Claves del milagro económico español
Solo dos países en el mundo, Japón e Italia, habían experimentado una industrialización tan rápida
Es conocido el hecho capital de la tardía y entrecortada incorporación de España a la «revolución industrial», lo que luego se llamó «desarrollo económico». La comparación se establece con los países europeos y americanos que habían tomado la delantera.
El desarrollo de la economía española se establece con trancos poco decididos: unos años después de la guerra de Cuba y durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera. En ambos casos, se benefició de la excelente (y efímera) coyuntura de los países centrales.
El verdadero, sorprendente y duradero, desarrollo económico se produjo a partir de 1959 (Plan de Estabilización; extraña etiqueta) hasta la crisis del petróleo (1973). Fueron tres lustros de un verdadero «milagro»; no, solo, económico, sino de modernización de las estructuras del régimen autoritario y de la mentalidad de los españoles. Se superó con creces la anterior política autárquica con pretensiones totalitarias. Solo, dos países en el mundo, Japón e Italia, habían experimentado una industrialización tan rápida.
La generación que protagonizó la hazaña del desarrollo económico fue la de los nacidos en torno a la guerra civil. Además, padeció, como niños y adolescentes, la grave penuria de los años del hambre, el racionamiento, el estraperlo y la «pertinaz sequía». Nótese que, hasta los años 60, la mitad de la población ocupada debía dedicarse a la producción agraria. La productividad era bajísima por la falta de capital y la extremosidad de la sequía. La prueba era que ni siquiera bastaba para producir los alimentos necesarios. Había que traer trigo de la Argentina, que no se pagó con dinero, sino, de forma diferida, con barcos.
El factor decisivo y novedoso del éxito económico, atribuido a la generación activa de los años 60, fue la extraordinaria asimilación de la «ética del esfuerzo». Constituyó un paradójico subproducto de la educación autoritaria y competitiva, que se impuso en los años 40 y 50. Se podría aplicar, aquí, la hipótesis de Arnold J. Toynbee sobre el juego «reto-respuesta» para explicar la capacidad dinámica de ciertos países y culturas. Ante la experiencia de una infancia de dureza y dificultades sin cuento, esa generación se crece con una dedicación extraordinaria al trabajo y la innovación.
Desde luego, hay, también, causas objetivas, incluso, aleatorias, que condición el «milagro» del sorprendente desarrollo de los años 60. La alusión a la «pertinaz sequía» de los años de la postguerra no es, solo, una muletilla de los discursos de Franco cuando inauguraba pantanos. Me he entretenido en calcular la media, para la España peninsular, de precipitaciones de lluvia durante un gran lapso. La trayectoria dibuja una clara línea ondular. Durante el periodo 1888-1918 predomina el tiempo húmedo, aunque con intermitencias. Luego, sigue un periodo muy seco, que dura hasta 1954. El lapso 1955-1980 es testigo de benéficas lluvias generalizadas.
La circunstancia más halagadora para la generación del desarrollo de los años 60 y primeros 70 fue que, al final del franquismo, protagonizó otro «milagro» no menos sorprendente. Fue la famosa «transición democrática». Se hizo a la par desde los sectores liberales, democristianos y otros de carácter modernizante, pero, actuantes dentro del pluralismo de hecho del régimen. Ayudó mucho el beneplácito de los nuevos comunistas, entonces, más bien universitarios. El resultado fue la insólita Constitución de 1978. En ella estamos.