresa de dos maneras: a veces, el sacerdote se da vuelta y habla a Dios por nosotros; otras veces, se vuelve hacia la comunidad y habla en nombre de Dios.

Lewis aclara que no hay objeción a que una mujer pueda realizar la primera de estas acciones, es decir, representar a la comunidad ante Dios, porque no se cuestiona su santidad o capacidad. Sin embargo, el autor plantea la dificultad que surge cuando se trata de la segunda acción: ser portavoz de Dios ante los hombres.

Distintos roles pero complementarios

El argumento de Lewis se profundiza cuando plantea un hipotético escenario en el que se invierte el concepto tradicional de Dios, en el que se comenzara a afirmar que Dios se asemeja «a una mujer buena». Si además sugiriera que se puede rezar a una «Madre Nuestra» tanto como a un «Padre Nuestro», o que Dios podría haberse encarnado en una mujer, Lewis señala que, al poner en duda la imagen tradicional de Dios, estaríamos alterando la estructura misma del cristianismo. En sus propias palabras, «todo esto, en mi opinión, va implicado en la idea de que una mujer puede representar a Dios lo mismo que un sacerdote».

Para Lewis, modificar este simbolismo alteraría la forma en que hablamos de Dios, no solo la práctica religiosa, sino la misma esencia del cristianismo. En sus palabras: «La verdad es que si todas estas hipótesis se pusieran alguna vez en vigor, nos embarcaríamos, sin la menor duda, en una religión diferente».

En un punto crucial de su argumentación, Lewis aborda la cuestión de la igualdad entre hombres y mujeres. Reconoce, como bien señala, que las mujeres pueden ser «tan piadosas, sabias y capacitadas como los hombres». Sin embargo, sostiene que los que afirman que el sexo no tiene relevancia para la vida espiritual están confundiendo la vida civil con la vida cristiana.

En la sociedad, puede ser útil tratar a hombres y mujeres como iguales, pero en el cristianismo, cada uno tiene un rol distinto y complementario en el cuerpo místico de la Iglesia. Lewis señala que, aunque no se trata de negar la igualdad entre hombres y mujeres, esa igualdad no significa que sean intercambiables en todo, como fichas o piezas de una máquina. «Lo importante», dice Lewis, «es que, a menos que 'igual' signifique 'intercambiable', la igualdad no dice nada en favor del sacerdocio de las mujeres».

Las diferencias tienen un propósito divino

Además, Lewis argumenta que el sexo y las diferencias entre hombres y mujeres tienen un propósito profundo en el diseño de Dios, incluso en el matrimonio, que refleja «la naturaleza de la unión entre Cristo y la Iglesia». Por eso, cambiar estas figuras esenciales, como si fueran simples elementos, sería incorrecto. Según él, «uno de los fines por los que fue creado el sexo fue simbolizar para nosotros aspectos ocultos de Dios».

Y esta es una de las ideas centrales del autor: el sacerdocio no se trata de un juicio de valor sobre las capacidades o el carácter de la mujer, sino de una estructura simbólica inscrita en el orden divino. De alguna forma, Lewis hace una distinción entre las capacidades humanas y las funciones simbólicas que trascienden la simple habilidad individual.

Aunque Lewis reconoce que los hombres, con sus limitaciones y fallos, a menudo no son buenos sacerdotes, defiende que no se trata de cambiar los roles, sino de reconocer y vivir conforme a ellos. Al igual que en otros aspectos de la vida, el problema no se resuelve simplemente ignorando las diferencias de sexo o de roles. Un hombre puede ser un mal marido o un mal sacerdote, pero el remedio no es cambiar los papeles entre hombres y mujeres, sino mejorar el cumplimiento de esos papeles.

C.S. Lewis nos invita a reflexionar sobre lo que realmente significa ser parte de la Iglesia y cómo entender la revelación cristiana. La Iglesia no es solo una institución puramente racional, sino también un lugar que contiene un elemento misterioso, «opaco» a nuestra razón, pero no contrario a ella. Este elemento, que los no creyentes podrían llamar «irracional», es, para los cristianos, «supraracional», lo que significa que va más allá de la simple lógica humana.

Según Lewis, si la Iglesia pierde este misterio profundo que contiene y se convierte solo en una organización razonable y justificada ante el «tribunal del sentido común», perdería lo que la hace única, abandonando la revelación sobrenatural que la constituye para adoptar «el viejo fantasma de la religión natural». Y así, el señor Bingley también podría reprocharnos que todo «sería mucho más racional, pero ya no sería un baile».

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