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China y la Santa Sede firmaron un acuerdo secreto en 2018 que incluye el nombramiento conjunto de obispos

China y la Santa Sede firmaron un acuerdo secreto en 2018 que incluye el nombramiento conjunto de obisposPaula Andrade

China-Vaticano: el hilo que se tensa cada vez más ante el nombramiento de obispos sin consenso

La vida de los católicos en China es más serena que en el pasado, pero no fácil. El Gobierno controla y vigila las actividades de la Iglesia y existe un culto clandestino que se alimenta en lugares ocultos y subterráneos

Cien días. Ese es el tiempo que ha esperado el Papa Francisco para nombrar oficialmente al nuevo obispo de Shanghái, Joseph Shen Bin, sanando así las desavenencias con el Gobierno chino, que entre marzo y abril le había instalado al frente de la diócesis de la megalópolis, sin el consentimiento del Vaticano. Según los rumores, el nombramiento se había producido por presiones de la Asociación Patriótica de Católicos Chinos, no reconocida por la Santa Sede y próxima a altos cargos del Partido Comunista Chino.

Durante estos tres meses, el Papa y sus colaboradores más cercanos han estado pensando en la mejor estrategia para regularizar el puesto de Shen Bin, pero sin dar la impresión de haber cedido a una decisión ya tomada en Pekín, incumpliendo el acuerdo provisional entre China y el Vaticano sobre los nombramientos de obispos de septiembre de 2018, prorrogado ad experimentum en octubre de 2020 y octubre de 2022. La Santa Sede se encontró desplazada y molesta, y así lo hizo saber en una intervención el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni. ''Nos hemos enterado por la prensa del nombramiento de monseñor Bin'', dijo el portavoz a los periodistas. Al mismo tiempo, el Papa, como buen jesuita y como es ya habitual en su forma de actuar, encajó el golpe, reflexionó detenidamente y luego actuó con un gesto de bienvenida. Lo hizo por varias razones.

Una de ellas se refiere a la diócesis de Shanghái. La vida de los católicos en China es más serena que en el pasado, pero no fácil. El Gobierno controla y vigila las actividades de la Iglesia y existe un culto clandestino que se alimenta en lugares ocultos y subterráneos. Pero Shanghái, megalópolis de 30 millones de habitantes, es una cantera demasiado importante para la evangelización: cuenta con unos 150.000 católicos y dos centenares de religiosos, entre presbíteros, seculares y monjas. En la diócesis se encuentran dos de los lugares de culto católico más importantes de toda China: la catedral de San Ignacio y la basílica de Nuestra Señora de Sheshan. El potencial de la Iglesia es tan grande como las dificultades a las que se enfrenta el Vaticano para establecer una institución eclesiástica que pueda expandirse sin alterar el equilibrio del gobierno chino y de la Asociación Patriótica. De hecho, en Shanghái falta un obispo titular de la diócesis desde hace diez años, desde 2013, cuando murió monseñor Aloysius Jin Luxian.

El año anterior, en 2012, un sacerdote de la misma diócesis, Thaddeus Ma Daqin, había sido consagrado obispo auxiliar de Shanghái, con la aprobación de la Santa Sede y de las autoridades políticas chinas, y con el consentimiento de los dos obispos ancianos: el clandestino Fan Zhongliang (fallecido en 2014) y el oficial Jin Luxian, de quien podría haber sido heredero Ma Daqin. Desde entonces, el auxiliar vive bajo estrecha vigilancia y tiene impedido el ejercicio de sus funciones como obispo por la declaración pública en la que se negó a asumir cargos de responsabilidad en la Asociación Patriótica en 2012. Tras este gesto, que fue leído como un desafío a la política religiosa del gobierno chino, el obispo Ma Daqin publicó en junio de 2016 un texto en su blog en el que se retractaba de su rechazo a la Asociación Patriótica. Las negociaciones entre la Santa Sede y Pekín estaban en curso en ese momento, pero el gesto del obispo auxiliar no le salió bien, ni pudo desempeñar sus funciones como pastor diocesano.

Un acuerdo secreto

La misma suerte corrió otro obispo auxiliar, Joseph Xing Wenzhi, que dimitió y desapareció de la vida pública a finales de 2011. También él fue considerado en Shanghái como posible sucesor del obispo Aloysius Jin. Sin embargo, su postura crítica hacia el gobierno chino echó por tierra cualquier posibilidad de heredar la diócesis.

Es en este contexto en el que el Vaticano consideró el nombramiento del actual obispo Shen Bin, tras diez años de sede vacante, como un logro del que hay que congratularse, a pesar de que monseñor goza de la simpatía del gobierno y de la Asociación Patriótica (incluso antes que de la Santa Sede) y está a la cabeza del Colegio de Obispos chinos (una especie de Conferencia Episcopal), no reconocido por el Vaticano y que no gusta a muchos católicos de la Iglesia oficial.

Otra razón que impulsó al Papa a no cometer un desgarro con China fue el riesgo de frustrar años de trabajo de la diplomacia vaticana para alcanzar el acuerdo provisional entre China y el Vaticano de 2018 (cuyo contenido es secreto y aún no está aprobado definitivamente). El proponente de ese entendimiento fue el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin. «Gira en torno al principio fundamental de la consensualidad de las decisiones relativas a los obispos», explicó Parolin en días pasados. «En caso de que surjan situaciones que parezcan nuevas e inesperadas, se tratará de resolverlas de buena fe y con previsión», continúa.

Cuarenta diócesis sin cubrir

El acuerdo se renovó de forma provisional en 2020 y, la última vez, en octubre de 2022. Incluso el Papa había admitido que, aunque va «bien», el cierre del acuerdo avanza «lentamente porque los chinos tienen ese sentido del tiempo que nadie les apura» y luego «también ellos tienen problemas», porque las autoridades locales actúan de manera diferente con la Iglesia católica y «no es la misma situación en todas las regiones del país».

No es casualidad que entre 2018 y 2022 sólo se hayan nombrado seis obispos por acuerdo, mientras que casi cuarenta diócesis siguen sin cubrir.

Las primeras señales de alarma sobre la solidez del acuerdo llegaron en noviembre de 2022, cuando el Vaticano denunció la violación por parte de las autoridades chinas en el nombramiento del obispo auxiliar de la diócesis de Jiangxi. Y luego vino la precipitación no acordada sobre el obispo de Shanghái, que fue sanada por la medida oficial de Francisco. Estos hechos atestiguan que las relaciones entre el Vaticano y China son complejas y que no se encontrará un verdadero punto de entendimiento a corto plazo. Por eso, el Papa prefiere hacer caja hoy con un resultado modesto (el nombramiento del obispo de Shanghái) para intentar mañana ganar terreno al gobierno y a la Asociación Patriótica Católica con un paquete más amplio de nombramientos de obispos y presbíteros.

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